Capítulo 2 ~ Ojos color miel.

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El hombre continuaba mirándome con una intensidad que parecía atravesar mi alma, como si quisiera desentrañar cada uno de mis secretos

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El hombre continuaba mirándome con una intensidad que parecía atravesar mi alma, como si quisiera desentrañar cada uno de mis secretos. Su postura firme, con el arco todavía tenso y la flecha apuntando a mi corazón, no mostraba ninguna señal de ceder. Sentía que su mirada me juzgaba, me evaluaba, y en medio de ese escrutinio, apenas podía respirar.

—Alaida — logré responder, mi voz temblando, apenas un murmullo entre el ruido de las olas rompiendo en la distancia y el latido desbocado de mi corazón.

En cuanto pronuncié mi nombre, el miedo que había estado manteniendo a raya se desbordó. Mis manos empezaron a temblar incontrolablemente y una sensación de desesperanza me inundó. Las lágrimas, que había intentado contener, comenzaron a brotar sin control, resbalando por mis mejillas mientras mi pecho se sacudía con sollozos silenciosos.

—Por favor, no me hagas daño — suplique, mi voz quebrada por el miedo y el agotamiento.

Bajé la mirada, incapaz de soportar la intensidad de sus ojos miel, que seguían fijos en mí. Me sentía pequeña, vulnerable, como un animal acorralado sin ninguna posibilidad de escape. Cada segundo que pasaba me convencía más de que mi vida pendía de un hilo, un hilo que él podía cortar con un solo movimiento de su mano. Mi cuerpo temblaba y la súplica salió de lo más profundo de mi ser, una última esperanza de que en su corazón pudiera haber un atisbo de piedad.

Los sollozos se hicieron más fuertes y sentí cómo mi cuerpo se encogía instintivamente, como si con ello pudiera protegerme de lo inevitable. No había nada más que pudiera hacer, salvo esperar, esperar y rezar en silencio para que, de alguna manera, el joven guerrero decidiera perdonarme.

—Naker... Alaida... —repitió el joven, como si estuviera probando el sonido de mi nombre en sus labios por primera vez. Había una extraña suavidad en su voz, como si lo pronunciara con cuidado, sopesando cada sílaba. Luego, con una expresión casi infantil en su rostro, preguntó—: ¿Por qué lloras?

Levanté la cabeza, enfrentando de nuevo su mirada. Ahora, había algo diferente en sus ojos. La intensidad que antes me aterrorizaba había dado paso a una expresión de curiosidad, como si nunca hubiera visto a alguien llorar, como si mis lágrimas fueran un misterio para él.

—No quiero morir —afirmé, esta vez con más firmeza, a pesar del temblor en mi voz, manteniendo mis ojos fijos en los suyos. El miedo seguía allí, aferrándose a mí, pero sentí la necesidad de hacerle entender mi desesperación, de transmitirle mi deseo de vivir.

El joven frunció el ceño, su rostro pasando de la curiosidad a una expresión de desconcierto. Parecía que mis palabras lo habían tomado por sorpresa, como si el concepto de morir no fuera algo con lo que estuviera familiarizado, al menos no de la manera en que yo lo entendía.

—¿Morir? —repitió, su voz sonaba genuinamente perpleja mientras se acercaba un poco más a mí.

Cada paso que daba hacia mí hacía que mi corazón latiera más rápido. No entendía muy bien la situación, no sabía si el hombre comprendía el significado de mis palabras, o si tal vez había algo en nuestra comunicación que no se estaba alineando. Pero entonces, señalé su arco, que aún estaba tenso, con la flecha apuntando directamente a mí, haciendo una referencia clara a lo que acababa de decir.

Amaru ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora