Romeo & Juliet

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"Como siempre, quiero dedicarle esta canción a Cedric Diggory, mi primer amor," anuncio con aplomo, sin dejar de tocar, al tiempo que invoco el humo que he dejado apartado y lo concentro detrás de mí, a modo de pantalla de cine. Mirando hacia arriba, como si pudiera ver el cielo, añado en un susurro: "¡Va por ti, Cedric!", y empiezo a cantar, con el registro rasposo apropiado de hombre que viene de vuelta de la vida, que por fin me permite mi voz actual:

A lovestruck Romeo sings the streets a serenade
Laying everybody low with a love song that he made...

(Un Romeo enamorado canta una serenata por las calles
dejando a todo el mundo hecho polvo con una canción que ha creado...)

Mientras la letra avanza, les muestro en el humo una proyección de sombras aprendidas de la magia ancestral de magos nativos canadienses, como pinturas rupestres animadas, que representan nuestra historia juntos: el bardo que canta a sus pies mientras él preside el sillón del capitán; la victoria contra Gryffindor y el carrerón con el que lo derribo del sofá para besarle en broma; las excursiones del comando-H en las que caminamos uno junto al otro; nuestras figuras que se separan cuando él se va de la mano con Cho Chang; el secuestro en el baile en el que tira de mí hacia los invernaderos, donde nos abrazamos y caemos juntos al suelo, hasta que el falso Ojoloco abre la puerta; el huevo sumergido en el baño de prefectos; los entrenamientos en equipo para la tercera prueba; la despedida del grupo en el gran comedor y el fatídico momento en el que se adentra en el laberinto de setos en que han convertido el campo de quidditch. 

Ahí se produce un fundido en negro que no puedo evitar, pero cuando llego a la parte emotiva final, la más potente (Juliet, when we made love you used to cry / Juliet, cuando hacíamos el amor solías llorar), logro dar el do de pecho para soltar todos mis sentimientos almacenados, mientras el humo se transforma de nuevo en una fantasía de colores, una aurora boreal de la que emergemos ambos montados en Nessie, quien nos deja caer en la orilla con suavidad. 

Allí nuestras sombras se sientan, muy juntitas, con el refugio de Urquhart a nuestras espaldas, y yo le canto esta misma canción al oído hasta que algo nos hace levantarnos, unas voces a lo lejos. Pero antes de que pueda marchar, Cedric me retiene y me besa allí, de pie, al amanecer. 

Un instante después, Cedric está tumbado en su lecho de muerte y mi sombra llora sobre su pecho, agarrando su mano, mientras mi voz consigue no quebrarse al finalizar:

There's a place for us, you know the movie song,
when are you gonna realize, it was just that the time was wrong

(Hay un lugar para nosotros, ya conoces la canción de esa película
Cuándo te darás cuenta de que sencillamente el momento era el equivocado.)

Y con el último y sentido "Juuuliet...", tanto la música como la imagen se desvanecen súbitamente. 

No quiero prolongarlo más. He cantado con tanta emoción, volcando toda mi alma y mis recuerdos, que sé que he provocado un desahogo catártico colectivo, donde todo el que me ha escuchado ha sentido lo mismo que yo. La música tocada con auténtica pasión es un tipo de magia empática muy poderosa. Y sé que lo he conseguido, porque escucho lloros e hipidos provenientes de todas las filas. Hannah solloza a lágrima viva y hasta a Neville se le caen los lagrimones mientras la consuela. Al fondo veo a Tamsin y Max temblando con la cabeza escondida en sus respectivas parejas.

Bebo agua. Me seco las lágrimas. Carraspeo. Intento hablar. No lo consigo. Dean Thomas, bendito sea, habla por mí:

"¿Eso era el monstruo del Lago Ness?"

¡Hufflepuff resiste!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora