Me desperté lentamente, mi cuerpo aún pesado por el cansancio de la noche anterior. La luz del amanecer se filtraba débilmente a través de la ventana de la cabaña, iluminando suavemente el espacio en el que me encontraba. Giré en la cama y, para mi sorpresa, Amaru ya no estaba. La sensación de vacío en el lugar donde había dormido me hizo sentir una repentina inquietud. Me incorporé rápidamente, casi sin pensar, y me dispuse a buscarlo.
Al levantarme con cierta prisa, tropecé con una de las mujeres de la tribu, que parecía estar organizando algo en el rincón de la cabaña. Ella me miró con una sonrisa tranquila, como si ya hubiera previsto mi preocupación.
—¿Sabes dónde está Amaru? —pregunté, mi voz saliendo más apurada de lo que pretendía.
La mujer ladeó la cabeza, sin perder su serenidad, y me respondió:
—Lo más probable es que haya salido a cazar con su grupo. Amaru es el líder de los cazadores, y suelen partir al amanecer cuando hay necesidad de provisiones.
Me quedé en silencio, asimilando sus palabras. Claro, era lógico que tuviera responsabilidades más allá de lo que había compartido conmigo hasta ahora. A pesar de la calma en la voz de la mujer, sentí una ligera punzada de decepción, como si de alguna manera hubiera esperado que estuviera aquí cuando despertara. Aunque sabía que no era razonable pensar así, no podía evitar sentirme un poco perdida.
—No te preocupes, volverá antes del anochecer —añadió ella, probablemente notando la expresión en mi rostro—. Siempre regresa con su grupo. Es un excelente cazador.
—Gracias —le respondí, tratando de recomponerme—. No lo sabía.
La mujer sonrió, como si aquel conocimiento fuera algo natural para todos en la tribu excepto para mí. Me di cuenta entonces de lo poco que sabía realmente sobre él, más allá de lo que me había mostrado en su compañía.
—Quizás puedas descansar un poco más o acompañarnos a recoger hierbas para el almuerzo —ofreció, señalando hacia un grupo de mujeres que ya estaban preparándose para salir.
Pero yo solo asentí, todavía con la mente en otro lugar, pensando en Amaru y en todo lo que estaba descubriendo sobre él, sobre su vida en la tribu.
Después de unos segundos en silencio, decidí aceptar la propuesta de la mujer. Quizás acompañarlas a recoger hierbas me distraería un poco y me ayudaría a conocer más sobre la tribu y su forma de vida.
—Está bien, iré con ustedes —respondí, intentando sonreír para ocultar la inquietud que aún sentía por la repentina ausencia de Amaru.
La mujer asintió con una sonrisa amable y me guió fuera de la cabaña hacia el grupo de mujeres que ya se preparaba para salir al bosque. Todas ellas me saludaron con calidez, aunque noté que algunas me miraban con una mezcla de curiosidad y reverencia, como si todavía no hubieran terminado de asimilar la idea de que yo fuera su diosa. La presión de ese título comenzaba a sentirse extraña, y aunque no sabía si alguna vez me acostumbraría a ser vista de esa manera, intenté no pensar demasiado en ello.
Caminamos juntas en silencio por un sendero estrecho que se adentraba en el bosque. El aire fresco de la mañana estaba cargado del aroma de las hojas húmedas y la tierra, y los árboles altos nos brindaban una sombra suave mientras avanzábamos. Las mujeres, algunas de ellas ya mayores, se movían con la destreza de quien ha recorrido esos caminos toda su vida. Yo, por mi parte, trataba de mantener el ritmo, observando sus movimientos para aprender.
—¿Siempre hacen esto? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.
—Casi todos los días —respondió una mujer joven a mi lado, mientras inclinaba su cuerpo para cortar cuidadosamente algunas hojas de un arbusto cercano—. Las hierbas son esenciales para nuestros remedios, nuestras comidas y ceremonias. Todo lo que usamos viene del bosque.
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Amaru ©
Mystery / ThrillerAlaida jamás pensó que un vuelo de rutina terminaría en una lucha desesperada por su vida. Tras un brutal accidente aéreo, se despierta en una isla perdida en el océano, rodeada por una naturaleza implacable y un silencio abrumador, pero pronto desc...