Capítulo 11 ~ Cercanía en la Penumbra

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Mientras el sueño me envolvía, la calma de la noche se transformó en una pesadilla oscura y tormentosa. En un giro brusco, me encontré en una casa familiar que no reconocía, un lugar cargado de sombras y resentimientos. Las paredes estaban desgastadas, con la pintura desconchada y los muebles rotos, un reflejo sombrío de mi mente perturbada.Mi padre estaba allí, una figura imponente y amenazadora, su rostro oscuro y severo, sus ojos fríos y vacíos. Me miraba con desprecio, sus palabras eran cuchillos afilados que cortaban mi autoestima con cada reproche.


—Nunca serás suficiente —gruñó, su voz retumbando en el eco de la habitación.


Sus palabras eran seguidas por el sonido cruel de risas provenientes de mis compañeros de clase, que se materializaban en el entorno. Se burlaban de mí, sus voces se mezclaban en un coro de burla y desprecio. Me señalaban y reían, sus palabras eran veneno que se filtraba en cada rincón de mi mente.


En un rincón de la habitación, mi madrastra apareció, su presencia era aún más temible. Con una mirada llena de envidia, se acercó con tijeras en la mano. Sin una palabra, comenzó a cortar mi cabello, mechones caían al suelo mientras me miraba con una sonrisa cruel en su rostro. Cada corte era un golpe, cada mechón caído una herida más profunda en mi alma.


—No mereces nada —murmuró con una frialdad aterradora, mientras encendía un cigarro y apagaba la brasa ardiente contra mi piel expuesta. El dolor era agudo y penetrante, un tormento que no parecía tener fin.


La pesadilla persistía como un manto oscuro que se negaba a desvanecerse. La habitación familiar se transformó en un escenario interminable de tormento. Mis ojos seguían fijos en el rostro de mi padre, cuya furia no parecía disminuir. Su desprecio era una sombra que se alargaba y envolvía todo a su alrededor.


El ambiente se tornó opresivo y claustrofóbico. Las risas de mis compañeros se desvanecieron, dando paso a un eco más siniestro. Recorrí el pasillo de la casa que se extendía indefinidamente, hasta llegar a una sala que parecía la oficina de un psicólogo. Las paredes estaban adornadas con diplomas y certificados, pero el aire era pesado y opresivo.Vi a un hombre en una silla frente a una mesa, con un rostro serio y cansado. Era el psicólogo que había estado en mi vida cuando tenía solo cinco años. Su mirada era crítica, sus palabras llenas de juicio.


—No es normal —decía con tono impasible—. La conducta de una niña de tu edad no debería ser así. Necesitas ayuda, pero parece que estás enredada en tus propios miedos y desesperaciones.

El ambiente se volvió aún más agobiante. Los recuerdos de las sesiones de terapia volvieron con intensidad, cada palabra del psicólogo retumbando en mis oídos. Las sesiones se mezclaban con las imágenes de mi padre, que se mantenía en el fondo, observando todo con un desdén hiriente.

En el sueño, el tiempo parecía distorsionarse. La pesadilla se alargaba, y las torturas de mi padre continuaban. La figura de mi padre se acercaba, sus manos crueles y dominantes se extendían hacia mí. Esta vez, no solo me maltrataba con palabras; me sometía a torturas físicas. Su mirada era de pura malicia, sus acciones repetitivas y despiadadas.


—Nunca entenderás —gruñó mientras me forzaba a enfrentar mi dolor y desesperación—. No eres nada más que una carga para todos.


Me veía atrapada en una espiral interminable de dolor y humillación. Las cicatrices de mi pasado parecían abrirse una y otra vez, sin posibilidad de sanación. Las imágenes del psicólogo y mi padre se fusionaban, creando un laberinto de angustia y tormento.De repente, en un giro aún más perturbador, me encontré en un lugar oscuro, una celda de aislamiento. El frío y la soledad eran palpables, y mi padre se mantenía en la puerta, mirándome con una sonrisa fría. Me sentía completamente desolada y atrapada, el peso de la desesperación era aplastante.

Amaru ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora