la llamada del cementerio

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Los amigos avanzaron entre las lápidas, con el viento cortante silbando entre los árboles viejos. La lluvia, que hacía un rato los había empapado, paró de repente, como si la tormenta misma temiera lo que estaba por venir. La oscuridad del cementerio era casi tangible, envolviéndolos.

-¿De verdad es necesario hacer esto? -preguntó Valeria, con la voz entrecortada.

-Vamos, es solo una leyenda... No seas miedosa -dijo Mateo, aunque en su sonrisa había más nervios que seguridad.

De repente, un ladrido rompió el silencio. Un sonido áspero y solitario que los puso en alerta.

-¿Qué fue eso? -dijo Sofía, abrazándose a sí misma.

-Nada... solo un perro, lejos... -contestó Mateo, pero sus palabras no convencieron ni a él mismo.

Antes de que pudieran moverse, una figura surgió de entre las sombras, una mujer de mirada perdida y piel pálida como la niebla que empezaba a levantarse.

-Bienvenidos... al Cementerio de Animales -dijo la mujer con una voz hueca y sin vida-. Les advertí que no vinieran acá.

-¿Quién es usted? -preguntó Lucas, dando un paso atrás.

-Soy la cuidadora... de estas almas que ya descansan. Y ustedes... ustedes están perturbando su paz -respondió la mujer, sus ojos brillando en la penumbra.

-¿Qué quiere de nosotros? -preguntó Valeria, la desesperación evidente.

-Quiero que se queden... para siempre -susurró la mujer con una sonrisa torcida, revelando dientes amarillentos.

El grupo intentó correr, pero la salida, la verja oxidada que hace minutos habían cruzado, ahora estaba cerrada, imposible de abrir.

-No pueden escapar... El cementerio los tiene ahora -dijo la mujer, acercándose lenta pero inexorablemente.

Mateo recordó una vieja historia que le contaron de chico, sobre el cementerio y su tenebrosa leyenda.

-¿Cómo se llamaba tu mascota? -le preguntó, su voz un hilo, jugándose la última carta.

La mujer se detuvo por un instante, su expresión cambió.

-Mi... León -susurró con nostalgia-. Mi querido León.

Los amigos se miraron y comenzaron a buscar frenéticamente la tumba de León. Sabían que esa era su única chance. La mujer los seguía de cerca, cada vez más cerca.

-No deberían haber venido... -dijo mientras lágrimas comenzaban a caer de sus ojos vacíos.

De repente, el aire cambió. Las lápidas comenzaron a brillar con una luz siniestra, y lo que estaba enterrado bajo la tierra empezó a moverse. Animales, sus esqueletos y cuerpos descompuestos, se levantaron de sus tumbas. Las fauces de los perros, los chillidos de los gatos, todo resurgía de la muerte.

-¡Esto es una locura! -gritó Sofía, temblando.

-No... esto es mi familia -dijo la mujer, abrazando con un gesto retorcido a una sombra canina.

Los amigos entendieron entonces que la mujer era un espíritu atrapado en ese lugar. No podrían salir sin ayudarla.

-¿Cómo te liberamos? -preguntó Lucas, con la respiración agitada.

-Deben buscar el libro de la liberación... -dijo la mujer-. En la tumba de León.

Mateo encontró una vieja lápida con el nombre de "León". Cavaron rápidamente, y allí, entre raíces y huesos, encontraron un libro cubierto de polvo.

-Este es el libro de la liberación -confirmó la mujer.

Desesperados, comenzaron a leer las palabras antiguas, recitando un ritual que resonaba con cada sílaba, haciéndose eco en el viento que ahora los rodeaba.

-¡Liberación! -gritó Mateo, con todas sus fuerzas.

De repente, el aire en el cementerio cambió. Los animales, las criaturas que habían salido de sus tumbas, comenzaron a desvanecerse lentamente. La mujer, con una sonrisa suave, comenzó a desintegrarse también.

-Gracias... -susurró-. Ahora... puedo descansar.

Los amigos se miraron, aliviados y aún temblorosos. Comenzaron a caminar hacia la salida, que esta vez, sí estaba abierta. Sin mirar atrás, atravesaron la verja.

-Vámonos antes de que pase algo más... -dijo Mateo, con el corazón aún latiendo a mil.

Al cruzar, la verja se cerró tras ellos con un estruendo. El silencio cayó de nuevo. Pero antes de que pudieran sentirse a salvo, un viento helado los envolvió.

-¿Qué pasa ahora? -preguntó Valeria, con el pánico volviendo.

-La mujer... -dijo Mateo, dándose vuelta lentamente-. No estaba sola.

Una figura alta y oscura emergió de las sombras, los ojos rojos como brasas encendidas.

-Yo soy el dueño del cementerio -dijo la figura, su voz era grave, como el eco de mil voces-. Y ustedes... ustedes están en deuda conmigo.

Los amigos se quedaron paralizados, horrorizados.

-¿Qué deuda? -preguntó Lucas, apenas pudiendo hablar.

-Liberaron a mi esposa... pero ahora deben pagar el precio.

El grupo supo entonces que lo que habían vivido no era el final. Habían desatado algo mucho más oscuro.

-No hay vuelta atrás -dijo la figura, extendiendo una mano espectral hacia ellos-. Deben cumplir su parte del trato.

Y así, los amigos se adentraron en una nueva pesadilla, con la certeza de que el verdadero terror... recién comenzaba....

CONTINUARÁ...

CONTINUARÁ

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