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El sonido de la lluvia contra los cristales siempre había sido una melodía reconfortante para Feli. La tranquilizaba escuchar el suave golpeteo de las gotas cuando estaba acurrucada en el sofá, leyendo o simplemente pensando. Sin embargo, aquella tarde lluviosa no traía paz; su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos confusos. Desde hacía semanas, algo no andaba bien. Iza estaba distante, con silencios largos entre ellas, ausencias inexplicables y un aire de tensión constante que Feli no lograba identificar.
Las palabras que antes fluían con facilidad se habían vuelto escasas. Las conversaciones que alguna vez las mantenían despiertas hasta el amanecer ahora eran reemplazadas por noches de silencio incómodo. Algo había cambiado entre ellas, y Feli lo sentía. Pero hasta ese momento, había elegido no enfrentarlo. "Solo es una mala racha", se repetía a sí misma una y otra vez, intentando convencerse. "Nosotras podemos superar esto, siempre lo hacemos."
Pero la verdad era que no podía ignorarlo más. En un acto que ni ella misma entendía, había empezado a buscar en la casa algo, cualquier cosa que explicara ese cambio. Y entonces lo encontró. Estaba buscando uno de los abrigos de Iza, el que siempre dejaba en el perchero junto a la puerta, cuando su mano tropezó con un recibo doblado en uno de los bolsillos. Lo sacó, pensando que sería una factura o algo sin importancia. Pero en cuanto sus ojos se posaron en las palabras impresas en el papel, sintió que su corazón se detenía.
Leyó las palabras una y otra vez, esperando que desaparecieran, que se convirtieran en otra cosa. Pero no, ahí estaban. Y debajo, la fecha: hacía dos meses. Dos meses. Feli se tambaleó, buscando apoyo contra la pared. Su respiración se volvió irregular mientras su mente trataba de procesar lo que significaba.
—¿Iza está... embarazada? —murmuró para sí, su voz temblando. Pero no, eso no tenía sentido. Iza no estaba embarazada. Entonces, ¿de quién era esa cita? ¿Por qué la tenía Iza? El frío de la tarde se coló por la ventana entreabierta, pero Feli apenas lo notó. Su cuerpo entero se sentía entumecido.
Esperó. Se quedó sentada en el sillón, el recibo arrugado en su mano, mirando el reloj que parecía moverse con una lentitud insoportable. Cada segundo se arrastraba, haciéndola más consciente de la tormenta de emociones que crecía dentro de ella. Estaba confundida, enojada, y sobre todo, herida. ¿Cómo había llegado a esto?
Finalmente, la puerta se abrió, y los pasos familiares de Iza resonaron en el departamento. Feli levantó la vista, su corazón acelerándose al verla. Iza se quitó el abrigo, sin darse cuenta de la tensión que llenaba la sala, hasta que sus ojos encontraron los de Feli.