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Las discusiones entre Feli e Iza se habían vuelto un patrón. Todo comenzaba con algo insignificante, y antes de que Feli pudiera reaccionar, las palabras se transformaban en gritos, los gritos en golpes, y los golpes en cicatrices invisibles que Feli llevaba en el corazón. Aquella tarde, todo comenzó por un mensaje de Valeria, su amiga de la universidad. Feli había dejado su celular sobre la mesa mientras preparaba la cena, sin imaginar que ese pequeño gesto detonaría una tormenta.
Iza entró en la cocina con el celular de Feli en la mano, sus ojos llenos de furia.
El mensaje de Valeria, aunque inocente, había encendido los celos de Iza.—¿Otra vez con Valeria? —preguntó Iza, su voz helada, mientras levantaba el celular para mostrárselo a Feli-. ¿Por qué sigues hablando con ella, Feli? ¡Te dije que no quiero que tengas contacto con ella!
Feli sintió un nudo en la garganta. Ya estaba cansada de tener esta misma conversación una y otra vez, pero sabía lo que venía después si no respondía con cuidado. Tratando de calmar la situación, bajó el fuego de la estufa y se volvió hacia Iza con las manos alzadas en un gesto de paz.
-iza, es solo un mensaje. Valeria me preguntó cómo estaba, nada más. No hay nada entre nosotras, ya lo sabes. Es solo una amiga.
—¡Amiga! -—Iza lanzó una carcajada amarga, dando un paso hacia Feli-.
¿Amiga? No me trates de estúpida, Feli.
Yo sé cómo son las cosas. Me estás mintiendo.Feli respiró hondo, intentando mantener la calma.
—No te estoy mintiendo, te juro que no.
Solo quiero que entiendas que no hay ninguna razón para que te pongas así.
Valeria no significa nada más que amistad para mí.Pero Iza no escuchaba. Era como si cada palabra que Feli dijera no hiciera más que alimentar su furia. De repente, sin previo aviso, Iza levantó la mano y la descargó contra el rostro de Feli. El golpe fue rápido y fuerte, y Feli cayó hacia atrás, tropezando con una silla antes de caer al suelo.
El impacto dejó a Feli aturdida por un momento. Sentía un zumbido en los oídos y el lado izquierdo de su rostro ardía, el dolor irradiando hasta su mandíbula. Las lágrimas llenaron sus ojos, no solo por el dolor físico, sino por la impotencia, por la sensación de que ya no podía reconocer a la persona que amaba.