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Era un día despejado en Buenos Aires. El cielo lucía tan cristalino que el sol se reflejaba en cada rincón de la ciudad, desde los edificios más altos hasta las humildes casas en los barrios más alejados. Entre esos barrios marginales y la cumbre de la opulencia de la ciudad, el destino tejía hilos invisibles que unirían a dos almas que nunca debieron encontrarse.
Feli, la hija menor de una de las familias más ricas de Argentina, vivía rodeada de lujos. Su apellido Reficco abría puertas a oportunidades que solo unos pocos podían imaginar. Los negocios de su familia abarcaron desde inversiones en el extranjero hasta propiedades a lo largo del país. Para muchos, era la hija ideal: elegante, educada en las mejores escuelas y con el futuro asegurado. Sin embargo, debajo de esa fachada de perfección, Feli se sentía vacía, incomprendida y atrapada por un destino que ella no había elegido.
A sus 23 años, su vida se resumía a fiestas llenas de hipocresía, reuniones de caridad donde solo se asistía para impresionar y mantener la imagen, y una soledad que ninguna cantidad de dinero podía curar. Feli solía mirar por las enormes ventanas de su cuarto, preguntándose si alguna vez sentiría una conexión real con alguien, alguien que la viera más allá de su apellido o su fortuna.
La oportunidad para algo diferente llegó una noche de verano en uno de los eventos de caridad organizados por su familia. Era una gala deslumbrante, con políticos, celebridades y empresarios millonarios asistiendo, vestidos con trajes y vestidos que costaban más que las casas de muchas personas. Feli, como de costumbre, llevaba una sonrisa bien ensayada mientras saludaba a los invitados, compartiendo conversaciones superficiales y sin sentido.
Fue en medio de ese bullicio cuando la vio por primera vez. Iza, una joven camarera, se movía entre la multitud con una bandeja en las manos, sirviendo bebidas a los invitados. A diferencia del resto, había algo en ella que capturó la atención de Feli: no era su aspecto físico, aunque Iza era indudablemente hermosa. Era la forma en que su mirada irradiaba una mezcla de seguridad y desafío, como si desafiara al mundo entero con solo existir.
Cuando sus miradas se cruzaron, fue como si el tiempo se hubiera detenido.
Iza se acercó, y Feli sintió su corazón latir más rápido de lo normal. Se dio cuenta de que la chica no sabía quién era ella, y eso fue precisamente lo que la hizo aún más intrigante. Feli estaba tan acostumbrada a que las personas la trataran como una princesa, como alguien inalcanzable, que el simple hecho de que Iza no la reconociera, la hacía sentir curiosa y vulnerable a la vez.
