House recogía el sobre con los resultados de sus exámenes mientras deslizaba un par de billetes en el bolsillo de la enfermera que se encargaba del archivo. No necesitó decir nada más; el leve soborno bastaba para que los documentos estuvieran en sus manos antes de que terminara de chasquear los dedos. Caminó con prisa por los pasillos vacíos del hospital, hasta que encontró una pequeña sala de descanso, oscura y apartada, donde la luz apenas lograba filtrarse a través de las persianas mal ajustadas. Cerró la puerta detrás de él con un suave clic, asegurándose de estar solo.
Con el sobre entre sus dedos, lo rasgó con la rapidez de quien ya sabe lo que va a encontrar, pero que aun así necesita verlo en blanco y negro. Sus ojos recorrieron las palabras que había temido leer desde hacía semanas, esas líneas llenas de jerga médica que, para él, no eran más que una condena disfrazada de diagnóstico. Su mano subió instintivamente hacia su rostro, pasándola con fuerza sobre sus ojos, como si pudiera borrar lo que acababa de ver.
—Endocrino... neurológico... —murmuró, su voz apenas un susurro
El cáncer había encontrado un camino para infiltrarse en las partes más complejas de su cuerpo, desafiando la lógica de cualquier tratamiento sencillo. Muy amargo trago, pensó House, apretando los dientes mientras volvía a repasar las palabras. Pero no de los buenos, esos que dan en los bares y logran calmar el dolor que lo atravesaba a diario.
Buscó en el bolsillo de su chaqueta con movimientos rápidos y automáticos, sacando el familiar frasco de Vicodin. Lo sostuvo entre los dedos, observando las pastillas en su interior como si fueran caramelos, y sin pensarlo demasiado, se llevó un par a la boca.
Dejó caer la cabeza hacia atrás, golpeando suavemente la pared fría detrás de él, y cerró los ojos por un momento.
Todo era negro
Guardó los resultados en su mochila con brusquedad, asegurándose de que quedaran bien ocultos. Nadie más debía verlos. No aún. Su plan era claro: ocultar la verdad por el mayor tiempo posible. Hasta que Wilson los viera en su consulta, House tendría el control, o al menos la ilusión de ello.
Se levantó de un solo movimiento, impulsado por la energía nerviosa que lo caracterizaba cuando algo estaba mal, cuando algo escapaba de su control. Salió de la pequeña sala de descanso y caminó con rapidez por los pasillos, hasta llegar al cuarto de limpieza. Era temprano, demasiado temprano, el lugar estaba vacío.
Abrió su casillero con el habitual aire desinteresado. Sacó los resultados de los exámenes y los dejó en el fondo, donde quedaban a salvo de miradas curiosas. Luego, guardó su mochila, preparándose para otro día de rutina como conserje en el hospital.
—Llegaste temprano —escuchó una voz detrás de él. House se estremeció levemente, maldiciendo para sus adentros mientras se giraba para ver a Bet entrar al cuarto de personal.
—¿Nunca has pensado en ponerte una campana? —gruñó House con fastidio, sus palabras afiladas como siempre.
Bet lo miró con una leve sonrisa antes de levantar un enorme bolso que llevaba consigo y dejarlo junto al omega.
—Si me sigues dando uno de estos cada tres días, voy a necesitar que vengan con un refrigerador —se quejó House, señalando el bolso.
—O podrías comerlo —sugirió Bet con tranquilidad mientras abría su propio casillero—. Cada día parece que pierdes más peso —añadió en voz baja, con una preocupación velada en sus palabras.
House no respondió de inmediato. Terminó de ponerse el horrible enterizo de trabajo y, por un segundo, se miró en el espejo del casillero. Había bajado de peso, y no de forma saludable. Pero, ¿Qué más podía esperar después de semanas de inmunoterapia? Incluso Wilson lo había mencionado, con una mezcla de preocupación y mal humor, cuando estuvieron juntos en la cama. Lo que más le molestaba no era el peso, sino el dolor abdominal que no parecía mejorar, a pesar de los tratamientos. Sabía que el tratamiento no estaba funcionando como esperaba, pero Wilson, siendo tan meticuloso, seguiría con las pruebas de rutina antes de considerar cambiarlo. Y House lo sabía: lo último que quería era estar internado.
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Diagnóstico
FanfictionGregory House, un brillante pero infame diagnósta omega de Nueva York, descubre que tiene cáncer. Esto lo lleva a buscar al mejor oncólogo, el Dr. James Wilson, en el hospital Princeton-Plainsboro. Wilson, un alfa casado, se ve atrapado entre su vid...