En los vastos campos de la llanura argentina, donde el viento corre sin obstáculos y el horizonte parece no tener fin, se cuenta una leyenda que asusta a más de uno. Dicen que en una noche oscura y tormentosa, dos jóvenes enamorados, María y Raúl, fueron perseguidos por los indígenas del lugar. Las flechas envenenadas los alcanzaron y sus cuerpos cayeron sin vida, pero sus almas no se fueron.
Su amor era tan poderoso que los transformó en dos horneros, esas aves que con paciencia infinita construyen sus nidos de barro. Juntos levantaron uno en un árbol seco, apartado de todo. Pero lo que parecía el final de su historia, era solo el principio de algo mucho más oscuro.
Cada vez que la luna llena se asoma en el cielo, el hornero canta una melodía triste, un canto que atrae a los curiosos. A quienes se acercan demasiado al nido, les llega el susurro de María y Raúl, contando su tragedia, como si pidieran ayuda para escapar de su destino.
Pero el hornero no es lo que parece. Tiene un secreto macabro. Cada vez que alguien se arrima a su nido, empieza a construir otro, usando barro y tierra, pero lo inquietante es que en ese nuevo nido esculpe, con precisión siniestra, el rostro de quien lo observó.
La leyenda dice que si escuchás el canto del hornero y te acercás, quedás marcado. Tu cara será tallada en su nido de barro y serás su prisionero para siempre, atrapado en ese rincón maldito de la pampa.
Así que, si alguna vez estás solo en medio del campo y escuchás ese canto en plena noche, mejor andate lejos. La Maldición del Hornero es real, y si no te cuidás, podrías ser la próxima víctima.
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