EDLT✨

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Feli siempre había sido una chica tranquila, casi invisible para los demás

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Feli siempre había sido una chica tranquila, casi invisible para los demás. Se sentaba en las últimas filas de la clase, observando el comportamiento de sus compañeros desde su lugar, sin intervenir. Su cabello largo y oscuro caía sobre su espalda, ocultando parcialmente su rostro, dándole una sensación de misterio que atraía la curiosidad de algunos. A pesar de su belleza, nunca buscaba destacar, no le gustaba ser el centro de atención. Prefería la calma, la soledad, o las conversaciones profundas, aunque fueran pocas.

Mía, en cambio, era todo lo opuesto. Con una sonrisa constante en el rostro, siempre rodeada de amigos y risas, era el alma de cualquier lugar en el que estuviera. Era extrovertida, segura de sí misma, siempre llena de energía. No había un rincón de la escuela donde no la conocieran, y todos se sentían atraídos por su manera de ver la vida: llena de colores, de emociones, de aventuras.

Aunque Mía parecía tenerlo todo, algo en Feli siempre la intrigó. Esa calma en su andar, esa paz que emanaba. Cada vez que pasaba cerca de ella, Mía sentía una curiosidad inexplicable, como si Feli estuviera en otro plano, uno que no era tan ruidoso ni tan agitado como el suyo. Mía observaba cómo Feli pasaba desapercibida para la mayoría, sentada sola, mirando por la ventana o escribiendo en su cuaderno sin que nadie la interrumpiera. No era el tipo de persona a la que normalmente se acercaría, pero algo dentro de ella la impulsaba a intentar conocerla.

Fue en una tarde lluviosa cuando Mía decidió finalmente dar el paso. Estaba sola, caminando por los pasillos de la escuela, buscando a sus amigos, cuando la vio. Feli estaba recargada contra su casillero, con los auriculares puestos, perdida en su propio mundo. Mía se acercó, la observó por un momento y, sintiendo un impulso, dio un paso adelante.

—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó Mía, señalando el banco vacío junto a Feli.

Feli levantó la vista, sorprendida. No estaba acostumbrada a que alguien se le acercara de esa manera. Pero vio algo en los ojos de Mía, una chispa de sinceridad, que hizo que no pudiera decir que no.

—Claro... —respondió Feli, su voz suave pero firme, sin mucha emoción en el tono.

Mía se sentó junto a ella, sonriendo como si no fuera nada fuera de lo común, aunque en su interior sentía una pequeña chispa de nerviosismo. No sabía por qué, pero algo la atraía hacia Feli de una manera que no entendía del todo.

—No te he visto mucho por aquí —comentó Mía mientras sacaba su teléfono, intentando romper el hielo—. Eres una de esas personas que se mantienen en su propio mundo, ¿verdad?

Feli la miró, sorprendida por la observación tan acertada. No esperaba que Mía, con su energía arrolladora, se fijara en esos pequeños detalles.

—Sí, me gusta estar tranquila... —respondió Feli, más por cortesía que por otro motivo.

Mía no se detuvo. De alguna manera, parecía disfrutar de esa conversación tranquila, como si fuera una pequeña burbuja en medio de la vorágine de su vida. Le contó a Feli sobre sus amigos, sobre las fiestas, sobre la música que le gustaba. Feli la escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando, aunque en su mente pasaban mil pensamientos. Le sorprendía que alguien tan extrovertido estuviera tan cómoda en su presencia. En su mundo, Mía parecía tan distante, tan diferente, pero al mismo tiempo, tan cercana.

Durante las siguientes semanas, Mía no dejó de acercarse a Feli. Al principio, solo eran pequeños saludos en los pasillos, algunas sonrisas compartidas durante el almuerzo. Pero poco a poco, Mía comenzó a quedarse un poco más cada día, buscando excusas para hablarle o para sentarse a su lado. Feli, aunque sorprendida, no pudo evitar sentirse intrigada por esa constante presencia. Mía no era como los demás; no la presionaba para hablar ni la forzaba a salir de su zona de confort. Simplemente estaba ahí, y eso le daba una sensación extraña de seguridad.

Un día, Mía decidió invitar a Feli a una de sus salidas con amigos. Aunque sabía que Feli no era de salir mucho, pensó que podría ser una forma de romper el hielo y acercarse más a ella.

—Oye, Feli, ¿te gustaría venir con nosotros al cine este sábado? —le preguntó Mía, con su típica sonrisa amplia.

Feli se sintió un poco desconcertada. No estaba segura de si debía aceptar. Las reuniones con mucha gente no eran su fuerte, y salir de su rutina de calma le resultaba incómodo. Pero algo en los ojos de Mía, esa sinceridad en su invitación, la hizo decir que sí.

El sábado, cuando llegaron al cine, Mía se quedó junto a Feli, como si estuviera esperando algo. Durante la película, Feli no podía evitar sentir una extraña calidez cuando Mía la miraba, una sensación que nunca había experimentado. Aunque Feli no hablaba mucho, Mía no parecía importarle. Estaba ahí, a su lado, y eso era suficiente.

Esa noche, después de la película, mientras caminaban hacia el estacionamiento, Mía tomó la mano de Feli sin pensarlo. Feli se detuvo, sorprendida por el gesto, pero Mía no la soltó.

—Feli, ¿te he dicho alguna vez que me gustas mucho? —preguntó Mía, mirando fijamente a los ojos de Feli.

Feli sintió su corazón latir más rápido, pero no sabía cómo responder. Había algo en el tono de Mía que la hacía sentir especial, como si la estuviera mirando de una manera en la que nadie más lo hacía. Era un sentimiento nuevo para Feli, y por un momento, todo lo que podía hacer era mirarla, sin saber qué decir.

—Yo... también me siento así —respondió finalmente Feli, su voz temblorosa pero sincera.

Mía sonrió ampliamente, y sin pensarlo, la abrazó. Feli, aunque sorprendida, se quedó allí, inmóvil al principio, pero luego se permitió abrazarla también, sintiendo cómo su corazón comenzaba a abrirse a algo que no esperaba. Algo que era suave, pero profundo.

A partir de ese día, las cosas cambiaron entre ellas. Las pequeñas charlas cotidianas se volvieron más largas y llenas de significado. Feli comenzó a compartir más sobre sí misma, y Mía aprendió a escuchar sin interrumpir, a entender esos silencios que antes le parecían tan vacíos. En esos momentos de calma, se dieron cuenta de que su relación no era solo una casualidad. Había algo más, algo que las unía de una manera única.

Feli y Mía se enamoraron en medio de un silencio lleno de palabras no dichas, en medio de miradas que hablaban más que cualquier frase. Fue un amor que creció poco a poco, sin prisas, sin presiones. Cada encuentro, cada conversación, las unía más, y aunque venían de mundos completamente diferentes, juntas encontraron un equilibrio perfecto.

El amor, para ellas, no siempre necesitaba palabras. A veces, lo único que hacía falta era estar allí, en silencio, pero sintiendo que cada latido del corazón estaba en el mismo ritmo. Y así, en ese silencio que ambas compartían, descubrieron un amor que lo decía todo.

 Y así, en ese silencio que ambas compartían, descubrieron un amor que lo decía todo

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Cortoto peor volví aprovechando la idea y q Iza saca albummm😭‼️🫶🏻

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