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—¿De qué sonríes? —le pregunta ella

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—¿De qué sonríes? —le pregunta ella.

Él se apartó un poco y le cogió la cara entre las manos.

—¿Cómo sabes que sonreí?

—Sentí tu sonrisa en mis labios.

Él deslizó un dedo por el contorno de esos labios y luego le rozó la parte carnosa con el borde de la uña.

—Tú siempre me haces sonreír —susurra.

A ella le temblaron los labios y él sintió su aliento, caliente y húmedo en el dedo. Le cogió la mano y se la llevó a la boca, y con un dedo de ella se rozó los labios del mismo modo que le había rozado los labios a ella. Al verla agrandar los ojos, se metió el dedo en la boca y se lo chupó suavemente, lamiéndole y mordisqueándole la yema. Ella ahogó una exclamación, en un sonido dulce y erótico al mismo tiempo.

—¿Cómo te sientes?

—Nervi-osa — le responde — Pero no quiero que pares...

El susurrando su nombre como una bendición.

—Te deseo —gime—. No puedes imaginarte cuánto. No tienes idea.

La única reacción de ella fue un suave y ronco gemido que pareció salirle del fondo de la garganta. Eso fue como echarle aceite al fuego que ardía dentro de él, y la aferró más fuerte con los dedos, enterrándoselos en la piel, mientras deslizaba los labios por la esbelta columna de su cuello. Fue bajando, bajando los labios, dejándole una estela caliente en la piel, deteniéndose muy brevemente cuando llegó al comienzo de la elevación de su pecho.

Ella ya estaba completamente debajo de él, sus ojos velados de deseo. Y eso era muchísimo mejor que cualquiera de sus sueños. Y vaya si había soñado con ella. Emitiendo un posesivo gruñido, se introdujo el pezón en la boca. A ella se le escapó un gritito, y él no pudo reprimir un ronco rugido de satisfacción.

—Shhh... —la arrulla—, déjame...

Él le puso un dedo sobre los labios, tal vez con demasiada fuerza, pero es que se le estaba haciendo cada vez más difícil controlar sus movimientos.

—No pienses. Solo deja que yo te dé placer.

Recordó lo que le había hecho la primera vez, cuando ambos estaban ebrios, no era comparado con ese momento.

—¿Te gusta esto? —susurra él, siguiendo el contorno del pezón con la lengua.

Ella no logró abrir los ojos, pero asintió.

—¿Te gusta esto? —pregunta él, bajando la lengua por el costado del pecho y mordisqueando la sensible piel de más abajo.

Ella asintió, con la respiración superficial y rápida.

—¿Y esto? —Le baja más el vestido, y deslizó la boca hacia abajo, mordisqueándole suavemente la piel hasta llegar al ombligo.

Esta vez Adeline ni siquiera logró hacer un gesto de asentimiento. Estaba prácticamente desnuda ante él y lo único que era capaz de hacer era gemir, suspirar y suplicar que continuara.

Ser Feliz / Benedict BridgertonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora