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El Dr. James Wilson entraba apresuradamente por la puerta trasera del Princeton-Plainsboro, respirando pesadamente tras haber corrido desde el estacionamiento. Había salido tarde de casa, su mente aún atrapada en la última discusión con su esposa. Mientras caminaba por los pasillos, saludando a las enfermeras con un apurado "buenos días", intentaba dejar atrás el caos de su vida personal para centrarse en su trabajo.

Llegó a la puerta de su oficina, listo para iniciar su día con un café y revisar los expedientes. Sin embargo, al abrir la puerta, su corazón dio un vuelco al ver a su "paciente omega del bastón" girando lentamente en su silla, con una expresión de falsa sorpresa y diversión en su rostro.

—Son estas horas de llegar, doc? —preguntó House, con una sonrisa burlona.

Wilson suspiró, sintiendo la tensión en sus hombros aumentar. ¿Cómo había logrado aquel omega entrar en su oficina? Mejor dicho, ¿cómo era posible que las enfermeras no lo hubieran detenido?

—¿Cómo es que las enfermeras...? —empezó Wilson, pero se detuvo, resignado. No tenía la energía para lidiar con esto, no después de la mañana que había tenido.

House se levantó de la silla, dejando que Wilson tomara asiento. Observó al oncólogo con la mirada de quien sabe más de lo que debería.

—¿Problemas en el paraíso? —inquirió con descaro, inclinándose levemente hacia adelante.

Wilson frunció el ceño, preguntándose en qué momento este paciente había tomado tanta confianza. Ignoró la pregunta, se acomodó en su silla y encendió la computadora. Empezó a revisar la lista de pacientes del día, esperando encontrar algún indicio de que tenía una cita con el "Señor Smith".

Para su sorpresa, o tal vez alivio, no había ninguna consulta programada.

—Mira qué sorpresa —comentó Wilson, con una pizca de ironía—, pero hoy no tengo consulta con usted, señor Smith.

House, sin perder su habitual cinismo, se recostó en el sofá que decoraba la oficina, estirándose como si estuviera en su propia casa.

—Wow, al menos disimule su descontento, doc —replicó con una sonrisa sardónica, mientras se hacía cómodo en el sofá.

Wilson dejó caer la tableta con un golpe seco sobre el escritorio, el sonido reverberando en la pequeña habitación. ¿En qué momento había permitido que este hombre se tomara tantas libertades? Iba a decir algo, a recuperar el control de la situación, cuando House lo interrumpió nuevamente, señalando hacia su escritorio.

—Están en tu primer cajón —dijo House, con esa seguridad que solo alguien como él podía tener.

Wilson, aún más confundido, abrió el cajón y encontró un sobre con los resultados del "Señor Smith". Sin embargo, al revisar los documentos, algo no estaba bien. Faltaba algo en su cajón que hace un mes guardo ahí. Volvió a revisar, levantando los papeles uno por uno, pero no encontró lo que buscaba. Empezó a buscar frenéticamente en todo su escritorio, sacando todo de los cajones en busca de los documentos perdidos.

Finalmente, su mirada se dirigió a House, que ahora sostenía un pequeño cuadro en sus manos, en definitiva era un omega que no conocía limites de propiedad. Era una foto de Wilson y su esposa en el día de su boda, ambos sonriendo radiantemente. 

—Un alfa y una beta —murmuró House, mientras se sentaba, observando la foto—. Tal vez ahí está el problema.

Wilson sintió una punzada en el estómago, una mezcla de rabia y vergüenza.

—Señor Smith... —empezó a decir, intentando mantener la compostura.

Pero House no estaba listo para callarse.

DiagnósticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora