House llegó al cuarto de limpieza, el sonido seco de su bastón resonando en el espacio reducido mientras se acercaba a su casillero. Apenas había comenzado a abrir la puerta metálica cuando escuchó una voz grave y familiar detrás de él.
—Nuevamente vienes sin tu carrito —soltó Bet, sentada en un banco de madera junto a la pared.
House se crispó brevemente; no la había visto al entrar. Aún sin voltear a mirarla, resopló con fastidio.
—¿Es acaso usted un fantasma, Bet? —dijo, su tono cargado de irritación
La mujer, de rostro severo y ojos agudos, no respondió al comentario sarcástico. En lugar de eso, su voz sonó como un reproche frío, casi maternal.
—Siempre llegas tarde, pero te vas temprano —dijo, su mirada fija en House—. ¿Tu esposo te espera en casa?
House soltó una risa cargada de cinismo, sin molestarse en girarse hacia ella.
—Es lindo, pero no es mi esposo —respondió, sin una pizca de tacto, desabotonándose la camisa con movimientos mecánicos.
Bet no parecía ni sorprendida ni impresionada. Alzó una ceja y miró a House, como quien evalúa el comportamiento de un niño rebelde.
—Tu novio, entonces —concluyó, sin inmutarse.
House, quitándose la camisa y dejándola caer dentro del casillero, rió entre dientes, esa risa que indicaba que estaba a punto de soltar algo cortante.
—No, más bien soy su amante. Está casado —dijo, cambiando de tono a uno más descarado, como si disfrutara lanzando esa bomba con indiferencia.
Bet lo miró en silencio durante un largo momento, con esa mirada profunda que solo la experiencia otorga. Finalmente, habló con una dureza que House no esperaba.
—Eres pésimo haciendo bromas —dijo con franqueza, sus ojos recorriendo el cuerpo delgado del omega mientras él terminaba de cambiarse—. Deberías alimentarte mejor. Estás más delgado que cuando llegaste aquí.
House ya tenía un comentario sarcástico en mente, pero algo en la seriedad de Bet lo hizo detenerse. Frente a él, sobre el banco, había un gran bolso de tela. Abrió ligeramente la cremallera y dentro encontró envases de comida perfectamente empacados.
—Comida para ti y tu "novio" —dijo la mujer sin cambiar su tono—. Debes comer bien si piensas quedar embarazado.
House levantó una ceja, incrédulo y casi divertido por el comentario.
—Mi novio podría ser omega —respondió con ese tono irónico y despectivo que usaba cuando encontraba algo absurdo.
Bet negó con la cabeza, moviendo una mano con aire de autoridad.
—No, los alfas son más posesivos —respondió, señalando con el dedo hacia el espejo del cuarto.
House frunció el ceño y giró la cabeza ligeramente, mirando su reflejo. Allí, en su cuello, las marcas rojas aún eran visibles, justo cerca de su glándula de feromonas. Wilson había sido más... entusiasta de lo habitual esa vez.
La sorpresa inicial en el rostro de House fue sustituida por una mirada entrecortada. Bet, ajena o simplemente desinteresada en su reacción, continuó mientras abría su propio casillero.
—Mi esposo era alfa —dijo con voz suave, casi nostálgica—. Cincuenta años de buen matrimonio.
House parpadeó, su mente intentando procesar esa información. No porque no creyera que ella pudiera haber estado casada, sino porque el concepto de un matrimonio exitoso y duradero le parecía algo fuera de su alcance.
—Sorprendente —murmuró, más para sí mismo, mientras ajustaba su uniforme dentro del casillero—. ¿Lo soportaste durante...?
—Sí —interrumpió Bet con firmeza—. Hicimos todo lo que debíamos y más de lo que imaginas. ¿Por qué habríamos de negar su biología? Hicimos que funcionara.
House quedó en silencio, procesando esas palabras. Giró lentamente su cabeza hacia la mujer, evaluándola de nuevo, como si la viera por primera vez.
—Y yo que pensaba que eras solo una abuela aburrida —dijo finalmente, con un tono ligeramente burlón, mientras cerraba su casillero con un golpe seco.
La mujer, por primera vez en la conversación, esbozó una pequeña sonrisa.
House se había cambiado hacía un rato, pero eran ya las 9:30 cuando finalmente salió del hospital. Con su mochila colgada en un hombro, junto al gran bolso de Bet y su bastón golpeando el suelo con cada paso, caminó con su característica cojera hacia el estacionamiento. La noche era fresca, y las luces tenues del campus iluminaban las sombras que se extendían en el asfalto.
Al alzar la vista, vio a un grupo de jóvenes saliendo por las puertas del auditorio. Probablemente acababan de asistir a una de esas conferencias que, en su opinión, eran la definición misma del aburrimiento. Lo que captó su atención no fue el grupo en sí, sino uno de los médicos que se había apartado de la multitud. el chico rubio, el que necesitaba que su licencia debía ser confiscada, impecablemente vestido, de apariencia elegante y rostro de niño mimado, tal vez inglés, estaba conversando con otro hombre.
House entornó los ojos, curioso. El hombre con el que hablaba el rubio tenía la piel oscura y una expresión severa, como alguien que no se deja intimidar fácilmente. Mientras se acercaba, lo primero que golpeó los sentidos de House fue el aroma, un dulce y especiado rastro de jengibre y manzanas, inconfundible. "Omega," pensó de inmediato, con una leve sonrisa torcida. House observó a ambos desde la distancia, manteniéndose en las sombras. El omega parecía estar rechazando con educación la propuesta del rubio, aunque con la sutileza que a menudo acompaña a ese tipo de rechazos. No parecía realmente ofendido, más bien cauteloso, pero el rubio insistió con una sonrisa confiada.
—Vaya, qué persistente —murmuró House para sí mismo, al ver cómo el rubio, con su postura relajada y su actitud segura, lograba finalmente convencer al omega. Algo en la expresión de satisfacción en su rostro delató que no solo estaba ofreciendo ir a tomar una bebida.
Con el trato sellado, los dos hombres llamaron un taxi y se fueron. House los siguió con la mirada mientras el vehículo se alejaba, y, por un momento, el aire nocturno quedó impregnado del rastro de feromonas, mezclado con el eco lejano de las risas que el viento arrastraba desde el campus.
House salió de su escondite, acercándose al lugar donde ambos habían estado de pie. Se detuvo un momento, sintiendo todavía la esencia ligera de las feromonas que el rubio había dejado. Un alfa, sin duda. "No sólo lo invitó a tomar algo, sino a algo mucho más interesante," pensó, su boca curvándose en una sonrisa burlona. A menudo los alfas como él creían que con un par de palabras dulces podían conquistar cualquier cosa.
—Qué poco sutil —murmuró, su voz baja resonando apenas en la oscuridad.
Las feromonas del rubio eran una firma evidente. No había duda de que estaba marcando su terreno de una manera casi descarada. House se preguntó por un momento si el omega caería en la trampa, aunque no le importaba realmente. Solo se le ocurrió una cosa: sería divertido fastidiar al rubio.
Con esa idea en mente, House movió su bastón de nuevo y se dirigió a la acera. Levantó una mano para llamar un taxi, preguntándose cómo podría usar ese pequeño encuentro para su propio entretenimiento.
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Capítulo 11
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Diagnóstico
Hayran KurguGregory House, un brillante pero infame diagnósta omega de Nueva York, descubre que tiene cáncer. Esto lo lleva a buscar al mejor oncólogo, el Dr. James Wilson, en el hospital Princeton-Plainsboro. Wilson, un alfa casado, se ve atrapado entre su vid...