Capítulo I

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   —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

   El 'amén' de la congregación se escuchó al unísono. Cerré mi Biblia y bajé del púlpito. Fui abordado por el Padre William. Me abrazó y me mostró una sonrisa cálida.

   —¡Ah, John! Qué el Señor te bendiga. ¿Podemos conversar un momento?

   —Seguro.

   Acomodé mis lentes redondos y me encaminé con él hacia las oficinas, ubicadas en la parte trasera de la iglesia.

   Cuando llegamos, nos adentramos a su oficina. Él cerró la puerta.

   —Tengo una noticia que darte, John, y sé, por tu noble corazón, que no la tomarás a bien. Pero está bien entristecerse. Recuerda que nuestro Señor Jesús siempre está con nosotros.

   Puso su mano sobre mi hombro. Tragué en seco mientras pasaba unos mechones de cabello por detrás de mi oreja, esperando la noticia y pensando lo peor.

   El semblante del Padre William denotaba tristeza. Era un hombre cincuentón de una de las iglesias con más feligreses en Escocia, lugar que me había acogido durante cinco años.

   Había confesado mi pecado, y él me perdonó, dándome una nueva oportunidad para ejercer mi sacerdocio y continuar mis estudios filósofos y teológicos.

   —Stuart, tu amigo de Inglaterra, falleció ayer.

   —Dios mío, no...

   La noticia me ocasionó un vacío en el estómago. Desde que había partido de Liverpool para dejar atrás a alguien a quién no quería mencionar, no me había puesto en contacto con él. Y al año siguiente, cuando murió Mimi, borré toda intención de volver a pisar tierras inglesas.

   —Sí, es lamentable. Un derrame cerebral.

   Me senté de golpe en el sofa. El Padre William se sentó a mi lado, manteniendo su mano cálidamente en mi espalda.

   —Y llegó tu cambió de iglesia. Te están solicitando de nuevo allá.

   Aquello fue lo peor. Sentí cómo mi estómago se retorció, al tiempo que sacudía mi cabeza en negación.

   —No, no... No quiero volver allá. Usted sabe que no quiero. Y sabe exactamente por qué no quiero.

   —John, lo entiendo. Pero Dios te perdonó. Y mereces volver a empezar, sin importar quién esté al lado tuyo. Yo te considero un hombre recto ante los caminos de Dios. Hiciste lo correcto al dejar a ese hombre a un lado y mantener tu vista puesta en los caminos de Dios.

   Tomé una bocanada de aire y apoyé mis codos sobre mis rodillas, al tiempo que cubría mi rostro con mis manos. Los mechones de mi cabello se fueron hacia adelante, y tuve que pasarlos por detrás de mi oreja para que no estorbaran mi visión.

   —Además, él debe estar con su familia... Estoy completamente seguro que ya se olvidó de ti.

   Eso me dolió más de lo que podía esperar: quizá el sentimiento de dolor del saber que probablemente había sido olvidado por él era más fuerte que mi impulso por evitarlo a toda costa.

   Es que sí. Lo nuestro, si es que alguna vez había habido algo más intenso que unos besos y sexo, había durado tan solo un par de meses.

   Con ella tenía cinco años. Y cinco años no pasaban en vano.

   Había tenido tiempo de madurar. Y yo también. Ambos éramos jóvenes, pero sabía que mi decisión había sido la correcta.

   «Oh, Dios... ¿En serio alguna vez estuve dispuesto a dejar el sacerdocio por él?», pensé. avergonzándome.

Forgive me ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora