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—¿Y si me des-mayo? —le pregunta a Elena, quien le estaba haciendo solo algunos pocos retoques

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—¿Y si me des-mayo? —le pregunta a Elena, quien le estaba haciendo solo algunos pocos retoques.

—Entonces el señor Bridgerton estará ahí para atraparla.

La ceremonia estaba por empezar.

—Te ves magnífica —su padre estaba ahí.

Su hija lo vio a través del espejo y le sonrió. Su padre se acercó para cubrirle el rostro con el velo.

—Ya es hora —dijo una de las muchachas entrando por la puerta.

—Te amo... —le dice Robert a su hija, tomándola del brazo.

—Te amo más... —Se aferró a él mientras caminaban. Los nervios la dejaron congelada un momento frente a la entrada de la iglesia.

Respiró profundamente, y cuando entraron, todos en el lugar se pusieron de pie.

Lo primero que Adeline vio fue a Benedict y sintió ganas de llorar de inmediato.

—Podemos salir corriendo ahora si lo quieres —le sugirió él en un susurro—. Huiríamos a América.

—Po-drías decir que te opones... —le respondió ella, empezando a caminar por el pasillo—. Se-sería más dramático.

Robert tuvo que empezar a caminar más rápido cuando sintió la impaciencia de su hija. Se inclinaron delante de la reina, quien observaba con una ligera sonrisa. Robert le dio un apretón en la mano antes de pasársela a Benedict para que la sostuviera.

Adeline suspiró con nerviosismo cuando notó que Benedict sostenía los extremos del velo. Vio el temblor en sus manos, y cuando él le descubrió el rostro, la miró directamente a los ojos. El aire se le escapó de los pulmones.

—Te ves hermosísima... —trató de contener las lágrimas.

—También tú... —le sonrió Adeline, le tomó las manos y dio un ligero paso hacia el para sentirlo más cerca.

Benedict le devolvió la sonrisa. El sonido de la ceremonia a su alrededor se desvaneció, y todo lo que podía ver era a Adeline, parada frente a él, con una expresión que reflejaba tanto amor que sintió como las piernas se le aflojaban. Pero la firmeza de su agarre lo mantenía en su lugar; era como si ella fuera la única ancla en su mundo a la deriva.

El arzobispo continuó con la ceremonia, y ambos trataron de prestar la mayor atención.

—Con este anillo... yo, Benedict Bridgerton, te tomo a ti, Adeline Edevane, como mi legítima esposa, para amarte, respetarte, venerarte y cuidarte —dijo, tomando una fuerte bocanada de aire mientras le deslizaba el anillo en el dedo anular—. En la salud y en la enfermedad, por todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Adeline mientras él hablaba. La sinceridad en su voz, la manera en que sus ojos se mantenían fijos en los suyos, todo le decía que ese momento era real.

Ser Feliz / Benedict BridgertonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora