House llegó a su departamento, abriendo la puerta con el pesado andar de quien ha pasado el día cojeando por cada rincón. El sonido del bastón chocando contra el suelo resonaba en el pasillo, marcando un ritmo lento y arrastrado. Apenas entró, sus ojos se encontraron con la figura familiar de Wilson, relajado en el sofá como si la casa fuera suya. El alfa seguía ahí, cómodamente instalado, con esa actitud que solo un verdadero parásito podía tener. House bufó, aunque tal vez no lo había echado con más vehemencia antes porque Wilson, al menos, había pagado las cuentas del agua y la luz, lo que le daba una excusa temporal para seguir existiendo en su espacio.
—Si sigue evitando a su esposa de esta manera, pronto el dulce sonido del divorcio tocará las campanas —murmuró con cinismo, cerrando la puerta tras de sí.
Pero justo cuando giraba sobre su bastón para dirigirse al armario, una oleada de un olor penetrante lo golpeó de lleno, deteniéndolo en seco. Su nariz se arrugó automáticamente.
—¡Santo Dios, qué es ese olor! —se quejó, con el rostro torcido de disgusto, mientras caminaba hacia el armario para colgar su chaqueta.
Wilson, sin apartar la mirada de la televisión, respondió con su tono más casual, como si la respuesta fuera la cosa más obvia del mundo:
—Pimientos rellenos.
House se detuvo por completo, su ceja izquierda alzándose con una mezcla de incredulidad y repulsión. Giró la cabeza hacia Wilson como si acabara de decir la palabra más ofensiva en su vocabulario.
—¿Rellenos de qué? ¿Vómito? —preguntó con desdén, sus palabras cortantes mientras se acercaba más al sofá.
Wilson, imperturbable, dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá, finalmente encontrando los ojos del omega con una mirada tranquila, casi indiferente. House, por su parte, continuó revisando su correspondencia como si no estuviera prestando atención al alfa, pero internamente se preguntaba cuánto tiempo más Wilson pensaba quedarse tirado allí, como si su casa fuera un refugio del que no quería salir.
—Creí que hoy irías a tu casa —dijo House, sus ojos apenas moviéndose de los sobres mientras pasaba de uno a otro—. La señora Wilson debe estar ansiosa de verte.
El alfa soltó un suspiro largo, de esos que hablaban de resignación y agotamiento.
—Fui por la tarde —contestó Wilson, arrastrando las palabras—. Tenía que lavar mi ropa.
House dejó los papeles de lado y, con una sonrisa irónica, se acercó al sofá con un andar desafiante.
—¿De verdad? —dijo con tono sarcástico—. ¿Ella lo hizo?
—Lo hice yo —replicó Wilson, clavando sus ojos en los de House, como si eso fuera un desafío personal.
House no pudo evitar que una chispa de diversión cruzara sus ojos mientras se inclinaba ligeramente hacia el alfa, reduciendo la distancia entre ambos hasta que casi podían sentir el aliento del otro.
—Bueno, ya que fuiste en la tarde... —susurró House, su voz suave pero cargada de provocación—. ¿Qué tal si ahora, en lugar de ir de tarde, vas de noche?
La tensión entre ambos se hizo palpable. Sus rostros estaban tan cerca que Wilson, instintivamente, inclinó un poco la cabeza, a punto de cerrar la distancia. Pero justo cuando estaba por hacerlo, House levantó una mano, deteniéndolo en seco con un gesto despectivo.
—Alto ahí. —House hizo una mueca de asco mientras señalaba hacia la mesa, donde reposaba la cena del alfa—. Tu boca apesta a pimientos. Mejor ni lo intentes.
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Diagnóstico
FanfictionGregory House, un brillante pero infame diagnósta omega de Nueva York, descubre que tiene cáncer. Esto lo lleva a buscar al mejor oncólogo, el Dr. James Wilson, en el hospital Princeton-Plainsboro. Wilson, un alfa casado, se ve atrapado entre su vid...