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El ambiente en la carceleta era opresivo. Wilson se encontraba rodeado de tipos que daban más miedo de lo que hubiera imaginado. Eran altos, corpulentos, y claramente pandilleros. La cabeza le dolía, dando vueltas aun con licor en su sangre y poco podía entender como termino allí o que sucedió. El amargo sabor de la bilis subía por su garganta, y tuvo que contener las ganas de vomitar.

Escuchó su nombre resonar en el lugar y, con movimientos torpes, se levantó de la incómoda banca donde había estado sentado. Se dirigió lentamente hacia la ventanilla donde podía reclamar sus pertenencias confiscadas: su billetera, tarjetas, dinero, y llaves.

El policía de turno lo observó con algo de lástima y luego dejó escapar un suspiro al notar el anillo en su dedo.

—Debe agradecer que su omega pagó su fianza —comentó el policía con un tono que oscilaba entre la resignación y la envidia.

—¿Mi omega? —pronunció Wilson con confusión, creyendo que había escuchado mal. Apenas pudo registrar las palabras mientras su mente nublada intentaba darles sentido. Pero antes de que pudiera aclarar la situación, un aroma familiar y sutil llegó a su nariz: vainilla con almendras.

Wilson giró su rostro con algo de dificultad, encontrándose de frente con la última persona que esperaba ver: su odioso paciente, el mismo omega que lo había vuelto loco en la consulta. Ahí estaba, parado con una expresión socarrona en el rostro, sosteniendo su maletín de trabajo.

—Creo que se le perdió algo —dijo House con una leve ironía, alzando el maletín con una sonrisa maliciosa.



Wilson apenas podía mantenerse en pie. Su mente estaba nublada por el alcohol y el dolor de cabeza, y cada paso que daba parecía un desafío monumental. Al salir de la comisaría, sus piernas tambaleaban, y House, observando desde una distancia prudente, se preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que el alfa se desplomara sobre el pavimento.

Wilson intentó detener un taxi, pero cuando el conductor le pidió una dirección, se quedó en silencio, sin saber realmente a dónde quería ir. Lo último que deseaba era regresar a casa y enfrentarse a su esposa. House, notando su vacilación, intervino rápidamente.

—Hotel Mercer, por favor —dijo House, tomando el control de la situación y arrastrando a un confundido Wilson dentro del taxi.

El trayecto fue silencioso, salvo por el sonido del tráfico nocturno de Nueva Jersey. Al llegar al hotel, Wilson bajó del taxi tambaleándose, echando un vistazo al edificio antes de girar la cabeza hacia House.

—Tu casa es muy bonita —murmuró Wilson, notando su entorno pero claramente desorientado—. Aunque es muy grande... y hay muchas personas...

House se rió suavemente, su tono impregnado de sarcasmo.

—Sí, tengo una gran fiesta en la suite. No te preocupes, eres el invitado de honor.

House se colocó al lado de Wilson, intentando darle apoyo para que pudiera avanzar, pero con su bastón y la pierna mala, la tarea se volvió más complicada de lo que había anticipado. A pesar de sus esfuerzos, se tambaleaban juntos, casi cayendo en más de una ocasión. Finalmente, después de una batalla con el ascensor y un par de pasillos, llegaron a la habitación de House.

Wilson, al ver la gran cama, no se lo pensó dos veces. Se dejó caer sobre ella con un suspiro de alivio, claramente agotado. House lo miró un momento, notando el desastre que era la situación. Estaba demasiado cansado para preocuparse por quitarle los zapatos a Wilson o intentar hacerlo más cómodo. En cambio, se fue al baño y se cambió de ropa, deseando quitarse el peso del día de encima.

DiagnósticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora