Capitulo 11: Una carta por Navidad

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Narra Camila:

La navidad. Esa época que es tan fácil de definir simplemente diciendo “alegría de pocos y desgracia de muchos”. Si nos centramos en mi marco de edad, podría decirse que es un mes que se espera con muchas ansias, ya no sólo por lo que simboliza, sino por el período vacacional que representa. Pero, a medida que van pasando los años, esa ilusión se va perdiendo en algunas personas debido a la suma de responsabilidades que te cargan más la espalda que el conjunto de regalos que puedas llegar a recibir.
Por ello, el día 24 de diciembre, por definición, es aquel momento del año en el que gran parte de tu familia, en la mayoría de los casos, se reúne para festejarlo. En ocasiones, hay determinados miembros parentales que únicamente se reúnen en este tipo de fechas por lo que el vínculo familiar no es el punto más fuerte. Particularmente, no puedo quejarme demasiado ya que suelo frecuentar a la mayor parte de la familia cercana, sin embargo, no podría incluir a todos ellos en esa lista.
Mientras estaba inmersa y centrada en el bombardeo de mis pensamientos, aproveché para terminar de arreglarme para la velada. Llevaba un vestido azul marino que me llegaba hasta por encima de las rodillas pero sin llegar a cubrirlas, unas medias transparentes y unos zapatos negros de tacón. Además, me había maquillado ligeramente con un delineado en la línea de los ojos, rímel en las pestañas y un gloss rojo en mis labios.

—Cielo, necesito que entretengas un rato a tu hermana para que pueda colocar los regalos debajo del árbol. —dijo entre susurros mi madre entrando a mi habitación haciendo que me diese la vuelta. —Cariño… estás preciosa, ven aquí. —se cubrió la boca con sus manos tratando de ocultar su asombro.

—Gracias mamá, pero no es para tanto. —sonreí quitándole importancia mientras me acercaba a ella.

—Claro que lo es, vas a dejar boquiabiertos a todos, incluso a tu tío Édgar. —rio sujetando mis manos.

—Yo no estaría tan segura, ya sabes que es capaz de encontrarle defectos a todo lo que se mueve. —dije elevando una ceja.

—Cierto…—murmuró. —Bueno, mejor no pensar en eso ahora. Ya que estás lista necesito que hagas lo que te he pedido. —volvió a decir mi madre.

—Claro mamá, no te preocupes por Luna, lo tengo todo bajo control. —le sonreí antes de salir de la habitación en busca de mi hermana. —Monstruito, ¿quieres que te maquille eso que me dijiste ayer? —pregunté desde el marco de la puerta de su habitación.

—¡Síii! —exclamó la pequeña con una sonrisa.

—Vamos a mi habitación entonces. —contesté acordándome a ella para subirla a mis brazos.

Al llegar, la senté en una silla y tomé mis utensilios de maquillaje. Tras no más de diez minutos terminé, estando segura de que el resultado le iba a gustar.

—Listo, serás la gatita más preciosa de la cena. —sonreí observando los bigotes y la nariz de gato que le había dibujado y la emoción que se mostraba a través de sus gigantes orbes.

—¿Tú crees Cami? —preguntó Luna con una tímida sonrisa.

—Sí tesoro, estoy segura. —dije devolviéndole la sonrisa.

En ese momento, dos toques desviaron nuestra atención hacia la puerta.

—Así que aquí están las princesas de la casa, estáis hermosas las dos. —nos elogió nuestro padre entrando a mi habitación vestido de traje.

—Tú tampoco estás mal papá. —le guiñé un ojo. —Ya que estás aquí ¿por qué no nos haces una foto? —le pedí señalando mi móvil.

—Está bien, pero sólo si después os hacéis una con vuestro viejo. —pidió levantando una ceja mientras cogía mi móvil.

—Eso está hecho. —sonreí levantando a Luna, sentándola encima de mí. —Cuándo quieras. —lo vi asentir antes de hacer la foto.

—¿Así está bien? —me preguntó enseñándome la foto.

—Sí, gracias papá. —dije dándole un beso en la mejilla.

Después, mi padre levantó a Luna en sus brazos para que nos pudiésemos hacer una foto los tres juntos.

—¿Os vais a hacer una foto sin mí? —dijo mi madre desde la puerta, fingiendo estar ofendida.

—Claro que no mi amor, estábamos a punto de ir buscarte ¿verdad chicas? —preguntó mi padre nervioso mientras nosotras asentíamos frenéticamente.

—Haré como que me lo creo. —negó mi madre riendo.

Seguidamente, se unió a la foto creando así una bonita estampa familiar.

—Cami, me están aplastando un poco. —dijo Luna incómoda ya que nuestros padres habían aprovechado la cercanía para darse un beso, quedando Luna entre medias de los dos.

—Vale Romeo, suelta a la gatita. —le dije a mi padre mientras le arrebataba a Luna y nada más dejarla en el suelo salió disparada de la habitación.

—¿Has dicho algo cielo? —preguntó mi padre dejando de besar a mi madre.

—Nada, nada…—negué riendo levemente.

—¡HA VENIDO PAPÁ NOEL! —exclamó Luna desde el salón.

Nos acercamos rápidamente, observando como Luna ya había desenvuelto sus regalos.

—¿No vas a abrir los tuyos? —me preguntó mi madre poniendo una mano en mi hombro.

Justo cuando iba a responder, sonó el timbre.

—Luego los abro. —dije quitándole importancia.

Segundos después, como si del mismísimo mar se tratase, el comedor estaba inundado de gente. Yo me dedicaba a saludar a cada familiar, deteniéndome especialmente en Mery, mi abuela materna, y Lorenzo, mi abuelo paterno, debido a que era como tener una versión de mis padres delante, pero con algunos años más de antigüedad. Como era de costumbre, dejaron debajo de nuestro árbol, a pesar de mí desaprobación, varios regalos para mi hermana y para mí.

—No hacía falta abuelos, pero muchísimas gracias. —les agradecí con una sonrisa.

—Es una de las únicas fechas del año que permites que te consintamos con algún regalo, habrá que aprovecharlo. —sonrió Mery acariciando mi mejilla.
Mery era físicamente idéntica a mi madre, a diferencia de algunas canas y arrugas que mi abuela obviamente tenía de más. En cambio, Lorenzo, poseía características muy similares a mi padre, aunque éste ya tenía el pelo completamente gris pero igual de rizado que su hijo.

—Suerte que esta princesita no protesta. —dijo Lorenzo subiendo a Luna a sus brazos. —No crezcas nunca. —le susurró a Luna.

—Según Peter Pan no lo haré nunca. —respondió ella haciendo que riésemos.
—Esperemos que ese tal Peter Pan esté en lo cierto. —murmuró Mery aun riendo.

Seguidamente, nos sentamos en la alargada mesa del comedor para cenar. En mi lado izquierdo se había sentado mi prima Julia con la que mantenía una estrecha relación desde pequeña. Ella es un poco más alta que yo, de cabello castaño, rizado y de ojos verdes. Además, era dos años mayor que yo. Es la hija de mi tía Desiré, hermana de mi madre, siendo ésta cabello castaño, rizado y ojos verdes al igual que Julia, e hija de mi tío Cristian que, a diferencia de Desiré, es de cabello moreno, liso y de ojos azules. A mi otro lado estaba sentada Tamara, la hermana pequeña de Julia. Tenía tan solo ocho años y físicamente es idéntica a Cristian. En frente nuestra estaban mis abuelos, mis padres, mi hermana, mi tío Edgar, el hermano de mi padre, y mi tía Silvia junto con su hijo Hugo, que era de mí misma edad. Edgar físicamente era de cabello castaño, liso, de ojos marrones y alto. Silvia, en cambio, era de cabello moreno, rizado, ojos azules y de estatura medio alta.

—La semana pasada abrí mi cuarto hotel de cinco estrellas en el distrito norte y además cerré el trato del que te hablé, el de la mansión en Mallorca a pie de playa así que este verano podríais venir a pasar unos días. —le explicaba Edgar a mi padre entre la muchedumbre.

—No pienso ir ni aunque me paguen. —le murmuré a Julia, que rio al escucharme.

—Tranquila, con la que pasarás unos días va a ser conmigo en la casa de la playa que tenemos en Barcelona. Podrás llevar a tus amigas también, me caen genial. —me dijo Julia. —Y…a tu chica. —susurró en mi oído haciendo que me sonrojase.

—¡Juls! —exclamé en bajo, empujándola levemente con mi hombro mientras ella se reía. —No es mi chica… bueno, en realidad sí que lo es, pero todavía no lo hemos hecho oficial. —le expliqué en el mismo tono.

Julia vive en Barcelona, al igual que su familia, pero nos mantenemos en contacto todos los días por lo que le costó poco tiempo sacarme información sobre el tipo de relación que mantenía con Alex.

—Podrías pedírselo tú. —propuso Julia. —Tal vez ella da por hecho que tenéis una relación. —se encogió de hombros.

—Entonces estamos en las mismas. —le di una media sonrisa mientras me acaba el contenido de mi plato.

—¿Sabéis que Hugo por fin se ha echado novia? —dijo Edgar repentinamente.
—¡Papá! No hacía falta que lo dijeras en alto. —protestó Hugo.

Mi relación con Hugo era bastante estrecha, casi igual que la que tenía con Julia, considerándolo como un hermano, pero no podría decir lo mismo de su padre. Él era muy parecido a su madre.  Poseía las mismas características físicas que ella, aunque él era bastante más alto. Hugo solía estar algo apagado durante las cenas navideñas porque mi tío Edgar siempre lo obligaba a sentarse junto a él en el extremo más alejado de donde nos encontrábamos sentadas para que no pudiera entablar ninguna conversación ajena a él y a su madre. Silvia siempre trataba de convencerlo respecto a eso, pero mi primo simplemente lo obedece sin rechistar para evitar una trifulca entre ellos. Como se puede especular, mi tío es la típica persona cuadriculada que no puede ver más allá de sus propias creencias y que realiza conjeturas sobre todo aquello que va contrario a lo que él cree como correcto.

—¿Qué pasa? Es lo más normal del mundo, ¿no es así? —preguntó en el aire. —Por ejemplo, seguramente tu prima Camila tiene algún noviete por ahí, ¿verdad tesoro? —me preguntó elevando una ceja.

En mis adentros deseaba intensamente no tener ninguna referencia a esa “pregunta típica” sobre si tenía novio, pero sabía que no iba a ser posible. Aunque lo que más quería era decirle que estaba saliendo con una chica maravillosa, sabía que no era ni el momento ni el lugar.

—No tío, no tengo ningún noviete. —negué manteniendo una falsa sonrisa.

—Bueno, no pasa nada, pero me extraña que una chica tan guapa como tú no tenga uno. —dijo Edgar encogiéndose hombros.

—Que no tenga novio no significa que no tenga pareja papá. —le refutó Hugo guiñándome un ojo disimuladamente.

—¿Y qué otra cosa podría tener sino? —preguntó Edgar frunciendo el ceño sin entender a lo que se refería.

—¿Novia tal vez? —contestó Julia de manera obvia provocando algunas risas.

—¿La tienes acaso? —volvió a preguntarme Edgar.

—Bueno, si fuera así ¿qué más daría? —preguntó Silvia elevando una ceja.

—Se lo estoy preguntando a Camila. —replicó Edgar sin dejar de mirarme.

—Mira tío, sin intención de ofenderte, no tengo porque darte ninguna explicación sobre con quién estoy o dejo de estar. —contesté educadamente, dejando el comedor en completo silencio.

—¡Así se habla prima! —exclamó Tamara, siendo callada por Julia. —Lo siento...—murmuró cruzándose de brazos.

—Ya veo…—dijo Edgar simplemente.

—¿Os parece si servimos los postres? He traído la tarta de manzana que tanto os encanta. —propuso Mery cortando la tensión del ambiente, a lo que nadie se opuso.

Burlando la situación, me ofrecí como ayudante para traer toda la cantidad de postres que se encontraban dispersos en la cocina. Mientras procedí a cortar algunos pedazos de tarta, sentí una mano en mi espalda que desvió mi atención.

—No le hagas caso a tu tío, ya sabes cómo es. —me dijo mi madre con una sonrisa tranquilizante.

—Lo entiendo mamá e intento ser educada con él, pero a veces me saca de quicio con sus preguntas e insinuaciones. —suspiré cansada.

—Ya sabes que si fuera por mi él no estaría aquí, pero es el hermano de tu padre y no podría oponerme si él quiere que esté. —me explicó mi madre.

—Lo sé, intentaré controlarme. —sonreí mientras cogía un pequeño pedazo de tarta para probarla. —Mmm…creo que esto puede ayudarme. —espeté mientras mi madre negaba riendo.

—Mejor me llevo esto a la mesa antes de que te la comas entera. —dijo mi madre arrebatándome el pastel y saliendo de la cocina.

Iba a seguirla cuando mi móvil empezó a sonar. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al descubrir de quién se trataba.

—¿Alex? —pregunté extrañada al contestar.

Hola ¿te pillo en mal momento?

—No. —miré hacia la puerta. —Bueno, todavía sigo de cena familiar, estamos con los postres. —dije apoyándome en la encimera.

—Era para saber si podías escaparte cinco minutos, tengo una cosa para ti. —sonreí al escucharla.

—Yo…—suspiré sonriendo. —Creo que no pasará nada. —respondí de decir.

Genial, porque llevo en frente de tú portal más de diez minutos y me estoy congelando.

—Dame unos segundos, no cuelgues. —le pedí.

Está bien. —contestó la morena.

Me quité el teléfono del oído para acercarme disimuladamente hasta la puerta del comedor, haciéndole señas a Julia para que se acercara.

—¿Qué pasa? —preguntó Julia, en bajo, nada más acercarse a mí.

—Necesito que me cubras un rato mientras hablo con Alex fuera. —le expliqué.

—¿¡Está aquí!? —preguntó entusiasmada a lo que asentí riendo. —No te preocupes cielo, yo me encargo, ya sabes que soy una experta. —me guiñó un ojo.

—¡Gracias Juls, te adoro! No tardaré. —le di un abrazo rápido antes de acercarme a la puerta de salida. —¿Sigues ahí? —pregunté mientras pulsaba el interruptor de la puerta de abajo.

—Sí, ahora subo, espérame en tu puerta. —me pidió ella.

—Vale ojitos. —dije antes de colgar y salir al rellano, cerrando la puerta detrás de mí.

Tras pocos segundos se abrieron las puertas del ascensor, dejándome totalmente sorprendida al ver a Alex. Llevaba el pelo suelto y estaba vestida con una camisa azul oscura, unos vaqueros blancos ajustados, unos botines negros con un poco de tacón y una cazadora de cuero negra. Al igual que yo, estaba maquillada con un delineado en la línea del ojo y rímel en sus pestañas. Estaba tremendamente hermosa.

—Dios mío, estás… preciosa. —dijo Alex totalmente boquiabierta. —¿Por qué no me has avisado? Si ya de por si me dejas sin palabras cuando estás vestida de manera más casual, ahora me lo complicas muchísimo más. —dijo la morena frunciendo el ceño, pero dejando escapar una sonrisa.

—Tampoco lo has preguntado. —contesté encogiéndome de hombros. —Además, tú tampoco me has avisado a mí de haberte vestido así. Por tu culpa por mi mente han pasado millones de adjetivos en el transcurso de cinco segundos que describen lo guapa y…sexy que estás así vestida. —respondí de decir mordiéndome el labio inferior.

—¿Crees que soy guapa y sexy? —preguntó con una sonrisa pícara mientras se acercaba lentamente hacía mí.

—Sí, muchísimo, además. —dije devolviéndole la sonrisa mientras me cruzaba de brazos. —Y ahora, ¿me vas a decir que escondes detrás de ti? —pregunté elevando una ceja.

—Eso es información confidencial, podrían matarme si desvelo el contenido.       —dijo Alex dramatizando. —Pero tal vez si me das un beso, podría pensármelo. —indicó guiñándome un ojo.

—¿Y qué estás esperando para dármelo? —sonreí elevando una ceja.

Seguidamente, Alex se acercó hasta estar a pocos milímetros de mí y con una de sus manos colocó un mechón detrás de mi oreja para después quedarse en mi mentón, dejando leves caricias con su pulgar alrededor de mi mejilla. Más tarde, fue acercando su rostro lentamente hasta el mío, parándose cerca de mis labios. A esas alturas mi respiración era agitada y sentía que mi pecho podía explotar en cualquier momento debido a los frenéticos latidos que la morena estaba provocando en mí. Acabando con mi cordura, coloqué una mano detrás de su nuca, capturando sus labios. El beso era lento y lleno de sentimiento. Movíamos nuestras bocas en un mismo ritmo. La mano de Alex descendió lentamente por mi brazo hasta llegar a la parte baja de mi espalda, presionándome más contra ella. Por mi parte, lleve mi mano a su mejilla, mientras mi otra mano se mantenía detrás de su cabeza. Sin poder remediarlo, colé mi lengua en su boca y la morena respondió de la misma forma con la suya, dejando escapar una sonrisa entre medias del beso que consiguió derretirme a pesar de la pasión del momento. Seguimos basándonos durante un largo rato más hasta que corté el beso con una suave mordida en su labio inferior, juntando instintivamente nuestras frentes. Sin embargo, al abrir mis ojos no pude evitar reírme ya que Alex, que seguía manteniendo los ojos cerrados, tenía toda la boca llena de mi pintalabios.

—¿Qué pasa? —preguntó extrañada y nada más abrir sus ojos se unió a mi risa.  —Cualquiera que nos viera pensaría muy mal. —dijo Alex riendo mientras pasaba su mano por encima de mi boca, notándola sensible ante su tacto, tratando de limpiarla. Imité su acción hasta asegurarnos de borrar el rastro de pintalabios.

—Ya está, tú boca sigue estando un poco roja pero pasable. Suerte que de por si tienes los labios bastante carnosos morena, cosa que me encanta, por cierto. —indiqué sonriendo.

—Lo mismo digo, castaña. —dijo devolviéndome la sonrisa. —Y ya que te lo has ganado con creces, voy a enseñarte lo que tengo detrás de mí. Espero que te guste. —dijo sacando su mano de detrás de su espalda, desvelando una preciosa rosa azul.

—Alex, es hermosa, me encanta. —dije emocionada, dándole un casto beso antes de tomarla en mis manos.

—Me alegro de que te guste. Cuesta bastante conseguirla y precisamente por eso me decante por ella, porque en parte significa que es única y especial, exactamente como tú. —me sonrió tiernamente dándole un vuelco a mi corazón.

—Alex, yo…—intenté decir, frenando en seco al darme cuenta de que había un papel alrededor del mango de la rosa, sujetado con un lazo. —¿Qué es esto? —pregunté extrañada.

—Míralo tú misma. —me indicó Alex.

Obedeciéndola, quité el lazo, cogí el papel y lo abrí con cautela. En esta, con una perfecta caligrafía, ponía lo siguiente:

Querida Camila:
Sé que posiblemente esta no sea ni la forma más especial ni la más romántica de hacerlo, pero llevo muchísimo tiempo pensando en la manera de decirte que, aunque llevemos bastante tiempo saliendo sin la presión de una etiqueta, quería hacerlo oficial con la siguiente pregunta: ¿Me harías el honor de ser la novia de ésta idiota tardona?

Con amor, Alex.

Terminé de leer la nota conteniendo varias lágrimas en mis ojos.

—Oh, no llores cielo, no era lo que quería provocar. —dijo Alex alarmada. —Tal vez no debí ser tan intensa…—puse un dedo encima de sus labios para frenarla.

—Cállate y dame un beso, ¿sí? —dije dibujando una sonrisa en mis labios.
Alex me devolvió la sonrisa antes de poner una mano en mi mejilla, agachándose levemente para llegar a mis labios.

—Con esto quieres decir que aceptas ¿no? —preguntó con una sonrisa traviesa.

—Pensaba que lo había dejado claro. —reí. —Te quiero. —confesé mirándola directamente a los ojos, indicándole que era totalmente sincera con esas importantes palabras.

—Yo también te quiero pequeña. —contestó con las mejillas ligeramente teñidas de rojo.

—Voy a empezar a pensar que me llamas así refiriéndote a mi altura. —golpeé suavemente su hombro con mi mano libre.

—Por suerte para mí, nunca lo sabrás. —dijo guiñándome un ojo. —¿Tienes que entrar? —preguntó acariciándome la mejilla.

—Me temo que sí. —suspiré. —Llevo más de quince minutos desaparecida así que fijo que me tocará un buen interrogatorio ahí dentro. —dije rodando los ojos.

—Si quieres puedo pasar un momento. Mis padres me dejaron un recado para los tuyos. —dijo mostrándome una pequeña tarjeta y ganándose una mirada interrogante por mi parte. —No quisieron dejarme ir sin decirles adonde iba a esas horas así que se lo tuve que contar. —se encogió de hombros.

—Está bien ojitos, pero antes será mejor que nos retoquemos un poco el maquillaje en mi cuarto. Si nos ven así, no se van a creer que solo estuviésemos hablando. —dije con una sonrisa burlona.

—Cierto, y teniendo en cuenta que tu padre está ahí dentro será mejor intentar salir con vida. —dijo haciendo una mueca que me hizo negar.
Nos escabullimos hasta mi habitación y tras arreglar aquel instantáneo desastre que habíamos organizado entre ambas, y de poner la rosa en un jarrón con agua, nos dirigimos hacia el comedor. Al principio, las palabras de la morena me habían convencido ágilmente, pero una vez estábamos a punto de entrar la detuve sujetando su muñeca, presa del pánico.

—¿Estás segura de esto? Quiero decir, mi familia por lo general es bastante agradable pero mi tío Edgar puede ser…muy desquiciante. —confesé con cierto temor.

—Estoy segura. —acarició mi mejilla. —Además, esto fue idea mía y creo que estando a pocos metros del lugar sería algo tarde para arrepentirme. —dijo sonriendo de lado. —No te preocupes, me iré en menos de lo que canta un gallo así que no creo que nada salga mal. —acabó de decir poniendo su brazo alrededor de mis hombros, haciéndonos entrar al comedor.

A esas alturas, algunos estaban sentados en la mesa y otros, en cambio, se encontraban de pie conversando entre ellos. La primera en divisarnos fue Julia, acercándose apresuradamente hacia nosotras.

—Pensaba que ya no ibas a aparecer. Les tuve que decir que estabas en el baño, pero después de los primeros diez minutos la gente se empezó a pispar. —dijo Julia alarmada poniendo sus manos en mis hombros. Después, dirigió su mirada hacia la más alta dejando escapar una sonrisa traviesa. —Tú debes de ser Alex, me han hablado mucho de ti. —dijo antes de darle dos besos.

—Espero que haya sido para bien. —dijo Alex mirándome de reojo con una pícara sonrisa.

—Claro que sí ¿por quién me tomas? —dije fingiendo estar ofendida.

—Puedes confiar en ella. Lo ha hecho demasiado bien diría yo. —comentó Julia haciendo que me sonrojara.

—¿Sí? No sabía que era tan famosa. —bromeó Alex haciéndonos reír.

—Uy, si yo te contara…—dijo Julia elevando una ceja.

Dentro de ese pequeño embrollo de vergüenza en el que mi querida prima quería meterme de lleno, mi madre se acercó también, salvaguardándome sin saberlo.

—¿Alex? ¿Cómo es que estás aquí? —preguntó mi madre interrumpiendo nuestra conversación.

—A ver, si quieres me voy. —dijo haciéndola reír. —Venía a saludar nada más. —le sonrió Alex.

—Me alegro mucho, hace bastante que no te veía. —dijo ella acercándose a darle un cálido abrazo.

—No he tenido mucho tiempo últimamente para pasarme así que me pareció una buena idea. —dijo Alex. —También venía de parte de mis padres, me dijeron que te diera esto a Ángel y a ti para que les habléis cuando queráis. Imagino que ya sabréis lo mucho que cambian de número. —dijo mientras le entregaba la tarjeta que me había mostrado.

—Sí, por culpa de eso les acabamos perdiendo la pista. —confirmó mi madre riendo.

—¿Para mí no hay tarjeta entonces? —bromeó mi padre uniéndose a la conversación.

—No, pero una de las reglas básicas de los matrimonios es compartir. —dijo Alex haciéndolo reír.

—Deberías decirle a tu amiga que se apunte a algún club de la comedia porque lo clava. —me dijo mi padre aun riendo.

—Se lo planteare papá. —dije mientras la miraba de reojo, aguantándome la risa junto con Julia.

Entre tanto, mis abuelos se acercaron a saludar a Alex, y mi abuela, después de brindarle unos cuantos halagos, le insistió en que debía probar su deliciosa tarta de manzana ¿Y quién podría negarse a un ofrecimiento como ese? Mi novia estaba claro no. Mi novia. Definitivamente, no me cansaría de repetir esa palabra sin que se me escape una sonrisa y sin pensar en lo extraño, y a la vez maravilloso, que sonaba pronunciarlo, aunque fuese para mis adentros.

—Tienes que comértelo todo si quieres crecer. Es lo que siempre me dicen a mí. —le dijo mi hermana a Alex, que se encontraba sentada encima de sus piernas mientras le daba de comer la tarta.

—Lo que tú digas capitana. —contestó Alex con una sonrisa antes de abrir la boca para recibir otra cucharada.
Julia y yo observábamos la escena con ternura, algunos pasos más alejados de la mesa de éstas.

—Entonces oficialmente tienes novia ¿no? —dijo Julia golpeándome con su codo juguetonamente en un tono bastante alto para mi gusto.

—Shhh, baja la voz. —susurré. —Pero así es, aunque todavía me parece una locura. —dije dejando escapar un pequeño suspiro.

—Tarde o temprano tenía que pasar, hacéis muy buena pareja, y tienes muy buen gusto primita. —confesó Julia sacándome una sonrisa.

—Veo que has traído a una invitada. —dijo la voz de Edgar haciendo que nos girásemos hacia él. —Creo que todavía no te ha quedado claro el significado de una cena familiar, jovencita. —terminó de decir colocándose delante de mí con los brazos cruzados.

—No tiene nada de malo traer a alguien que sea ajeno a la familia mientras sea considerada como tal. —contraatacó Julia.

—Lo que tú digas Julia, disfrutad de la velada. —dijo Edgar simplemente antes de darse la vuelta para volver a la mesa.

—Nunca entenderé a este hombre. —confesó Julia.

—Me temo que yo tampoco. —respondí encogiéndome de hombros.

Tiempo después, Alex se tuvo que marchar y con ello volvimos a sentarnos de nuevo en la mesa para tomar un último aperitivo antes de dar por finalizada aquella noche. Todo parecía encaminar con tranquilidad. Por mi parte, hablaba animadamente con Julia y Hugo, a quién conseguimos convencer para que se sentase con nosotras. Éste, en comparación con el resto de la noche, se le notaba más alegre y bromista que nunca. En un momento dado Edgar comenzó a golpear levemente su copa con una cuchara indicando que quería hacer un brindis.

—Bueno, quería hacer un brindis por la familia, ese gran vínculo que en la mayoría de los casos siempre permanece unida, aunque falte alguna parte importante de ella. —dijo con una sonrisa provocando que todos chocásemos nuestras copas antes de beber un poco de su contenido. —Es una pena que no hayas traído a tu novia para que la conozcan todos hijo, deberías de haber tomado ejemplo de Camila. —terminó de decir haciendo que me atragantase con mi propia saliva.

—¿A qué te refieres con eso? —pregunté con dificultad.

—La chica de antes, era tu novia, ¿no? —dijo Edgar con normalidad, dejándome sin palabras.

—No digas tonterías Édgar, sólo son buenas amigas. —dijo mi padre soltando una carcajada.

Mi madre, por su lado, me miró de reojo, dedicándome una suave sonrisa que me tranquilizó por completo.

—Pero si así fuera no habría ningún problema. —dijo mi madre. —Lo importante es su felicidad y Alex es una chica estupenda. —terminó de decir con una sonrisa.

—¡Esa es mi hija! —dijo Mery entusiasmada. —¿Qué pasa? Cualquier madre estaría orgullosa al escuchar hablar así a sus hijos. —dijo provocando algunas risas de fondo llenas de ternura.

—Bueno, entonces brindemos por la felicidad de nuestros hijos. —terminó de decir con una falsa sonrisa antes de llevarse la copa que sostenía en la mano a su boca.

Tras aquel acontecimiento, todos decidimos dar por terminada la velada. Muy a mi pesar, me encontraba ya despidiéndome de mis primos y abuelos hasta que Edgar llamó mi atención.

—¿Podemos hablar a solas un momento? —preguntó Edgar.

—Está bien. —contesté a duras penas—Vuelvo enseguida. —le dije a Julia y a Hugo poco convencida antes de dirigirme a la cocina con él. —¿Qué ocurre tío? —pregunté extrañada.

—Te he visto. —dijo Edgar.

—¿Qué? —volví a preguntar sin entender a lo que se refería.

—Que te he visto besándote con tu supuesta amiga. —dijo Edgar con un semblante serio.

—Tan mayor y aun inventándote cosas. —decidí decir para tratar de quitarle esa supuesta idea.

—Deja de hacerte la tonta conmigo. Fui al baño un momento y cuando volví escuché tu voz por el pasillo así que me acerqué a la mirilla para comprobarlo. —terminó de decir dejándome sin palabras. —¿Piensas que ese es un comportamiento adecuado para una chica de tu edad? ¿En que estabas pensando? —preguntó elevando el tono con cierta autoridad.

—No estaba haciendo nada malo si es lo que piensas ¿O acaso tú nunca has estado con alguna pareja en esa misma situación? —pregunté con naturalidad.

—No es lo mismo, yo por lo menos lo hacía con el género que me correspondía, pero tú…—me señaló con su dedo índice. —No sabes lo que estás haciendo y tus padres no tendrían que permitir esto. —terminó de decir tajantemente.

—Ellos solamente se fijan en mi felicidad, como aclaró antes mi madre, sin importar si estoy con un chico o con una chica. —sentencié comenzando a enfadarme.

—Claro, claro. —rio. —Por eso lleváis vuestra relación a escondidas de ellos, porque lo aceptan. —contestó con una sonrisa burlona.

—No lo estoy escondiendo por eso, además no tengo porque darte explicaciones. —dije con la intención de irme, pero Edgar sujetó mi hombro bruscamente haciéndome retroceder y golpearme la espalda con la encimera. —¡Au! ¿Qué haces? Me estás haciendo daño tío…—contesté adolorida.

—No te irás dejándome con la palabra en la boca. —dijo Edgar enfurecido, forzando aún más su agarre.

—Suéltame, ya. —pronuncié autoritariamente intentando aflojar su agarre.

—Ha dicho que la sueltes. —dijo Hugo a sus espaldas.

—Hijo, te agradecería que no te metieras en asuntos que sólo nos incumben a tu prima y a mí. —dijo Edgar dándose la vuelta para mirarla.

—Y yo agradecería no tener que decirles a mis tíos que prácticamente has maltratando a mi prima. —dijo Hugo seriamente mientras señalaba su móvil.

—Hugo, lo has malinterpretado todo, yo…—se excusó con la voz temblorosa. —Esto no se quedará así jovencita. —pronunció dirigiéndose a mí antes de salir apresuradamente de la cocina echo una furia.

—¿Estás bien? —preguntó Hugo con preocupación, acercándose.

—Sí, gracias a ti. —sonreí mientras le daba un abrazo.

—Disculpa la actitud de mi padre, él antes no era así, o al menos no cuando yo era más pequeño. —contestó encogiéndose de hombros.

—Lo sé, pero a veces me resulta difícil recordar esos tiempos. —dije con una media sonrisa. —¿Os trata bien a tu madre y a ti? —pregunté con preocupación.

—Si te refieres a si nos levanta la mano, no. La mayor parte del tiempo mantiene esa actitud seria y fría, pero hay días en los que realmente se comporta como un auténtico padre ¿sabes? —dijo Hugo nostálgico. —Pero, en fin, no te preocupes por nosotros, nos trata bien. —sonrió quitándole importancia. —Ahora vamos antes de que se vaya todo el mundo. —dijo poniendo su brazo alrededor de mis hombros mientras caminábamos hacia la entrada.
Terminé de despedirme de cada uno de los familiares con bastante tristeza, excepto de mi tío Edgar, quien había desaparecido de la escena al igual que mi padre. Seguidamente, el pasillo se había vaciado quedándonos únicamente mi hermana, mi madre y yo.

—Bueno jovencita, ¿piensas abrir ya tus regalos? —dijo mi madre con insistencia.

—Está bien mamá. —accedí riendo levemente.

Primeramente, abrí el gigantesco regalo por parte de mis padres o, por ende, de Papá Noel. Se trataba de un teclado de música de última generación y un cuaderno de notas, ya que solía gustarme apuntar notas de música y letras de canciones, al igual que mi padre.

—¿¿Es en serio?? —pronuncié emocionada. —¡Gracias, mamá! El que tengo estaba empezando a quedarse pequeño. —dije abrazando a mi madre.

—Lo sé, por eso mismo hemos pensado que sería la mejor elección. —dijo mi madre, devolviéndome el cálido abrazo.

Después, me dispuse a abrir los regalos de parte de mis abuelos. Esta vez se trataba de una preciosa chaqueta de cuero azul y varias camisetas y sudaderas de diversos colores y estampados.

—Supongo que ya no tendré que ir de compras. —reí. —Por cierto, antes de que se me olvide. —dije alargando mi mano debajo del árbol, sacando un sobre de este. —Papá Noel ha dejado esto para papá y para ti. —dije levantándome y entregándole el sobre a mi madre.

—Papá Noel no tenía que haberse molestado. —refunfuñó a la vez que se le escapaba una pequeña sonrisa. —Es un viaje para dos a las Maldivas. —dijo sorprendida. Segundos después se lanzó a mis brazos. —Gracias cielo. —susurró en mi oído para evitar que Luna lo escuchara.

—Se que no te apasiona el frío así que imaginé que te apetecía cambiar de aires. —le dije en el mismo tono. —Además, es de fecha abierta, podéis iros cuando os apetezca. —le expliqué.

Había empleado una parte relativamente pequeña de mis ahorros para darles ese detalle que tanto se merecían y que sabía que agradecerían.

—¡Mirad, mirad! ¡Puedo volar! —exclamó Luna desde el reposa manos del sofá, con una capa roja atada a su cuello, dispuesta a saltar.

—¡Luna, no! —me precipite rápidamente hasta ella atrapándola antes de que tocase el suelo. —¿Estás bien monstruito? —le pregunté.

—Claro que sí, Cami, ahora soy una superheroína, no me puedo hacer daño con nada. —contestó Luna inocentemente.

—Creo que los abuelos se han precipitado un poco con este regalo. —dijo mi madre cruzándose de brazos con media sonrisa.

—¿Tú crees? —contesté negando antes de acabar estallando en carcajadas junto con ella, en aquel ya 25 de diciembre.

Par de ojos azulones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora