El aire se sentía denso, como si el peso de las miradas y la reverencia de cada miembro de la tribu estuviera cargando la atmósfera. No podía entenderlo. ¿Cómo había llegado a este punto? Apenas unos días antes, todo lo que conocía se había desmoronado en el mar, y ahora... aquí estaba, con una tiara que brillaba como si fuera un símbolo de algo sagrado. Mi mente se negaba a aceptar lo que estaba ocurriendo. Era una persona común, una mujer que hasta hacía poco apenas podía mantener su vida en orden, ¿y ahora ellos creían que era una diosa? Miré la tiara sobre mi cabeza, ese resplandor que jugaba con las luces de las velas, y me sentí más pequeña que nunca. Mi corazón latía fuerte, a punto de estallar de incredulidad y confusión.Y entonces lo vi: uno a uno, todos los presentes comenzaron a inclinarse. Hombres, mujeres, niños... todos cayeron de rodillas ante mí, como si mi mera presencia fuera suficiente para hacerlos rendirse. Mis ojos recorrieron la multitud, buscando una señal de que esto no era real, que alguien me mirara con duda, con la misma incertidumbre que sentía yo. Pero no la encontré. Todos me observaban con una mezcla de devoción y asombro, como si estuvieran frente a una deidad ancestral.El tambor que había marcado el ritmo de la ceremonia continuaba, pero ahora parecía lejano, casi ahogado por los latidos ensordecedores de mi propio corazón. Y entonces lo vi: Amaru. Mi guía, mi salvador, mi... ¿Qué era él ahora? Se arrodilló ante mí, con la misma devoción que el resto, pero a mis pies. El mismo joven que apenas unas horas antes me había sonreído con nerviosismo, ahora se inclinaba en señal de respeto, como si yo fuese alguien superior, alguien sagrado.Mi boca se secó. No podía procesarlo. Ver a Amaru así, a mis pies, me resultaba imposible de comprender. Todo en mí quería gritar que no, que no era lo que ellos pensaban, que había algún error. Quería tocar su hombro, decirle que se levantara, que esto no tenía sentido. Pero mi cuerpo no respondió. Me quedé inmóvil, atrapada en la contradicción de mi propia existencia.¿Cómo puede ser real?, pensé mientras mi mente se debatía entre el miedo y la incredulidad.
—Es un placer estar a sus órdenes, Diosa —dijo Amaru con la cabeza inclinada, su voz cargada de una profunda reverencia que me dejó sin aliento.
Sentí que el mundo daba vueltas. La incredulidad me invadía, y aunque las palabras de Amaru eran claras, todo a mi alrededor parecía un sueño del que no podía despertar. ¿Diosa? ¿Yo? Era absurdo, completamente ilógico. ¿Cómo podía ser que este joven, que me había salvado, cuidado y guiado, se estuviera arrodillando ante mí? Todo mi ser gritaba que algo estaba mal.No lo pensé demasiado. De repente, mis piernas se doblaron, y me arrodillé también. Me arrodillé ante Amaru, con las manos temblorosas. Me incliné frente a él, porque, ¿Cómo podía yo, una extraña, una sobreviviente, aceptar que alguien como él se arrodillara ante mí? Él, que me había protegido y ayudado a sobrevivir, no merecía inclinarse. Si alguien debía hacerlo, era yo.
—Amaru... —susurré, con la voz quebrada—. No entiendo nada de esto. No soy una diosa. Soy... solo una mujer. Yo debería estar a tus pies, no al revés.
Amaru alzó la cabeza con lentitud, y sus ojos, siempre llenos de esa calidez que había aprendido a reconocer, me miraban con una mezcla de confusión y sorpresa.
—Diosa... —murmuró, claramente aturdido por mi acción. Su mirada se suavizó, pero el desconcierto seguía ahí—. ¿Por qué haces esto? Tú... eres diferente. Todo en ti es señal de los dioses.
—No, no lo soy —negué con firmeza, y sentí las lágrimas acumulándose en mis ojos—. Amaru, fuiste tú quien me protegió. Tú quien me ayudó. ¿Cómo puedes inclinarte ante mí cuando te debo mi vida?
Sus ojos reflejaban el conflicto interno, como si quisiera comprender lo que yo le decía pero al mismo tiempo fuera incapaz de hacerlo. Para él, yo no era solo una mujer, sino algo mucho más grande, algo que no alcanzaba a entender.
—Los dioses nos guían de formas que no siempre comprendemos —dijo con voz suave—. Si te hemos encontrado, si has llegado hasta nosotros, es por algo. Mi deber es protegerte y servirte, no porque me lo debas, sino porque es lo correcto.
—Pero yo no soy especial —insistí, sintiendo el peso de la situación caer sobre mí—. Solo soy... solo soy Alaida.
Amaru me miró por un largo momento en silencio, como si buscara las palabras correctas.
—Tal vez tú no lo veas, pero nosotros lo sentimos —dijo finalmente—. La tribu, mi padre, incluso yo... Sabemos que no llegaste aquí por casualidad.
Amaru me observaba en silencio, sus ojos fijos en los míos como si tratara de descifrar algo más allá de mis palabras. Podía ver en su rostro la fe, la esperanza, y una devoción que no entendía pero que no podía ignorar. Me sentí atrapada entre lo que sabía que era cierto —que no era más que una mujer perdida, una extraña en este lugar— y lo que veía en ellos: una creencia tan profunda que parecía inquebrantable.
El aire entre nosotros se llenó de una extraña tensión. Mi corazón latía con fuerza, y las voces de la tribu a nuestro alrededor eran murmullos lejanos, como el eco de un sueño. Yo no era nadie, pero para ellos, para Amaru, parecía serlo todo.
—No sé qué hacer —susurré, mi voz quebrada por la confusión y el miedo.
Amaru inclinó la cabeza, con una suavidad casi imposible de entender en alguien que había demostrado ser tan fuerte. Su mano tembló ligeramente cuando la extendió hacia mí, como si aún temiera romper esa norma invisible del contacto físico. No lo hizo. La dejó suspendida en el aire, cerca, pero sin tocarme.
—No tienes que entenderlo todo ahora —dijo en voz baja, casi como si hablara solo para mí—. Lo que importa es que estás aquí. Que nos trajiste luz en medio de la oscuridad. La tribu cree en ti. Y yo... yo también creo en ti.
Me quedé inmóvil, sus palabras envolviéndome como un manto cálido. Sus ojos, siempre sinceros, me miraban con una fe tan profunda que, por un instante, sentí que quizá, solo quizá, lo que él decía podía tener algo de verdad. Pero no era verdad, no para mí. Yo no era una diosa. Sin embargo, al ver la esperanza reflejada en cada uno de sus gestos, supe que no podía deshonrar aquello en lo que creían.La tribu había sufrido, lo sentía en el ambiente. Habían pasado por momentos difíciles, y ahora, de alguna manera inexplicable, mi presencia les ofrecía consuelo. No podía arrebatarles esa esperanza. No podía rechazar su fe. Tomé una decisión en ese momento, aunque mi corazón aún dudaba. No era una diosa, no lo sentía, pero si mi simple existencia les traía un poco de paz, no era yo quien para deshonrar sus creencias.
—Está bien, Amaru —dije con una sonrisa temblorosa—. Si eso es lo que necesitan, entonces... seré su diosa.
Amaru alzó la vista hacia mí, y por primera vez en días, lo vi sonreír con una alegría sincera, una que iluminó su rostro. Sus ojos brillaban con una intensidad que me dejó sin aliento. Sabía que, aunque mis palabras aún estaban cargadas de dudas, para él significaban todo.
—Gracias, Alaida —dijo con una voz llena de alivio y emoción—. Gracias por aceptar. No sabes lo que esto significa para nosotros... para mí.
Asentí, intentando mantener mi compostura mientras una tormenta de emociones se desataba en mi interior. No estaba segura de si alguna vez me sentiría cómoda con este papel, pero por ahora, eso no importaba. Importaba que ellos creían, y que yo no les arrebataría esa creencia.Con Amaru a mi lado, la tribu se arrodilló de nuevo. Y aunque una parte de mí seguía sin creer en la posibilidad de ser una diosa, comprendí que a veces, lo que importa no es quién eres realmente, sino lo que representas para aquellos que te rodean.
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Amaru ©
Mystery / ThrillerAlaida jamás pensó que un vuelo de rutina terminaría en una lucha desesperada por su vida. Tras un brutal accidente aéreo, se despierta en una isla perdida en el océano, rodeada por una naturaleza implacable y un silencio abrumador, pero pronto desc...