Capítulo 19.- Peligro

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Paphitchaya se tiene que parar a la entrada de Shan Tamir para dejar pasar a una furgoneta negra, de las que llevan vidrio solo en la parte de delante y chapa negra atrás y en los laterales. Le llama la atención que esté tan cuidada y sea tan nueva. Algo le hace pensar que es buena idea aprenderse la matrícula; no llega a ver los números, pero sí las letras KFK.

Más adelante, ve el coche de Yoko y le da la impresión de que en ese sitio y con esa sensación de abandono está menos fuera de lugar que circulando por Bangkok . Parece increíble, pero todavía nadie se ha acercado a él, sigue teniendo todo en su sitio.

La agente, ha llegado en moto y no sabe cómo se lo va a llevar; si lo deja ahí no van a tardar ni media hora en desvalijarlo y llevarse hasta las ruedas.

Antes de ocuparse de eso, mira las chabolas que hay cerca. Una yonqui con unos pantalones amarillos sale de una de ellas.

—Oye, ¿sabes dónde está la dueña de este coche?- Preguntó con interés.

—¿Qué pasa, se lo quieres comprar?-

—¿Lo sabes o no?- Insiste perdiendo la paciencia.

—Que te den por culo, tía- Respondió la otra malhumorada.

La yonqui se va. Paphitchaya saca su teléfono, intenta llamar de nuevo a su amiga, pero nadie le contesta. Después marca el teléfono de Ling.

—¿Seguís en el chalet?-

—No, vino un hermano del muerto y nos tuvimos que marchar. ¿Has encontrado a Yoko?-

—No, he encontrado su coche, pero ella no está.-

—Dime dónde estás y voy para allí-

—Tranquila, ve mirando una matrícula. No sé los números, pero es KFK, una furgoneta Mercedes negra, una de las grandes, no sé cómo se llama el modelo.-

—¿Para qué?-

—No tengo ni idea. Luego te llamo, Ling-

Paphitchaya mira alrededor, unas mujeres han salido de sus chabolas y le miden a lo lejos, sin acercarse. Cuando ella va hacia ellas, vuelven a meterse en sus casas de ladrillos, tablones y techo de uralita. No hay ni gasolinera, ni comercios ni nada. Ninguna cámara de vigilancia en varios kilómetros a la redonda. El lugar ha sido bien escogido: nadie que viva allí hablará nunca con la policía.

Pase lo que pase, no quedarán testigos que lo cuenten.

Camina por delante de las chabolas, solo hay una que está abierta: esa de la que salió la mujer de los pantalones amarillos. Se acerca, dentro solo hay una silla y una mesa de plástico con publicidad de una marca de cerveza. Pasa a un distribuidor del que surge un pasillo que lleva a unas habitaciones igualmente deshabitadas. Pisa unos cartones mugrientos y sale de la chabola. Deben usarla para meterse lejos de miradas indiscretas.

De vuelta a la calle, Paphitchaya se cruza con un hombre que está mirando el coche de Yoko, probablemente valorando la posibilidad de empezar a desmontarlo pieza a pieza.

—Ni se te ocurra tocarlo.- Amenazó con seriedad.

—¿Es tuyo? —contesta en un inglés casi perfecto, pero que deja ver que no es nativo.

Paphitchaya no va a discutir, le deja ver la culata de la pistola colocada en la sobaquera y repite la advertencia.

—Ni se te ocurra tocarlo. ¿Sabes montar en moto?-

—Mejor que Valentino Rossi, señorita-

—¿Quieres ganarte cincuenta euros?-

—¿A quién hay que matar?- Preguntó de nuevo el hombre.

Línea Roja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora