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Wilson intentaba concentrarse en su rutina diaria: las visitas a los pacientes hospitalizados, las consultas programadas y las horas de clínica que llenaban su agenda. Se movía con la eficiencia habitual, sonriendo a las enfermeras y ofreciendo palabras de aliento a los pacientes, pero su mente seguía enredada en un pensamiento persistente: el odioso omega del bastón.

Wilson había sido un desastre en estado de ebriedad, un borracho del tipo que recuerda todo con lujo de detalles. El alfa podía imaginar perfectamente al omega burlándose de él por el incidente en el bar y, peor aún, por lo ocurrido en el hotel. La vergüenza lo envolvía cada vez que pensaba en ello. Recordaba haber despertado con la boca seca y la cabeza palpitante, solo para recibir una llamada del hotel informándole que debía desocupar la habitación antes de la tarde. El "señor Smith", ya se había marchado. No había dejado rastro alguno, ni maletas ni pertenencias. Era como si toda la noche hubiera sido una de esas aventuras de una sola vez, donde ninguno de los involucrados se volvía a ver jamás.

Wilson no podía evitar sentirse frustrado. Primero,  había tratado mal a su paciente, casi con desprecio, durante la consulta. Luego, en un giro de los acontecimientos, parecía haber intentado seducir a ese paciente. ¿Dónde había quedado el profesionalismo? Era algo que no podía explicarse ni siquiera a sí mismo.

Con el tiempo, Wilson había comenzado a preguntarse si ese hombre realmente se había burlado de él. El martes siguiente, había programado una cita para el "señor Smith", pero, para su sorpresa,  nunca se presentó. Confundido, Wilson había preguntado a la enfermera si habían llamado para confirmar la cita, algo rutinario en el hospital, pero la respuesta fue que  no había contestado al teléfono. Desde ese día, y hasta el presente, Wilson no había dejado de preguntar sutilmente a las enfermeras por él. Tal vez, pensaba, que el omega había decidido llevar su tratamiento en otro hospital. Pero, por lo que parecía, nadie había pedido su expediente médico.

Sumido en estos pensamientos, Wilson caminaba por el pasillo cuando una enfermera se le acercó.

—Doctor Wilson, la doctora Cuddy lo está llamando a su oficina —le informó con tono profesional.

Wilson dejó escapar un suspiro, pero justo antes de que la enfermera se diera la vuelta para irse, decidió hacer una última pregunta.

—Por cierto, ¿alguien ha solicitado el expediente del señor... —preguntó, intentando sonar casual.

La enfermera rodó los ojos con una mezcla de exasperación y resignación.

—No, doctor, nadie ha pedido o preguntado nada sobre el señor Smith, en las ultimas dos semanas.

Wilson asintió lentamente, agradeciendo a la enfermera antes de girar sobre sus talones y dirigirse a la oficina de Cuddy. A pesar de su intento de concentrarse en el trabajo, la imagen de House seguía rondando su mente, como una sombra persistente que se negaba a desaparecer. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo? Y, sobre todo, ¿por qué diablos no podía sacarlo de su cabeza?

Wilson suspiró y abrió la puerta de la oficina de Cuddy, dispuesto a enfrentar lo que fuera que lo estuviera esperando. Apenas levantó la vista, se encontró con una imagen que lo dejó atónito: allí estaba el omega, con su característico bastón, poniéndose de pie al verlo entrar. La sorpresa en el rostro de Wilson fue evidente, y por un momento, ambos hombres se quedaron en silencio, sus miradas fijas la una en la otra.

Cuddy, notando la tensión en el ambiente, decidió intervenir.

—Wilson, te presento al doctor Gregory House. Gregory, este es el doctor James Wilson. Aunque creo que ya se conocen —dijo Cuddy, con un tono que apenas ocultaba su irritación.

Wilson quedó boquiabierto, tratando de procesar la información. Hasta donde él sabía, aquel omega era el "señor Smith". Pero, por supuesto, no expresó su sorpresa en voz alta. House, por su parte, mantuvo su postura relajada, como si todo esto fuera una trivialidad sin importancia.

Cuddy, claramente molesta, cruzó los brazos y miró a ambos hombres con una mezcla de frustración y desaprobación.

—Creo que debemos hablar sobre lo que ha estado sucediendo, específicamente la falsificación de identidad y las... fechorías de cierto omega —dijo, lanzándole una mirada significativa a House.

Wilson frunció el ceño y se volvió hacia Cuddy.

—¿Por qué me estás contando esto a mí?

—Porque, Wilson —respondió Cuddy con un tono que sugería que ya estaba al límite de su paciencia—, tú fuiste su cómplice.

Wilson abrió la boca para refutarlo, pero antes de que pudiera decir algo, House lo miró fijamente, sus ojos azules comunicando algo que Wilson no logró descifrar del todo, pero que entendió como una señal de que lo mejor sería seguirle la corriente. Así que, en lugar de protestar, Wilson se disculpó de manera vacilante, sin estar completamente seguro de lo que House esperaba que hiciera.

Cuddy dejó escapar un suspiro pesado, el tipo de suspiro que uno suelta cuando ha perdido la fe en alguien.

—Esperaba más de ti, Wilson. Pensé que eras un mejor doctor que esto. ¿Dejarte convencer por las dulces palabras de un doctor de Nueva York?

—¿Doctor? —repitió Wilson, mirando a House con renovada sorpresa. Eso explicaba el comportamiento de House la primera vez que apareció en su consultorio.

—Médico diagnosta —aclaró House con su tono habitual, como si aquello fuera una simple formalidad.

Cuddy se frotó las sienes, intentando evitar la jaqueca que sentía inminente.

—Considera esto una advertencia, House. No presentaremos cargos, aunque tendrás que pagar una leve multa por tus acciones.

House sonrió de manera socarrona, disfrutando del giro de los acontecimientos.

—¿En serio? Vaya, sería peor que la mala publicidad para el hospital si mantuviéramos el protocolo de confidencialidad al pie de la letra, ¿verdad?

Cuddy rió amargamente. Ese omega estaba, sin duda, amenazándola de manera encubierta. Si como paciente ya era un dolor de cabeza, no podía imaginar lo que sería como doctor.

—Bueno, entonces lleguemos a un consenso —dijo Cuddy, tratando de mantener la compostura—. Yo olvido lo que hiciste, y tú haces lo mismo.

House parecía satisfecho con esa respuesta. Asintió y, con una expresión traviesa, respondió:

—Mmm, ¿de qué estábamos hablando?

Cuddy esbozó una sonrisa amarga, luchando por no perder los estribos. Luego, se volvió hacia Wilson.

—Wilson, te encargarás de su tratamiento. Ahora ambos pueden retirarse.

El alfa asintió, aún aturdido por todo lo que acababa de escuchar. Ambos hombres se dirigieron hacia la puerta, pero antes de salir, House se giró nuevamente hacia Cuddy.

—¿No necesitarán algún conserje?

Cuddy, ya al borde de su paciencia, respondió con firmeza:

—Pueden irse.

House lanzó una última sonrisa traviesa antes de salir de la oficina, seguido de un Wilson que aún intentaba comprender en qué lío se había metido.


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Capítulo 4
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