Capítulo IX

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   Me adentré a la casa de Paul con John en brazos. El niño tenía su cabeza recostada en mi hombro y su cuerpo relajado y profundamente dormido, luego de haber corrido y jugado en el parque.

   Mary, aunque no estaba dormida, se veía cansada.

   —Ve a ducharte y a ponerte la pijama. —Le indicó Paul en un susurro mientas que yo dejaba a John en el sofá—. Y lávate el cabello porque está sudado.

   —A mamá no le gusta que duerma con el cabello mojado, papá.

   —Mary, para cuando duermas ya estará seco —le dijo. Tocó los mechones de su cabello e hizo mueca de asco—. Mira, lo llenaste de lodo y tienes el cuero cabelludo lleno de tierra. Vamos, sin excusas. Y pon esa ropa en la cesta.

   La niña corrió hacia las escaleras y desapareció al final de ellas. Paul y yo tomamos asiento en el sofá grande con cuidado de no despertar a John.

   Hubo un silencio. Paul soltó un suspiro y me miró.

   —Lo siento. He sido cruel contigo... y ya tenías un peso bastante grande encima de tus hombros con que lidiar. Intenté sacarte de lo que te dio paz en un momento así y eso no me lo voy a perdonan nunca.

   Pasé mi mano por su espalda, subiendo hasta sus hombros. Toqué su mejilla, sintiendo el tacto de su barba en mis nudillos y mirando su boca y deseando besarla.

   —Aunque Dios y la iglesia me ayudaron mucho a levantarme de ese momento, tú me das mucha felicidad y compañía... Y si estuve a nada de dejar el sacerdocio por ti, significa que eres una parte irremplazable en mi vida, a pesar de todo lo malo que pasó. Entonces, por favor, no te culpes. Todo se nos escapó de nuestras manos.

   Me incliné hacia él y dejé un beso en su mejilla, logrando que el vello de su barba me diera cosquillas ante el roce con mi piel.

   Paul se esforzó por esbozar una sonrisa sutil.

   —Ahora estoy más seguro de que haber renunciado a la posibilidad de tener algo contigo fue la decisión correcta. Si tú eres feliz, yo soy feliz.

   Él sabía perfectamente lo devoto que era ante su ser y la vulnerabilidad que provocaba en mi interior con sólo una mirada.

   Y como yo aún era un estupendo indeciso cuando se trataba de él, Paul no quería volver a caer en el enredo del pasado y pasar tragos amargos por comentarios míos acusándolo de haberme hecho pecar.

   Además, las cosas habían cambiado para ambos.

   Ahora Paul tenía a alguien que le daba lo que yo nunca había podido darle: estabilidad e incondicionalidad.

   Mientras que yo había huido, Robert Fraser se había mantenido a su lado.

   «Supongo que no es fácil confiar en alguien te abandonó —pensé—. Y tampoco es fácil confiar en alguien te fue infiel.»

   Nos habíamos hecho daño como nunca y ahora eramos dos adultos incapaces de reparar lo que habíamos destruido sin lastimarnos otra vez.

   Hacíamos lo que podíamos, sabiendo que de todos modos estábamos perjudicándonos con manteneros juntos, pero separados a la vez.

   —Te quiero como a nadie, Paul.

   Era el primer 'te quiero' luego de cinco años. Él se permitió sonreír.

   Era precisamente lo que odiaba de mí mismo: reprimir mis 'te amo' por 'te quiero', sustituir mis besos por abrazos, y mis ganas intensas de hacerle el amor por caricias genuinas.

Forgive me ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora