Capítulo XI

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   Brian pasó su mano por mi cintura y me sujetó.

   —¿Estás muy mareado? Dios, estás pálido...

   Desde que me había levantado, supe que algo no estaba bien conmigo. Comencé con debilidad, náuseas... Y cuando pensé que no podía ponerme peor, cuando llegué al hospital, sentí demasiados mareos y mi visión comenzó a ponerse borrosa.

   —Acompáñame donde el doctor Harrison —le dije cuando entramos al hospital. Me costaba incluso respirar.

   Las manos de Brian seguían puestas en mi cintura, ayudándome a avanzar hacia al corredor del piso principal en busca del consultorio.

   Para mi bendición me topé con él en el pasillo. Y al verme, su semblante se tornó sorpresivo.

   —¡John, hola! Dios mí, ¿qué tienes?

   —Mareos, náuseas, debilidad —Epstein contestó por mí, y se lo agradecí.

   —Debe ser la presión baja. Ven.

   Me condujo hasta su consultorio, donde me hizo sentar en la camilla. Envolvió mi brazo en un brazalete negro conectado a un aparato pequeño.

   —¿Desde cuando estás así?

   —Esta mañana —le contesté. El brazalete comenzó a inflarse, aprisionándome las venas y haciéndome sentir una sensación bastante desagradable en el brazo.

   Pronto dejó de inflarse y comenzó a vaciarse lentamente mientras que la pantalla del aparato marcaba unos números. Cuando terminó emitió un pitido.

   —Sí —Harrison asintió, yendo al estante a buscar algunas cosas—, tienes la presión arterial demasiado baja. ¿Padeces de eso? —me preguntó él—. ¿Tomas hipertensivos?

   Negué con la cabeza ante las dos preguntas.

   —No, jamás...

   —Bien.

   Vino a mí con unas vías, unas agujas y una bolsa de suero. No me gustaba en lo absoluto las agujas, así que sólo me dediqué a cerrar los ojos mientras George hacía su trabajo.

   —¿Estás pasando por alguna situación de estrés, John? —me preguntó cuando sentí la aguja en la parte superior de mi mano.

   —Eh..., bueno... Supongo que sí.

   —Probablemente el motivo de tu presión baja sea algún episodio de estrés, tristeza, angustia... En fin, un conjunto de emociones negativas que afectan tu sistema nervioso. De todos modos te mandaré hacer unos exámenes para descartar.

   Asentí y comencé abrir los ojos. Mis venas estaban recibiendo el tratamiento que me había puesto: la bolsa con líquido transparente estaba suspendida en el perchero.

   Pronto George sacó su celular, marcó un número y se lo puso en la oreja.

   —Fresas.

   Colgó y volvió a guardarlo.

   —Quédate en reposo. —Me indicó—. En menos de diez minutos ya deberías comenzar sentirte mejor.

   Y antes que George se diera la vuelta para salir, la puerta del consultorio se abrió y Paul entró jadeando de cansancio.

   —Ahora huele a fresas —murmuró Harrison, sonriendo mucho.

   Comenzaba a pensar que aquella fruta era una especie de código entre ellos para referirse a mí.

   —¿Qué tienes, Johnny?

   Caminó hacia mí mientras miraba a Brian de reojo.

   —El paciente necesita estar solo —le exigió Harrison—. Por favor, si puede estar afuera...

Forgive me ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora