Capítulo 12: veladas inesperadas

1 0 0
                                    

Narra Alex:

La importancia que tiene la toma de decisiones es decisiva a la hora de vivir una realidad de ensueño u otra totalmente adversa. Esa misma sensación es la que me inspiraba este 25 de diciembre, en el que me encontraba totalmente desvanecida en el sofá mientras trataba de recomponerme de lo acontecido el día anterior. Primero, la cena familiar, siendo bastante pacífica teniendo en cuenta que mis padres estuvieron en la misma sala sin siquiera discutir una sola vez, cosa que sorprende bastante. Después de cenar, mi hermana y yo abrimos nuestros regalos quedando ambas gratamente sorprendidas. Mi hermana recibió varios relojes por parte de mi padre, ya que ambos comparten el amor por ellos, y una tablet; de parte de mi madre, un precioso colgante de plata con sus iniciales y la matrícula de inscripción para sacarse próximamente el carnet de coche; y, por último, ropa por parte de diversos familiares al igual que yo.

Por mi parte, de mi madre recibí una guitarra acústica de color negro ya que llevaba tocándola desde pequeña. Sin embargo, la que yo tenía se me acabó rompiendo durante la mudanza de Almería a Madrid. De parte de mi padre, en cambio, obtuve una cazadora de cuero para la moto, un portátil nuevo debido a que el mío estaba a punto de pasar a mejor vida tecnológica, y un reloj metalizado.

Después de aquello, tras planificarlo durante un tiempo, decidí llevarle una rosa a Camila junto con una pequeña carta en la que le pedía salir formalmente. Afortunadamente aceptó y pude volver a casa con una amplia sonrisa en la cara. Al contárselo a Celeste, estalló de alegría de tal forma que parecía que le había tocado la lotería. Incluso mis padres se preguntaron el motivo de su alegría y tuve que inventarme una rápida excusa con la que salir a flote de aquella situación. Por el momento prefería mantenerlo en secreto a sus ojos hasta planificarlo con Camila de la mejor manera posible. Sin embargo, desde anoche, no había recibido ninguna señal de vida por parte de la castaña, lo que me inquietaba bastante.

—Planeta llamando a Alex ¿hay alguien ahí? —dijo Celeste dando varios golpecitos a mi frente.

—¿Celes? ¿Qué se supone que haces? —pregunté desconcertada apartando su mano mientras me incorporaba.

—Llamando a la puerta. —contestó obvia. —¿En quién pensabas pillina? —preguntó Celeste pícaramente.

—En n-nadie morbosa, que siempre te imaginas lo peor. —dije frunciendo el ceño algo enrojecido.

—Aja, haré como que me lo creo. —dijo mientras negaba. —Bueno, lo cierto es que yo venía a otra cosa. Necesito tu ayuda. —empezó a decir algo más seria.

—Claro, dime. Dije simplemente.

—¿Te acuerdas de Isabelle? —asentí. —Bien, digamos que la invité a cenar…aquí…esta noche. —contestó soltando una risa nerviosa.

—¿Y qué tiene eso de malo? —pregunté levantando una ceja. —Oh claro, papá. —asintió ella. —Pero sigo sin entenderlo, ¿Cómo quieres que te ayude? Como mucho puedo decirle que se venga a cenar conmigo a algún sitio fuera. —dije encogiéndome de hombros.

—Precisamente es lo que harás. —dijo chasqueando los dedos. —Papá quedó con mamá a cenar está noche junto con dos amigos suyos y en teoría tendríamos que ir las dos también, pero yo no puedo, lógicamente. —dijo con media sonrisa.

—Y necesitas que te cubra, ¿no es así? —dije con una sonrisa burlona.

—¡Ay, que lista es mi hermana! —dijo cogiéndome la cara para llenármela de besos.

—¡Vale guapa chantajista, yo también te quiero, pero necesito respirar un poco! —dije tratando de apartarla un poco mientras reía. —Espero que sean majos esos amigos porque si no pienso venir a cenar con vosotras de sujetas velas. —dije apuntándola amenazadoramente.

—Trato hecho, hermanita. —dijo Celeste riendo.

Tal y como acordamos, le dije a mi padre que iría a la cena con ellos, pero le expliqué que Celeste no lo haría porque estaba en ese momento del mes en el que “no se encontraba demasiado bien”. Tras decirle eso, no rechisto, pero si propuso la cancelación de la cena. Finalmente, lo convencí de lo contrario para el alivio de mi hermana.

Llegado el momento, me duché y me vestí con unos vaqueros oscuros, una camisa vaquera azul clarita, unas vans blancas, mi nueva cazadora de cuero y una bufanda gris. Tras arreglar mi pelo, bajé al salón donde ya me esperaba mi padre.

—Wow, vas a dejarlos a todos boquiabiertos. —me elogió mi padre nada más verme.

—Gracias papá, lo mismo digo. Así vestido vas a robar muchos corazones. —le guiñé un ojo.

Mi padre iba vestido con unos vaqueros negros, una camisa blanca y una cazadora de cuero al igual que yo.

—Más bien se van a pensar que tenéis una banda organizada de moteros. Dijo Celeste haciéndonos reír.

—Sólo lo dices porque estás celosa por no formar parte de ella. —dijo mi padre poniendo una mano encima de mis hombros. —Pero, por lo que veo, tienes mejores ánimos, así que si te quieres venir…—empezó a decir mi padre.

—Para nada papá, me viene y me va, así que te aseguro que no sería la mejor de las compañías. —dijo Celeste apresuradamente.

—Hazle caso papá, ella se conoce mejor que nadie. —dije abrazando su cintura para dirigirlo hacia la puerta.

—De todas formas, si necesitas cualquier cosa, nos llamas y no tardaremos en volver. —dijo mi padre dándole un beso en la frente a Celeste.

—Lo prometo. —sonrió acercándose a mí para darme un abrazo. —Te debo una. —susurró en mi oído rápidamente. —Pasadlo bien y no me echéis mucho de menos. —dijo Celeste riendo antes de cerrar la puerta.

Una vez abajo, me monté en mi moto, no sin antes saludar a mi madre efusivamente.

—¿Segura que no quieres venir en coche? Irás más cómoda. —preguntó mi madre.

—Sí mamá, tranquila, ya sabes que me encanta moverme así. —dije sonriendo, quitándole importancia.

—Cualquier día te regalo también la matrícula del carnet de coche para que dejes de viajar en ese cacharro metálico. —dijo mi madre negando, haciéndome reír.

Después, me coloqué el casco y marchamos hacía el restaurante. Al llegar, aparqué cerca del coche de mi madre.

—Ahora que lo pienso, todavía no me habéis dicho quiénes son vuestros amigos misteriosos. —dije cuando empezamos a dirigirnos hacía el interior del restaurante.

—En nada lo averiguaras. —dijo mi madre sonriendo.

Sin darle mayor importancia, seguí caminando hasta la mesa que nos habían adjudicado en la recepción. Desafortunadamente, todavía no habían llegado los demás citados, por lo que nos sentamos mientras tanto. Mis padres lo hicieron juntos, a un lateral de la mesa, y yo en el otro justo en frente de ellos.

—Oh, por ahí vienen. —dijo mi padre levantándose.

Al darme la vuelta me quedé totalmente petrificada. Los “misteriosos amigos” de mis padres eran nada más y nada menos que Ángel y Eva.

—¡Alex! Que gusto verte otra vez. —dijo Eva dándome un efusivo abrazo.

—Lo mismo digo Eva. Estás guapísima. —dije sonriente admirando su elegante vestido.

—Tú no te quedas atrás. Me alegro de verte. —dijo Ángel estrechando mi mano sonrientemente.

—Vamos a sentarnos ¿no? —dijo mi padre mientras tomábamos de nuevo asiento.

Entretanto, se pusieron a conversar de diversos temas cuando noto que alguien retira la silla que hay a mi izquierda.

—Perdonad el retraso, me encontré con un amigo en la puerta y me contó toda su vida durante veinte minutos. —dijo Camila causando la risa de los presentes.

Después, su mirada se dirigió hacia mí y al ver mi cara de espanto, se rio levemente mientras se sentaba a mi lado.

—No te preocupes, no te has perdido demasiado, sólo nos estábamos poniendo al día. —contestó mi madre quitándole importancia antes retomar la conversación.

—¿Soy la única que no sabía quién iba a estar en esta cena? —le pregunté a Camila en un tono más bajo.

—Eso parece ojitos. —dijo ella con una sonrisa burlona mientras me daba un beso en la mejilla, en forma de saludo.

—Sabía que en algún momento esto ocurriría, pero no tan pronto. —dije desconcertada causando la risa de la castaña.

—¿Qué pasa? ¿No te apetecía una cenita con tus suegros? —susurró Camila cerca de mi oído.

—Deja de burlarte de mí. —dije con falsa molestia.

—No te enfades. —dijo Camila mientras posaba disimuladamente su mano en mi rodilla. —Estás preciosa así vestida. —susurró en mi oído, consiguiendo erizarme por completo.

Al retirarse se mordió levemente el labio antes de centrar su atención en la conversación de nuestros padres, pero sin retirar su mano de mi rodilla. Sin embargo, yo no podía apartar mi mirada de ella. Llevaba unos jeans blancos ligeramente rotos, un suéter gris, unos botines negros y una chaqueta de cuero azul, la cual se quitó nada más llegar al igual que yo. Además, llevaba el pelo rizado pelo suelto hacia un lado y sus labios totalmente rojos. No podía encontrar la forma de averiguar cómo podía ser tan bella en cada una de sus facetas.

—Creo que hoy nos hemos puesto de acuerdo con las chaquetas de cuero. —dijo Camila riendo levemente sacándome de mi trance.

—De hecho, Alex y yo estábamos pensando en montar una banda de moteros, estás más que bienvenida a unirte. —bromeó mi padre.

—Por mi bien, aunque lo de conducir os lo dejo mejor a vosotros. Yo me dejo llevar. —contestó Camila riendo levemente.

—Alex podría enseñarte un día de estos. Parece muy experimentada en el tema. —dijo Eva dirigiéndome una sonrisa.

—Claro, no le veo el problema. Además, así si nos ponen alguna multa podemos ir a medias. —bromeó guiñándole un ojo a Camila quien se rio.

—¿Cómo? —dijo Ángel asustado.

—Está bromeando papá. —pronunció Camila riendo mientras lo veía suspirar tranquilo.

En medio de toda la conversación, se acercó una camarera a la mesa.

—Buenas noches, ¿les puedo tomar nota? —preguntó sujetando una libreta en su mano.

Camila y yo nos decantamos por un plato conjunto de una ensalada tradicional, pero que además llevaba patatas fritas junto con diversas salsas, y dos refrescos. Por otro lado, los adultos encargaron lasaña y una botella de vino.

—Perfecto, enseguida vuelvo. —indicó la camarera dedicándonos una sonrisa.

Tras unos quince minutos, nos trajo nuestro encargo y comenzamos a comer a la vez que conversábamos animadamente. Camila y yo, al compartir el mismo plato, estábamos muy pegadas la una a la otra. Disimuladamente, deslicé mi mano izquierda por debajo de la mesa hasta capturar la suya y entrelacé nuestros dedos mientras adornaba una dulce sonrisa. A continuación, aprovechando el alboroto de la sala, me acerqué a su oreja.

—Se me hace muy difícil comerme sólo esto teniéndote al lado. —le susurré, observando como la castaña retenía su respiración durante un momento.

—¿Tienes calor cielo? —preguntó Ángel dirigiéndose a Camila. —Es que estás como un tomate. —terminó de decir.

—Eh… ¡Sí! Es que la calefacción está un poco fuerte…—dijo soltando mi mano para abanicarse, a la vez que me daba un pequeño codazo con su otro brazo mientras me echaba una mirada de muerte.

El resto de la cena transcurrió con normalidad, hasta que llegó la hora de pedir la cuenta.

—A este paso no nos iremos nunca. —dijo mi padre cansado de levantar la mano para que lo atendieran.

—Tranquilo papá, ya me acerco yo a la barra. —dije levantándome.

Cuando divisé a la camarera, me acerqué hasta ella.

—Perdona, ¿puedes darme la cuenta de aquella mesa? —pregunté amablemente.

—¡Claro! Disculpa la tardanza, hoy estamos desbordados. —dijo ella apenada.

—No te preocupes. —dije con una pequeña sonrisa.

—Aquí tienes. —dijo entregándome el recibo. —Y esto…es para ti. —terminó de decir reteniendo mi mano para entregarme un papel.

—Eh, gracias, a-ahora regreso con el dinero. —dije con nerviosismo dirigiéndome de nuevo a la mesa. —Toma papá. —dejé el recibo delante de él y me volví a sentar mientras tanto.

En ese momento decidí abrir el papel que me entregó anteriormente la camarera. Decía lo siguiente:

Me llamo Teresa, me pareces una chica guapísima y me encantaría poder conocerte.

Un beso, ojos lindos.



Al darle la vuelta, aparecía un número de teléfono junto con un “llámame”.

—¿Qué es eso ojitos? —me preguntó Camila desconcertada.

—Oh, ¿esto? No es nada. —empecé a decir algo enrojecida. —Sólo que al parecer… le he gustado a la camarera. —respondí de decir en un tono más bajo.

—Está claro que es mi culpa por echarme una novia demasiado guapa. —suspiró la castaña cruzándose de brazos. —Anda, ve a pagar a tu amorcito. —dijo Camila entregándome el dinero que habían dejado nuestros padres encima de la mesa.

Seguidamente, me dirigí de nuevo hacia ella, no sin antes ponerme mi abrigo, con paso seguro.

—Aquí tienes. Gracias por la cena. —dije sonriendo cordialmente.

—A sido un placer. Además, si te ha gustado tanto el lugar podríamos venir un día tú y yo. Tienes mi número. —me recordó guiñándome un ojo.

—Respecto a eso…—empecé a decir. —Me halagas con tu propuesta, pero yo ya tengo novia. —respondí de decir con una media sonrisa.

—Vaya, es una chica afortunada. —dijo con una sonrisa sincera. —¿Y tu amiga está disponible? —preguntó refiriéndose a Camila.

—Ella es mi novia. —dije riendo levemente.

—No doy ni una. —dijo aumentando mi risa. —En ese caso, guárdate mi número y podemos quedar como amigas, lo prometo. —me tendió la mano.

—Me parece bien. —dije aceptándola. —Me llamó Alex, por cierto. —sonreí.

—Encantada. Ya nos veremos por ahí, ojazos. —me guiño un ojo dejándome desconcertada. —Vale, tenía que intentarlo. —dijo haciéndonos reír.

Después de aquella escena me dirigí a la entrada donde todos me esperaban.

—Alex, estábamos diciendo que nos iremos a tomar algo por ahí, pero si estáis cansadas podéis iros a casa. —dijo mi madre.

—Un poco la verdad. —contesté sonriendo. —Iros tranquilos, yo acercaré a Camila. —dije poniendo brazo alrededor de sus hombros.

Tras despedirnos de nuestros padres, nos subimos a mi moto y puse rumbo hacía el edificio de Camila, quien permaneció callada todo el trayecto, abrazada a mi cintura. Al llegar, nos quitamos los cascos y nos dirigimos a su portal.

—¿Estás enfadada? —pregunté rompiendo aquel eterno silencio.

—No. —dijo simplemente.

—Si es por esa chica, cuando pagué la cuenta, le dejé en claro que tenía novia. —le expliqué. —De hecho, al decírselo me preguntó si tú estabas disponible. —dije admirando como se formaba una sonrisa en su rostro. —No eres la única que tiene que vivir con la dura carga de tener una novia tan hermosa que se gana todas las miradas. —dije mientras deslizaba mis manos alrededor de su cintura.

—Boba, no me digas esas cosas. —dijo Camila escondiendo su rostro en mi cuello.

—Es la verdad. —indiqué mientras la estrechaba más contra mí. —Y para que lo sepas, tú eres mi único amorcito, ¿sí? —dije dejando un beso en su cabellera.

—Sí capitana. —dijo robándome un beso. —¿Quieres subir? —me preguntó Camila sin dejar de abrazarme.

—¿Soy yo o me estás haciendo una propuesta indecente? —pregunté pícaramente.

—Tómalo como tú quieras. —dijo Camila encogiéndose de hombros mientras me guiñaba un ojo.

Ya arriba, dejamos los abrigos y las zapatillas en la entrada para después dirigirnos a su habitación.

—¿Y Luna? —pregunté en un tono más bajo.

—Oh, está en casa de mis abuelos. —dijo invitándome a hablar de forma normalizada. —Ayer comimos con ellos e insistieron en que nos quedáramos Luna y yo, pero al saber que mis padres tenían esta cena yo…—empezó a decir con una sonrisa traviesa. —Al saber que iban a estar Carmen y Mario, junto con sus preciosas hijas no podía permitirme el lujo de perderme eso. —terminó de decir, sentándose en su cama.

A los segúndos, imité su acción.

—Aunque sólo ha venido una de ellas. —dije sonriendo.

—Ya, es una pena, porque a la que quería ver yo era a la otra. —dijo Camila haciendo un puchero.

—Siento decirte que tú chica favorita está teniendo una cita con otra persona. —dije encogiéndome de hombros.

—¿En serio? Y yo que tenía pensado pedirle salir…—dijo la castaña con desilusión.

—Bueno, no te preocupes, siempre te quedo yo. —dije mientras le proporcionaba una pícara mirada.

—Pero no sería lo mismo. —volvió a decir Camila haciendo una mueca.

—Entonces ve en su busca para conquistarla si yo no te valgo. —dije levantándome de golpe, fingiendo estar molesta y dispuesta a irme.

Instantáneamente, Camila sujetó mi muñeca haciendo que me volviese a sentar junto a ella.

—¿Por qué eres tan boba? Estaba bromeando cielo. —dijo Camila soltando una carcajada, mientras yo mantenía una postura seria. —¿En serio te has enfadado? —preguntó desconcertada, a la vez que yo giraba mi cabeza para evitar mirarla. —Oye, mírame. —dijo sujetando mi cara con las dos manos, haciendo que la volviese a mirar.

Su mirada, la cual era sin duda la más expresiva que conocía, inspiraba verdadera tristeza.

—Escúchame, entre ambas tú eres y siempre serás mi favorita, y nunca podría cambiarte por nadie más, ¿sabes por qué? —preguntó a la vez que se acercaba más a mi rostro, sin apartar sus manos de este. —Porque tú eres la chica más maravillosa que he conocido nunca, en todos los sentidos de la palabra, y no te haces ni una idea del efecto que produces en mi tan solo con una mirada. —terminó de decir apoyando su frente contra la mía mientras cerraba sus ojos.

Sus palabras habían conseguido dejarme totalmente atónita. De un momento a otro, dejé escapar una dulce sonrisa a la vez que alargué mi mano para acariciar su pelo y seguidamente la deslicé suavemente por su brazo hasta llegar a una de sus manos, posándola encima de esta. Sin pensármelo dos veces, me incliné pocos centímetros hasta capturar los labios de Camila. Ésta, al percibir el contacto, suspiró sobre mis labios antes de tomar partida del beso. Movíamos nuestras bocas de forma lenta, como una dulce danza, disfrutando de cada segundo de contacto. Camila movió su mano libre, la cual estaba aún en mi mejilla al igual que la otra, hasta mi nuca, enredando sus dedos en mi pelo. Seguidamente, deslicé su otra mano hasta mi nuca, pudiendo de esa forma atrapar su cintura con mis dos brazos, acercando más nuestros cálidos cuerpos. La castaña, tras percibir ese gesto, con un rápido movimiento se levantó ligeramente, sin separar nuestras bocas, para poder sentarse sobre mi regazo, rodeando mi cintura con sus piernas. Poco a poco, y a medida que el beso aumentaba de intensidad, fui dejando caer mi cuerpo hacia atrás, quedando completamente tumbada en el colchón, a excepción de mis piernas. Mis manos viajaban por la espalda de la castaña mientras ella sujetaba mi rostro con sus manos, a la vez que movíamos nuestros labios al mismo ritmo. Camila coló su lengua en mi boca sin previo aviso, provocando que dejase escapar un pequeño gemido, que pareció ser del agrado de la castaña ya que comenzó a besarme con más hambre. Nuestras lenguas bailaban al unísono, en una batalla sin ninguna victoriosa aparente. De un momento a otro, coloqué mis manos debajo del suéter de Camila, acariciando suavemente su piel caliente. Pocos segundos después, la castaña mordió sutilmente mi labio inferior, tirando de él, rompiendo así el contacto de nuestras bocas.

En la habitación, solamente se escuchaban nuestras agitadas respiraciones y se sentía el calor colosal que nuestros cuerpos desprendían.

—Alex, deberíamos parar…—pronunció Camila con dificultad, con su rostro aún pegado al mío.

—S-sí claro, tienes razón. —respondí levantándome rápidamente para sentarme con Camila sobre mi regazo, al darme perfecta cuenta a lo que se quería referir. Por mucho que quisiéramos, ese no era el momento ni el lugar para dar un paso tan importante para las dos.

Un silencio incómodo invadió la habitación, en el que pude admirar el estado de la castaña. Su pelo se encontraba ligeramente alborotado y sus mejillas estaban completamente teñidas de rojo. Sin poder evitarlo, reprimí una risa.

—¿Qué pasó? —preguntó Camila con una sonrisa burlona.

—Nada, sólo que ahora mismo pareces un tomate en un día de mucho viento. —le dije aun riendo.

—Mira quién fue a hablar, la señorita que tiene escrito en la frente “llevo un bote entero de kétchup echado en la cara”. —contraatacó Camila provocando la desternillante risa de ambas.

—Touché. —admití. —Eres preciosa. —dije viendo aparecer una sonrisa en su cara.

—Lo dices sólo porque estoy encima de ti. —bromeó Camila.

—Vaya, me has pillado. —dije siguiéndole la corriente. —Ahora enserio, ¿Cómo puedes ser tan hermosa? —pregunté mientras metía un mechón detrás de su oreja.

—Para, vas a conseguir ponerme más roja de lo que ya estoy. —dijo Camila escondiendo su rostro en el hueco de mi cuello.

—Es imposible que lo haga si tú no paras de ser adorable. —dije mientras soltaba una carcajada.

Tras varios minutos más que transcurrieron entre risas y caricias, decidí que era hora de regresar a mi casa, no sin antes despedirme de Camila con un último beso. Al llegar a casa, ya siendo la una de la madrugada, abrí la puerta con total naturalidad topándome con la escena menos esperada: Mi hermana se encontraba tumbada en el sofá encima de Isabelle mientras se besaban apasionadamente.

—Creo que tenía que haberme quedado con Camila…—dije en alto mientras negaba.

Mis palabras consiguieron alertar a las chicas, haciendo que Celeste acabase en el suelo debido a la sorpresa.

—¡Au! —se quejó Celeste mientras Isabelle y yo nos reíamos. —Alex ¿qué se supone que haces aquí? —preguntó frunciendo el ceño, a la vez que trataba de levantarse.

—Vaya, perdón por venir a mi casa. —ironicé. —La próxima vez te pido una invitación. —respondí de decir rodando los ojos.

—No le digas eso a tu hermana y menos después de cubrirte con tus padres. —dijo Isabelle regañándola.

—Lo siento…—dijo Celeste cabizbaja. —Es que estábamos tan a gusto que me indigné de más.... —terminó de decir colocando una mano en su nuca.

—Eres imposible, así no hay quien te regañe. —dijo Isabelle acariciándole la mejilla cariñosamente. —Pero donde están mis modales, todavía no me he presentado formalmente. Yo soy Isabelle. —dijo la pelirroja, acercándose a mi para darme dos besos.

—Tranquila, mi hermana ya se ha encargado de contarme toda tu biografía. —contesté dejando salir una pícara sonrisa.

—¿Sí? —preguntó Isabelle dirigiéndole una mirada a mi hermana. —Ahora ya entiendo porque me pitaban tanto los oídos. —bromeó.

—Me caes bien cuñi, creo que nos llevaremos muy bien—afirmé riendo al ver la enrojecida cara de mi hermana.

—Lo mismo digo, cuñi. —contestó poniendo un brazo alrededor de mis hombros, uniéndose a mis carcajadas que sólo conseguían agrandar aún más el nivel de rojez que yacía en el rostro de Celeste.

Par de ojos azulones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora