Capítulo 8 ~ La Flor de la Esperanza

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La luna brillaba en lo alto, colgando como una joya plateada sobre el cielo oscuro. Su luz bañaba el paisaje con una suave claridad, mientras la brisa nocturna acariciaba mi piel. Los miembros de la tribu se acercaban a mí uno a uno, inclinando la cabeza y murmurando palabras de gratitud y respeto.


—Gracias por bendecirnos con tu presencia, Diosa —me decían algunos, con voces llenas de devoción.


No sabía cómo responder. Solo sonreía y asentía, sintiéndome fuera de lugar pero sin atreverme a romper esa burbuja de fe que habían construido alrededor de mí.De repente, Amaru apareció a mi lado, su figura esbelta y segura proyectaba una sombra suave bajo la luz de la luna. Me miró con su típica sonrisa tímida, esa que solo parecía mostrarme a mí.

—Diosa —dijo con un tono un poco más ligero que el de los demás—, ¿me permite llevarla a un lugar especial? —Sus ojos brillaban con una calidez que me hizo sentir más tranquila, casi olvidando por un momento la confusión de todo lo que estaba sucediendo.

—Por supuesto, Amaru —respondí, esbozando una pequeña sonrisa. No sabía a dónde me llevaría, pero algo en su mirada me decía que necesitaba ver aquello.


Empezamos a caminar por un sendero que se alejaba de la tribu. El silencio era interrumpido solo por los suaves crujidos de nuestras pisadas sobre las hojas caídas y el canto lejano de los insectos nocturnos. Mientras avanzábamos, los árboles parecían alzarse más altos, como si nos estuviéramos adentrando en un rincón secreto del bosque.Después de unos minutos, el sonido de agua corriendo comenzó a resonar suavemente, aumentando a medida que nos acercábamos. Cuando finalmente salimos del espeso follaje, me encontré ante una vista que me dejó sin aliento.Una cascada resplandecía bajo la luz de la luna, el agua caía en un suave torrente desde lo alto de una roca cubierta de musgo. El líquido cristalino brillaba con destellos plateados mientras caía en una laguna tranquila, rodeada de helechos y flores que parecían moverse al compás del viento. La luna reflejada en el agua creaba un efecto hipnótico, como si el cielo mismo hubiera descendido a la tierra para darnos la bienvenida.El aire olía a tierra húmeda y a la frescura del agua, con una tranquilidad que parecía envolver cada rincón de aquel lugar. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y solo existiera la cascada, Amaru y yo.


—Es hermoso... —dije casi en un susurro, incapaz de apartar la vista de la cascada. Nunca había visto algo tan puro, tan lleno de vida.


Amaru se acercó a la orilla de la laguna, mirándome con una sonrisa satisfecha. Parecía orgulloso de haberme traído aquí, de compartir conmigo aquel rincón de paz.

—Este es mi lugar favorito —dijo, su voz suave y calmada—. Aquí vengo cuando quiero estar en paz... y cuando quiero pensar. —Me miró de nuevo, sus ojos reflejando la misma serenidad del agua—. Pensé que te gustaría.

Asentí, sin poder apartar la vista de la caída del agua, que parecía cantar con cada roce contra las piedras. El sonido era calmante, como un susurro que hablaba solo para nosotros.

—Es perfecto —respondí, con una sinceridad que brotó sin esfuerzo.

 En ese momento, bajo la luz de la luna y frente a esa majestuosa cascada, todo el peso de mi reciente identidad de "diosa" parecía menos agobiante, menos confuso.

Amaru se sentó en una roca cercana y me invitó a hacer lo mismo.


—Aquí, bajo las estrellas, todo parece más simple, ¿verdad? —dijo, observando el cielo mientras las estrellas brillaban por encima de nosotros.

Amaru ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora