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Las noches en la ciudad siempre habían sido testigos de los secretos más oscuros. Para Mía, esa noche iba a revelar uno de esos secretos que cambiarían su vida para siempre. Salió del estudio temprano, emocionada por sorprender a Rafaela con una cena. Había comprado su comida favorita, una botella de vino y hasta unas velas aromáticas. Todo iba a ser perfecto... o al menos eso pensaba.
Al acercarse al departamento, escuchó risas. Al principio, pensó que Rafaela había invitado a alguien sin avisarle, algo que hacían de vez en cuando. Pero cuando se acercó a la puerta, las risas se mezclaron con murmullos y sonidos que le resultaron perturbadoramente familiares. Con el corazón en la garganta, decidió entrar en silencio. Lo que vio la dejó paralizada.
Rafaela y Cecilia, su mejor amiga, estaban en la sala, entrelazadas en un beso apasionado. Mía sintió que el aire la abandonaba. Por un segundo, pensó que estaba soñando, que aquello no podía ser real. Pero lo era.
—¡¿Qué demonios es esto?! —gritó Mía, su voz quebrada por la mezcla de dolor y rabia. Ambos se separaron de inmediato, las caras pálidas y ojos como platos.
—¡Mía, espera! —dijo Rafaela, dando un paso hacia ella con las manos extendidas—. No es lo que parece...
—¿No es lo que parece? —replicó Mía, sintiendo que el pecho le ardía—. ¡Te encontré besándote con mi mejor amiga! ¿Qué más se supone que debo pensar?
Cecilia bajó la mirada, mordiéndose los labios, claramente avergonzada. Mía la miró con una mezcla de decepción y enojo. Había confiado en ella, le había contado todas sus inseguridades respecto a Rafaela. Y ahí estaba, siendo traicionada por las dos personas en las que más había confiado.
—Rafaela, ¡yo...! —intentó decir Cecilia, pero Mía levantó una mano, pidiéndole silencio.
—No quiero escucharlo —dijo Mía con voz firme, aunque por dentro estaba hecha pedazos—. Ustedes se lo pueden quedar, ¿saben? —miró a Rafaela y luego a Cecilia, sintiendo que su corazón se rompía con cada palabra—. Yo me voy.
Salió del departamento sin mirar atrás, aunque podía escuchar a Rafaela llamándola desesperadamente. Bajó las escaleras apresuradamente, con el corazón latiendo con fuerza. Llamó a la primera persona que le vino a la mente: Feli.