Capítulo II

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    Era la sensación confusa de haber deseado no toparme con él y de estar contento por verlo; era esa mezcla de cariño y recelo; felicidad y tristeza. Era eso lo que hacía que mis palabras se quedaran atascadas en mi garganta.

   Y fue en ese momento que todos los recuerdos que durante años me esforcé por reprimir resurgieron con fuerza.

   Descubrí, para mi desgracia, que tal vez nunca había dejado de quererlo. Aún había un cariño intenso, aunque no amoroso.

   Paul parpadeó un par de veces, esforzándose por esfumar las lágrimas que querían escaparse de sus ojos. Su nariz se enrojeció al instante.

   —¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás aquí?

   Estaba enojado conmigo. Y tenía todo el derecho.

   —Yo... yo... vine a... Bueno, me solicitaron... Yo... —Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.

   —¿Lo conoces, papá? —John preguntó, esbozando una sonrisa idéntica a la de su padre—. ¿Es tu amigo?

   Paul caminó en silencio hacia la cama de su hijo y corroboró, con manos temblorosas, la bolsa con un líquido transparente que estaba entrando en las venas de John mediante una manguera.

   —Sí, lo conozco. Y no... En realidad no somos tan amigos. Sólo conocidos.

   Sentí un vacío en mi estómago. Pasé mi mano por mi cabello, dejando unos mechones detrás de mi oreja.

   —¿Ya puedo quitarme esto?

   —No. Aún no.

   Con mis ojos puestos encima suyo, Paul comenzó a buscar los instrumentos necesarios para poder tomar una muestra de sangre.

   —¿Te dan miedo las agujas, John? —le pregunté.

   —Si es mi papá no —me dijo él—. Con mi papá nunca duele.

   Paul hizo un torniquete en el brazo pequeño de su hijo, deteniendo el flujo de sangre y logrando que las venitas en el brazo pudieran marcarse más.

   Enterró la aguja, perforó la piel, y succionó la sangre que pasó por un tubo hasta llenar la jeringa. Luego la sacó, puso un algodón y dobló el brazo.

   —Mantenlo así un momento, ¿bien?

   Echó la muestra en un frasco alargado y escribió el nombre con un lápiz rojo.

   —¿Cuándo va a venir mamá?

   —No lo sé. No hagas preguntas.

   En cuestión de segundos Malcolm entró a la habitación. Sonrió cuando vio a Paul, y este, rígido aún, no pudo corresponderle cálidamente.

   —¡Aquí está el pediatra favorito del hospital! —bromeó, dándole unas palmaditas en el hombro—. Qué gusto verte, Paul.

   Pensé en lo mucho que había cambiado. Cuando lo conocí apenas había terminado su carrera de medicina y ya sentía que estaba comiéndose el mundo. Recordaba perfectamente lo mujeriego que solía ser y lo irresistible que se sentía al saber que ninguna mujer podía contenerse a él.

   Y sus comentarios fuera de lugar. La manera en la que demostraba sus emociones a flor de piel y lo imprudente que era algunas veces.

   Pero había algo en él que quizás había cambiado.

   Había perdido el encanto en sus ojos, ese brillo particular que irradiaba con tan solo mirar y la sonrisa alegre que sus labios formaban sin alguna razón especial.

Forgive me ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora