Capítulo 4 ~ Ritos de Bienvenida.

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Amaru se dirigió hacia una gran roca plana que estaba cerca de la cabaña, y con un gesto tranquilo me invitó a sentarme a su lado. Mientras me acomodaba en la piedra, no pude evitar pensar en la conversación que acabábamos de tener con su padre. Quedé sorprendida por lo bien que Amaru hablaba español durante su conversación con el jefe, una fluidez que no había mostrado conmigo antes.

—Pensaba que no hablabas bien español —dije, mientras me sentaba junto a él.

Amaru esbozó una pequeña sonrisa antes de mirarme directamente a los ojos, una mirada intensa que aún no terminaba de comprender del todo.

—Ah, sí, hablo bien español —respondió, pero hizo una pausa, como si estuviera decidiendo si continuar o no—. Hablo mal cuando estoy nervioso.

Una leve sombra de sonrojo comenzó a teñir sus mejillas, una señal de vulnerabilidad que contrastaba con su postura generalmente segura. No pude evitar sonreír al ver cómo ese color rosa cálido se extendía por su rostro, dándole un aire casi infantil.

—¿Te pongo nervioso?—pregunté con una sonrisa divertida, disfrutando de la inesperada ternura de aquel momento.

El rubor en sus mejillas se intensificó aún más, y por un momento pareció perder las palabras. Amaru desvió la mirada, claramente intentando recomponerse.

—Em... —murmuró, claramente incómodo, antes de que su expresión cambiara y adoptara un tono más serio—. Te explicaré las reglas.

Su cambio de actitud fue rápido, pero no lo suficientemente rápido como para que no notara su incomodidad. Aun así, entendí que para él, la conversación debía volver a un terreno más seguro, más controlado. Aunque esa pequeña chispa de vergüenza que había mostrado se quedó en mi mente, una imagen agradable que atesoraría en medio de toda la incertidumbre que me rodeaba.

Decidí no insistir y le di espacio para retomar la conversación de manera más formal. Sabía que lo que estaba por decirme era importante para mi supervivencia en este lugar extraño, y por eso, dejé que Amaru recuperara su compostura mientras esperaba a que me guiara a través de las reglas de la aldea.

El se aclaró la garganta antes de continuar, su tono adoptando una firmeza que indicaba la seriedad de lo que estaba a punto de decirme.

—No puedes tener contacto físico con nadie.

Fruncí el ceño de inmediato, mi curiosidad despertándose al instante. Su advertencia me parecía extraña, especialmente después de lo que habíamos pasado.

—¿Por qué? —pregunté, tratando de entender la razón detrás de una regla tan rígida.

Amaru me sostuvo la mirada, sus ojos miel mostrando una mezcla de solemnidad y cautela.

—Está prohibido  —explicó con una calma que no lograba disipar del todo la tensión en su voz—. Para nosotros, el contacto físico es algo muy íntimo. Solo se puede tener si estás casado y eres mayor de edad.

Sus palabras me dejaron sorprendida, casi atónita. Me quedé en silencio, intentando procesar lo que acababa de escuchar. En el mundo del que venía, el contacto físico era algo natural, cotidiano, una forma de expresar afecto o apoyo sin mayores connotaciones. Pero aquí, en esta tribu, parecía ser un tema cargado de un simbolismo que no comprendía del todo.

—¿De verdad? —murmuré, todavía tratando de asimilar lo que significaba esta regla para mi vida en la aldea.

Amaru asintió, su expresión tan seria como antes. No parecía estar bromeando, y eso solo aumentó mi sorpresa. Era difícil imaginarme en un lugar donde incluso el acto más simple de tocar a alguien estuviera prohibido, donde un gesto tan pequeño pudiera tener un significado tan profundo.

Amaru ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora