Capítulo 17.- Punto de no retorno (Parte 2)

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Aquello fue suficiente para dinamitar cualquier posible autocontrol que les quedara.

A ambas.

Bajó de su cuerpo con buen cuidado de rozar con su centro sus piernas desnudas. Yoko notó el calor y la humedad a través de la tela.

Estaba a punto de implosionar.

¿Podría una persona morir por eso?

Esperaba que no, o ella sería el primer caso.

La doctora le agarró una mano y tiró de ella, encaminándose hacia su habitación.

 Le hervía el cerebro.

Paso a paso se iba acercando a su cama con Yoko Apasra cogida de la mano. No sintió miedo, ni inseguridad; no se creyó insuficiente cómo le había sucedido en otras ocasiones con otras parejas que había tenido, porque la chica que tenía medio paso detrás de ella no hacía otra cosa, que demostrarle de todas las maneras posibles, que estaba tan fascinada con su presencia cómo ella misma con la suya.

Cuando quisieron darse cuenta, ya estaba la pediatra cerrando la puerta de su habitación a sus espaldas.

Se aproximó a Yoko muy despacio, que estaba algo perdida en mitad de aquel espacio sin nombre que emanaba intimidad de las paredes. Le cogió las manos para transmitirle paz, se agachó y dejó un beso en sus labios, que la castaña se encargó de alargar atrayéndola por la nuca. Sus respiraciones se habían serenado y se dedicaron a calmar sus nervios, que no eran pocos. 

Yoko, en su caminar torpe por aquel sendero de intimidad que habia recorrido con la médico, sintió que necesitaba su piel desnuda contra la suya, a lo largo, a lo ancho.

Y dentro.

Faye, puso los dedos de una mano en su esternón y los fue deslizando torso abajo, entre sus pechos, por su abdomen contraído por el contacto, hasta el borde del sujetador. Delineó el borde hasta el lateral de sus caderas y desabrochó uno de sus enganches. Alzó la mirada y Yoko asintió, dándole permiso para continuar.

Desabrochó el segundo y, con un tirón de nada, el sujetador cayó al suelo dejando ante sí a la diosa egipcia que tantas veces había imaginado, sólo vestida con unas bragas azules con dibujitos infantiles.

 La morena sonrió, se mordió el labio y la miró.

-Jo, es que no esperaba que nadie me las fuera a ver-Reconoció la más pequeña, azorada.

-Son muy chulis, monito- Contestó la médico divertida.

-¿Chulis?, ¿Qué tienes, cinco años?- Contestó Yoko arrugando también los ojos divertida. 

-¡Oh por dios!, ¡cállate!-

La médico fué a por su boca para demostrarle lo mucho que le gustaban, olvidados ya los tiempos muertos por la vergüenza por saber a que habían ido a esa habitación, volviendo a lo más alto de su excitación. Acarició su espalda ya desnuda y en este caso fueron sus manos las que atraparon el culo de la castaña, apretándole contra su alto cuerpo.

 Escuchó un gemido salir de ella y su respiración alborotada en su oído.

-Si te parecen muy cutres, doctora, puedo quitármelas- Le susurró la agente, dándole un lametón en el pabellón auditivo.

-Uhmmm- Gimió la pediatra, pues las palabras no eran capaces de encontrar el camino de salida.

-Pero antes tendremos que empatar esto, ¿no?- Y sin previo aviso, de un tirón bajo la cremallera lateral del mono granate que llevaba puesto la doctora.

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