Los días en Mónaco habían estado marcados por una rutina constante de trabajos ocasionales en distintos restaurantes y presentaciones diarias en el lugar que finalmente le ofreció un contrato tras enamorar a los comensales con su voz. Sin embargo, lo que realmente mantenía a Maddy en pie era su creciente amistad con Arthur. Desde su primer encuentro hace meses, ambos se habían vuelto inseparables, pasando de una atracción inicial y coqueteos a una amistad sincera y profunda, que se había convertido en una conexión más fuerte de lo que ambos podían haber imaginado.
Esa tarde, en el luminoso y espacioso departamento de lujo de Arthur, Maddy se recostaba en el sofá, sintiendo cómo la suavidad del lugar la abrazaba. Arthur, concentrado en la cocina abierta, estaba preparando café, la pequeña máquina silbando con un tono que le parecía casi musical. La vista desde el balcón mostraba el mar en todo su esplendor, y el sol de la tarde llenaba el lugar de una cálida luz dorada que resaltaba cada rincón, como si el universo hubiera decidido ofrecerles un momento perfecto.
Mientras el aroma del café inundaba el ambiente, Arthur estaba en pleno proceso de demostrar nuevamente sus habilidades culinarias, una tradición que Maddy había aprendido a disfrutar. Cocinar juntos se había vuelto una actividad habitual en la que la risa y la complicidad se entrelazaban como si fueran los ingredientes secretos de su amistad.
“Sabes, no entiendo cómo puedes hacer café en una cocina tan moderna. ¿Dónde están las tazas? ¿Y el azúcar?” Maddy se burló, mirando el espacio impecable que parecía más una obra de arte que un lugar funcional.
Arthur rió mientras sacaba una taza de un armario alto. “Solo porque sea una cocina de alta gama no significa que sea infalible. ¡Y este café será toda una revelación!” le guiñó un ojo, con un aire de confianza que siempre la hacía sonreír.
Maddy puso los ojos en blanco, su tono juguetón fluyendo. “¿Para mí?” preguntó con fingida incredulidad. “¡Espero que al menos sepa a algo más que agua caliente!”
Arthur puso una mano en su pecho, fingiendo indignación. “¡Oye! No tienes idea de cuánto tiempo he perfeccionado esta receta. ¡Es la especialidad de la casa!” La forma en que enfatizaba la última frase le hacía reír.
“Ajá, seguro que sí,” bromeó ella, sonriendo ampliamente mientras lo veía moverse con un aire casi teatral.
Finalmente, cuando el café estuvo listo, se acomodaron en el sofá, la atmósfera cálida y familiar envolviéndolos como una manta. La conversación fluyó de manera natural hacia sus vidas, sus pasados y sus sueños futuros. Arthur, con su humor característico, hacía que Maddy se sintiera en confianza, creando un espacio donde las verdades se compartían y las risas llenaban los huecos.
“Es curioso,” comenzó Maddy, mirando el café humeante en su taza como si le revelara algún secreto. “Cómo la vida puede cambiar tan rápido. Hace solo dos años estaba en Monterrey, soñando con escapar de todo, y ahora... estoy aquí, en Mónaco, conociendo gente increíble y persiguiendo lo que siempre quise.”
Arthur asintió, tomando un sorbo de su café. “Y ahora estás aquí, conociéndome a mí, lo cual no debe ser tan malo,” dijo, sonriendo de manera pícara. “Aunque, admito que me has cambiado la vida también.”
“¿De verdad?” preguntó Maddy, arqueando una ceja con diversión. “¿Y cómo es eso?”
Arthur le sostuvo la mirada, hablando más en serio esta vez. “Sí, no solo por la amistad, aunque eso ya es más de lo que podría haber pedido. Me has mostrado una manera de ver la vida que antes no había considerado. Todo lo que me contaste... y cómo has seguido adelante. Me has hecho pensar más en lo que realmente importa.”
Maddy sonrió, sintiendo que su amistad con Arthur se volvía cada vez más valiosa. “Es genial saber que no soy la única que se ha beneficiado de esta conexión,” respondió con una sonrisa cálida.
Justo en ese momento, el sonido del timbre rompió la conversación. Arthur se levantó, y Maddy lo siguió con curiosidad, sintiendo un pequeño cosquilleo de anticipación.
Al abrir la puerta, Arthur reveló la figura de Pascale, su madre. Maddy había oído hablar mucho de ella, pero esta era la primera vez que la conocía en persona. Pascale era una mujer elegante y cálida, con una sonrisa que iluminaba la habitación como si el sol hubiera decidido seguirla.
“¡Maddy! Finalmente nos conocemos,” exclamó Pascale, sus ojos brillando con alegría y curiosidad.
Maddy tragó saliva, nerviosa ante el encuentro. “¡Pascale!” respondió con una sonrisa, mientras Pascale la envolvía en un abrazo cálido e inesperado que la dejó sin aliento.
“Es un placer conocerte,” añadió Maddy cuando el abrazo terminó, sintiéndose abrumada por la calidez de la mujer.
Pascale la miró de arriba abajo con una expresión amable, pero con un brillo astuto en los ojos. “Arthur me ha hablado mucho de ti. ¡Tantas cosas buenas! Pero debo decir que has superado todas mis expectativas.”
“Gracias, es... un honor escuchar eso,” dijo Maddy, aún algo tensa.
Arthur intervino antes de que su madre pudiera continuar con una lista interminable de preguntas. “Vamos, mamá, siéntate. Dale un respiro a Maddy, que a este paso va a necesitar más café.”
Pascale soltó una suave carcajada. “¡Ay, querido, tienes razón! Es que me emociona tanto conocer a alguien tan especial en tu vida.”
“Espero que mis habilidades con el café sea un buen comienzo,” dijo Arthur, con un tono de orgullo burlón.
“Eso espero,” respondió Maddy, riendo. “Pero no prometo nada. Puede que terminemos pidiendo café a domicilio”
La conversación fluyó entre comentarios sobre Mónaco, anécdotas divertidas de la infancia de Arthur y bromas ligeras. Pascale, aunque curiosa, tenía un encanto natural que lograba poner a Maddy más cómoda. Después de varias risas, la madre de Arthur lanzó una mirada llena de picardía a ambos.
“Saben, deben ser cuidadosos con esto de compartir tanto café...” dijo Pascale con una sonrisa traviesa. “No sea que termine siendo algo más que café lo que compartan.”
Maddy se ruborizó, riendo nerviosamente. “¡Oh, no te preocupes, Pascale! El café de Arthur es bastante fuerte como para mantenerme alerta.”
Arthur levantó las cejas, fingiendo sorpresa. “¡Vaya! Y yo que pensaba que era mi conversación lo que te mantenía aquí.”
“Bueno, quizás un poco de ambas cosas,” respondió Maddy, siguiéndole el juego.
“Solo espero que el café no sea lo único que te atraiga de aquí, Maddy,” añadió Pascale, con una sutileza que escondía su verdadero propósito. “Arthur tiene más cualidades que puedes descubrir con el tiempo.”
Arthur puso los ojos en blanco, con una mezcla de vergüenza y diversión. “Mamá...”
“Bueno, ya sabes cómo soy,” dijo Pascale, con una sonrisa encantadora mientras acariciaba suavemente la mano de Maddy. “Y tengo que admitir que estoy un poco celosa. ¡Nunca había escuchado a Arthur referirse tan bien de una mujer que no sea su madre!”
La tensión en el ambiente se disipó por completo, y lo que quedaba era una conversación amena entre tres personas que, sin duda, empezaban a construir un vínculo que iba más allá de la simple amistad. Pascale no ocultaba el cariño que sentía por Maddy, mientras Arthur, siempre con su tono bromista, seguía suavizando cada momento de incomodidad con su humor natural.
A medida que la noche avanzaba, Maddy se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía realmente a gusto, como si ese rincón de Mónaco estuviera empezando a ser un verdadero hogar para ella. El sol comenzaba a ocultarse, y la ciudad se encendía en luces mientras la sensación de pertenencia crecía en su corazón. Mientras las risas y las historias continuaban, Maddy supo que había encontrado más que una amistad: había hallado una familia.
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labyrinth - Charles Leclerc
Hayran KurguMaddy siempre había vivido atrapada entre las expectativas de su familia y los deseos de su propio corazón. Criada en Monterrey, México, su camino estaba marcado por el deber de estudiar abogacía y alcanzar el éxito convencional. Pero sus verdaderos...