Capítulo 8: De boca a boca

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Narra Alex:

“Haz todo aquello que quieras en el momento que lo sientas” es una frase que se repetía como una sinfonía en mi mente en este último tiempo.

Todo el mundo es afán de dejar situaciones para otro momento y, a veces, ese otro momento no termina por llegar. Siempre queda la vía fácil de ser soñador, ese ventanal a través del que podemos escapar de lo que nos hiere la mente, pero sin duda vivir del presente es una de las tareas más dificultosas de hacer y más fructíferas de conseguir, porque en eso se basa, en construirlo día a día. Desde siempre y más después de lo acontecido en mi caso, estaba aún más concienciada con el cumplimiento de esa gran moraleja.

Como era de esperar, un cúmulo de emociones me atravesaban. Tan sólo me encontraba sentada en mi escritorio un viernes por la tarde tratando de terminar una sencilla ecuación de matemáticas pero, por alguna razón, no conseguía concentrarme lo suficiente como para resolverla con la fluidez con la que habitualmente lo haría. Lo cierto es que no podía sacarme de la cabeza lo ocurrido ayer en el cuarto de Camila…



                        【Flashback】


Seguíamos presionando nuestros labios en un rápido compás, mientras mis manos se paseaban por cada rincón de su espalda, a la vez que las suyas se encargaban de dejar suaves caricias alrededor de mi nuca. Cuando el aire empezó a faltarnos, separamos nuestras bocas en busca de oxígeno, pero sin soltar nuestro agarre y con nuestras frentes aún pegadas. Durante varios segundos, en la habitación solamente resonaban nuestras agitadas respiraciones. La castaña aún permanecía con sus ojos cerrados, dándome la oportunidad de observar detenidamente sus preciosas y relajadas facciones. Contaba además con unas largas y oscuras pestañas, una nariz de un tamaño medianamente normal en el que deje un suave beso haciendo que lo arrugase de forma adorable, y unos labios algo carnosos, rosados y ligeramente hinchados debido a nuestra larga sesión de besos.

—Si hubiese sabido lo preciosa que estás después de un beso, te habría besado muchísimo antes. —dije acercándome a su boca para dejar un casto beso en ella.

—Supongo que antes no era el momento indicado, porque te recuerdo que siempre nos han interrumpido. —dijo soltando una carcajada.

—Creo que tienen un radar que capta las zonas con posibilidad de interrupción en un momento poco indicado. —dije haciendo que Camila volviese a reír.

—Tal vez…—dijo con una pícara sonrisa tirando de mi cuello mientras se acercaba a mi boca, pero escuchamos dos golpes en su puerta que hizo que se frenara en seco. —Mierda, tu teoría era cierta. —susurró la castaña, frunciendo su ceño a la vez que yo me reía. —Pasa. —dijo Camila después de separarnos considerablemente.

—¡Alex! Mamá me dijo que estabas aquí con Cami. —dijo Luna mientras se acercaba eufóricamente hacía mí.

—Hola bichito. —dije subiéndola encima de mis piernas con una sonrisa.

—¿Cuándo jugaras de nuevo conmigo? —preguntó haciendo un puchero, ya que había venido hacia algunas semanas únicamente para ese fin, pero desafortunadamente Camila no se encontraba en casa.

—Cuándo tu hermana se encuentre un poco mejor. —dije mirando a Camila durante algunos segundos, la cual me miraba con una tierna sonrisa que consiguió derretirme.

—Vale…Cami, mamá me ha dicho que tienes que tomarte las pastillas. —le dijo Luna.

—Vale monstruito, ¿te vas a la cocina a traérmelas? —preguntó con una sonrisa.

—Sí. —contestó Luna mientras se levantaba apresuradamente.

—Es adorable. —sonreí.

—Por algo se parece a mí. —dijo Camila con aires de superioridad.

—Ven aquí, chica adorable. —sonreí mientras tiré de su mano para juntar rápidamente nuestros labios.



Después de aquel último beso decidí regresar a casa para poder dejar a Camila descansar.

Desde entonces, sigo sin asimilar lo que había pasado en el transcurrir de tan pocas horas. Aunque en el momento lo llevé con total naturalidad, hoy, en cambio, no sabía cómo reaccionar a ciencia cierta, y menos sintiendo aún, levemente, los dulces labios de la castaña pegados a los míos. Ese pensamiento hizo que instantáneamente llevara mi mano a los míos.

—¿Otra vez te duelen los labios? Te dije muchas veces que no te los muerdas tanto, pero como nunca me haces caso…—dijo repentinamente la voz de Celeste, haciendo que pegase un brinco en mi silla.

—¿Cuándo se supone que has entrado? Me has pegado un susto de muerte. —llevé mi mano a mi pecho intentando controlar mi ritmo cardíaco.

—Si no estuvieras tan perdida mirando la pared te habrías dado cuenta de que llamé a tu puerta varias veces antes de entrar. —dijo levantando una ceja mientras se acercaba a mi cama para sentarse. —Anda, ven aquí. —dio algunos golpecitos en mi cama invitándome a sentarme.

—¿Qué pasa? —pregunté desconcertada cuando me senté a su lado.

—Eso quiero saber yo. Desde que volviste ayer de casa de Camila estás actuando de forma extraña. —dijo Celeste.

—¿A qué te refieres? No estoy actuando raro. —me encogí de hombros sin entenderla.

—Te doy un ejemplo. —dijo. —Anoche mientras cenábamos. —asentí para que continuase. —Sé perfectamente que te gustan mucho los macarrones con queso, pero nunca los has mirado con la mirada perdida y una sonrisa de enamorada. —encaró una ceja provocando mi sonrojo.

—Vale, puede que tengas razón, pero es que ayer… pasó algo que no tuve la ocasión de contarte. —dije con una tímida sonrisa.

—Sabes que no me gusta el ocultamiento de información, así que desembucha. —dijo Celeste cruzándose de hombros.

—Como ya sabes, cuando fui a casa de Noah, Camila y yo acabamos algo distanciadas porque pensaba que estaba enfadada conmigo, aunque en ese momento no sabía exactamente porque, y al final acabó yéndose a casa sin avisarnos. —empecé a contarle.

—Sí, porque estaba enferma. —afirmó Celeste.

—Exacto. Cuando me enteré me sentí como una auténtica idiota por haber pasado de ella tan fácilmente, así que, por eso, al día siguiente decidí plantarme en su casa para intentar arreglar las cosas, pero no tenía el valor de subir sin más. —dije haciendo una mueca.

—¿Y qué pasó? ¿Simplemente te quedaste plantada en frente de su edificio? —preguntó Celeste desconcertada.

—No, déjame continuar…—asintió. —Después de unos minutos, revisé el grupo en el que estamos todas, ya que las chicas estaban hablando con Camila preguntándole como se sentía. De esa forma conseguí descubrir que no estaba enfadada conmigo. Luego, recibí un mensaje suyo confirmándome que era cierto. Me dijo que tan sólo estaba…celosa de Zoé. —dije viendo como mi hermana se sorprendía.

—¡Te lo dije! ¡Sabía que era por esa chica! —Celebró Celeste. —Pero espera, eso quiere decir que… ¿le gustas? —preguntó Celeste asombrada.

—Sí, me lo confesó de repente mientras estábamos hablando. —dije con una amplia sonrisa.

—Le habrás dicho que a ti también te gusta ¿no? —agarró mis hombros posesivamente con una mirada amenazante.

—¿Tu qué crees? Obviamente lo hice. —dije soltando una carcajada.

—Conociéndote, me esperaría cualquier cosa. —dijo Celeste rondando los ojos.    —Bueno, ¿y pasó algo más que deba saber? —preguntó.

—Puede ser…—empecé a decir mirando hacía el techo.

—Dime. —dijo Celeste sujetando mi cara con una de sus manos, apretando mis mejillas, para que la mirará.

—Nos besamos. —dije con dificultad ya que seguía sosteniendo mi cara.

—¿¡Que?! —exclamó Celeste totalmente sorprendida.

—Shhh, baja la voz. —dije frunciendo mi ceño.

—Ahora entiendo lo de los macarrones, a saber que te estabas imaginando…—dijo con una pícara sonrisa.

—No me estaba imaginando nada de lo que tu perversa cabeza está pensando. —dije negando.

—Eso no te lo crees ni tú. —contestó Celeste riendo. —Por cierto, hermanita, ¿tienes calor? —preguntó Celeste mientras tocaba mi mejilla con el dorso de su mano.

—Un poco, ¿por qué? —pregunté confundida.

—Porque creo que tienes fiebre. Es la consecuencia de haber intercambiado tu saliva con la de una persona con gripe. —dijo encogiéndose de hombros.

—¡Celes! —exclamé pegándole un manotazo.

—Es la verdad. Venga, vamos al médico para que te miren. —dijo Celeste mientras se levantaba.

—Quizás sea otro virus distinto al de Camila. —dije intentando justificarme.

—Eso habrá que verlo. —dijo Celeste con una sonrisa triunfal.



Efectivamente, después de examinarme, mi médico me confirmó que tenía el mismo virus que Camila. Por lo tanto, tuve que aguantar a mi hermana durante el camino de vuelta a casa, recalcándome el haber tenido razón en cuanto a su diagnóstico.

—Que rápido se expanden estos virus por el aire. —comentó mi padre mientras cenábamos.

—Estoy totalmente de acuerdo contigo papá, aunque a veces también se pasan de boca en boca. —dijo Celeste echándome una pícara mirada.

—Bueno, los jóvenes de hoy en día se lo contagian bastante de esa forma. Afortunadamente, mi niña no está centrada en esas cosas ahora mismo. —dijo mi padre con una sonrisa haciendo que me atragantase.

—Claro papá, Alex está muy volcada en los estudios, no se preocupa demasiado por eso, ¿verdad hermanita? —preguntó Celeste guiñándome el ojo mientras me daba algunos golpecitos en la espalda.

—S-sí, obvio…no te preocupes papá. —dije con una sonrisa nerviosa.

—Lo sé cariño. —dijo simplemente mientras yo suspiraba aliviada.



Después de cenar, me duché y decidí ponerme el pijama para después caer rendida en los brazos de Morfeo. Me desperté sobre las cuatro de la madrugada debido a que me había subido bastante la fiebre, causando que tuviese un intenso frío y espasmos involuntarios. Costosamente, conseguí levantarme de la cama y me dirigí hasta el cuarto de mi hermana, no sin antes tratar de despertar a mi somnoliento padre. Tras agitarla varias veces, se despertó.

—¿Alex? ¿Qué te pasa? —me preguntó Celeste somnolienta.

—Tengo… mucho frío y papá está dormido como un tronco. —tartamudeé.

—Fijo que otra vez se ha tomado la dichosa pastilla esa para dormir. —dijo Celeste negando. —Ve a tu cuarto cielo, ahora vengo contigo. —dijo levantándose instantáneamente de la cama.


Volví a mi habitación tal y como me había dicho Celeste. Minutos después, volvió con un balde lleno de agua y varios paños.

—Ponte el termómetro primero. —me dijo Celeste, entregándome el aparato para colocármelo. —39.9… te gusta vivir al límite, ¿no? —bromeó mientras yo asentía.

Después de estar aproximadamente una hora con paños de agua encima y tras haberme tomado un analgésico, mi hermana consiguió bajarme la temperatura corporal hasta un leve 37.5. Seguidamente, me volví a quedar profundamente dormida hasta la tarde del día siguiente. Al despertarme estaba completamente bañada en sudor y con un punzante dolor de cabeza. Tras darme una refrescante ducha y de ponerme ropa más cómoda, bajé hasta la planta baja, encontrándome con la escena que menos podría haber imagino. Mi hermana estaba sentada en el sofá de la sala de estar junto con Camila, la cual se reía debido a las imágenes de un álbum que Celeste le estaba mostrando.

—Vaya, la reina de la casa se digna a aparecer. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Celeste nada más verme.

—Como en un domingo de resaca. —dije haciendo una mueca que las hizo reír.

—Voy a traerte la medicación, enseguida vuelvo. —dijo Celeste dirigiéndose hacia la cocina.

—Hola ojitos. —me saludó Camila acercándose a mí para abrazarme.

—Hola preciosa. —contesté con una amplia sonrisa mientras le devolvía el abrazo.

—¿Sabes? No quiero decir te lo dije, pero…te lo dije. —dijo Camila riendo.

—Lo sé…pero no me arrepiento de nada. —sonreí separándome unos centímetros de ella, sin dejar de abrazarla, para mirarla.

—Yo sí…—mi rostro se volvió serio al instante. —No de esa forma ojitos. —dijo soltando una carcajada al ver mi cara de espanto.

—¿Entonces? —pregunté elevando una ceja.

—No me arrepiento de haberte besado, pero a la vez si porque por mi culpa has pasado una noche horrible. Me lo contó tu hermana. —dijo haciendo un puchero.

—No es tu culpa cielo. —puse mis manos en sus mejillas. —Tú intentaste pararme, pero fui yo la que decidí no hacerte caso y, como te dije antes, no me arrepiento de absolutamente nada. Prefiero pasar una mala noche antes que negarme a besarte. —sonreí tiernamente.

—Eres la chica más dulce que he conocido en mi vida. —dijo devolviéndome la sonrisa. —Junto con mi hermana, claro. —confesó soltando una carcajada.

—Eso lo tenía más que claro. —reí acercándola más a mí para fundirnos en otro abrazo.

—Os dejo solas un momento y ya os encuentro haciendo manitas. —dijo Celeste entrando de nuevo a la sala de estar, haciendo que nos separásemos instantáneamente. —Toma. —me entregó unas pastillas junto con un vaso de agua.

—Gracias Celes. —le dije después de tomármelas.

—De nada. —contestó mi hermana. —Antes de que bajaras le estaba enseñando a Camila unas fotos tuyas de pequeña. —dijo con una pícara sonrisa.

—¿¡Qué! —exclamé.

—Cálmate hermanita, no es para tanto. —dijo Celeste intentando tranquilizarme.

—Claro que lo es, hay fotos en las que salgo horrible. —repliqué cruzándome de brazos.

—¿Horrible? A mi parecer sales adorable en todas, ojitos. Si Enara viera estás fotos, con más razón te llamará mofletitos. —comentó Camila pellizcando mi mejilla.

—Cuando atraviese esa puerta. —señalé la puerta de la entrada. —Esta mujer se encargará de enseñárselas. —dije señalando a mi hermana esta vez.

—Lo estás diciendo tú, no yo. —dijo Celeste levantando los brazos en señal de derrota.

—Sé que lo harás. —dije poniendo mis manos a cada lado de mi cadera, en forma de jarra. —A todo esto, ¿cómo es que estás aquí? —pregunté desconcertada, refiriéndome a Camila.

—Anoche te dejaste el móvil en el salón y esta mañana empezó a sonar. Como vi que el nombre del contacto era bastante cursi supuse de quién se trataba así que decidí contestar. —rodó los ojos. —Después de contarle lo que había pasado, me preguntó si podía venir a verte, por lo que la invité a que viniera por la tarde porque supuse que no te despertarías hasta entonces. —dijo Celeste encogiéndose de hombros

—Lo siento si te he pillado por sorpresa, pero quería ver cómo te encontrabas. —se excusó Camila.

—Un poco sí, pero me alegro de que estés aquí. —dije recibiendo una sonrisa por parte de Camila.

—Siento cortar vuestro momento cursi, pero deberías comer algo Alex. Tienes todo preparado en la cocina. —me indicó Celeste. —¿Tú quieres algo Cami? —preguntó.

—Oh, no gracias, acabo de comer hace nada. —dijo Camila negando con una sonrisa.

—Tengo que subir a mi habitación para terminar un trabajo de la universidad, pero estás en tu casa. Alex, trata bien a nuestra invitada. —dijo guiñándome un ojo.



Ya en la cocina, empecé a comer, mientras que Camila me hacía compañía, animándome a terminar todo el arroz que había en mi plato.

—Venga ojitos, sólo te queda una cucharada. —insistió Camila haciendo un puchero.

—Está bien, pero deja de poner esa carita. —acepté viendo aparecer una sonrisa en el rostro de la castaña.

—Déjame dártela yo. —Camila cogió la cuchara con el poco contenido de arroz que quedaba en mi plato. —Abre esa boquita. —dijo mientras la acercaba hacía mis labios.

—Oficialmente me acabo de convertir en un bebé. —reí antes de dejar Camila metiese la cuchara en mi boca.

—No te quejes. —dijo Camila soltando una breve carcajada. —Además, ya te consideraba mi bebé desde antes. —terminó de decir con una sonrisa.

—¿En qué sentido exactamente? —pregunté al terminar de tragar el contenido de mi boca.

—En que posees la ternura y la adorabilidad de uno, pero en una versión ampliada y bastante mejorada, a decir verdad. —contestó la castaña mordiéndose el labio inferior.

—¿De verdad? —asintió. —Entonces yo también debería considérate mi bebé porque dispones de esas mismas cualidades. —dije guiñándole un ojo.

—No veo ningún problema en eso. —contestó Camila entrelazando una de sus manos con la mía, encima de la mesa.

—Alex, ¿sabes dónde he puesto mi corbata roja? —preguntó mi padre entrando en la cocina. Al escuchar su voz tan repentinamente, pegué un fuerte brinco en el que me incline demasiado hacía atrás, haciendo que la silla se cayera al suelo. Afortunadamente, conseguí sujetarme de la mesa a tiempo para evitar caerme con ella.

—¿Podéis dejar de entrar tan sorpresivamente a los lugares? —dije poniendo una mano en mi pecho mientras que Camila tapaba su boca tratando de aguantarse la risa.

—Lo siento, no sabía que estabas con alguien. —contestó mi padre. —Yo soy Mario, el padre de esta torpeza andante. —se presentó él alargando su mano para estrecharla con la de Camila.

—Encantada, yo soy Camila una… amiga. —dijo la castaña sonriendo con naturalidad.

—De clase ¿no? —preguntó mi padre.

—Sí, venía a ver como estaba porque yo también pillé el mismo virus hace días, pero ya me encuentro mejor. —le explicó Camila.

—Entiendo, es bueno darse apoyo moral cuando pasas por la misma causa. —dijo mi padre sonriendo.

—Sí, es bastante bueno. —dije viendo como la castaña se mordía el labio inferior disimuladamente.

—Bueno chicas, os dejo con vuestras cosas. —dijo dándome un beso en la frente.

—Espera papá. —lo detuve mientras levantaba de nuevo la silla, cogiendo de su respaldo una corbata roja. —Tu corbata. —dije con una sonrisa burlona.

—Gracias, me la habré dejado aquí anoche. —dijo negando con una sonrisa antes de cogerla y precipitarse rápidamente por la puerta.

—Te pareces algo a tu padre. —dijo Camila acercándose a mí.

—¿Por qué? —pregunté confundida.

—Porqué eres igual de desastre que él. —concluyó soltando una carcajada.

—Retíralo. —dije encarando una ceja, avanzando unos pasos hacía ella.

—No. —negó con una sonrisa burlona retrocediendo sobre sus pasos hasta chocar con la encimera de la cocina.

—Tú te lo has buscado…—dije dibujando una sonrisa en mi rostro antes de bajar mi cabeza y capturar los labios de la castaña a la vez que sujetaba su cintura. Por su parte, Camila envolvió sus brazos alrededor mi cuello mientras me devolvía aquel beso con la misma intensidad. Antes de perder mi cordura, corté el beso sutil y seguidamente alcé a Camila, colocándola en mi hombro derecho, como un saco de patatas. —Te lo dije. —comencé a reír desenfrenadamente.

—¡Bájame, pedazo de embaucadora! —exigió Camila pataleando mientras estallaba a carcajadas.

—Podrías haberte negado a besarme, ¡Tentadora! —dije dando vueltas en el sitio sin dejar de reír.

—¿Perdona? Si prácticamente te has abalanzado sobre mí ¡Abusona! —replicó Camila tratando de zafarse de mi agarre.

—No he notado ninguna clase de resistencia por tu parte. —dije arqueando una ceja.

—Mides siete centímetros más que yo, eso habría sido complicado de ganar. —dijo Camila obvia.

—Haré como que te creo…—dije dejando a Camila en el suelo.

—Eres una abusona. —dijo Camila molesta y cruzándose de brazos mientras giraba su cabeza.

—Venga bebé…no te enfades conmigo, sólo estaba jugando. —me acerqué a ella colocando mi mano en su barbilla, girando su cabeza para que me mirase.

—¿Sí? —preguntó la castaña haciendo un puchero mientras yo asentía. —En ese caso…—empezó a decir con una sonrisa seductora mientras agarraba el cuello de mi sudadera, acercándome a ella. —Te perdono. —terminó de decir a escasos centímetros de mis labios.



A esas alturas mi respiración se había vuelto irregular, a la vez que Camila paseaba su dedo índice desde mi mandíbula hasta el extremo de mi cuello, para después volver a dejarla en el centro de mi pecho, erizando mi piel por completo. Intenté acercarme del todo a ella para poder cortar toda distancia entre nosotras, pero la castaña me detuvo con la mano que tenía posicionada en mi pecho.

—¿Quién es la tentadora ahora? —preguntó Camila con una sonrisa burlona mientras me volvía a empujar más lejos de ella para poder salir corriendo.

—¡Vuelve aquí, pequeña embaucadora! —exclamé a la vez que salía corriendo detrás de ella.

—¡Mira quién fue a hablar! —replicó colocándose detrás de un extremo alejado del sofá, mientras que yo me coloqué detrás del extremo contrario.

—Con dieciséis años y aún seguís jugando al pilla-pilla. —negó Celeste, observándonos desde la barandilla de la escalera del dúplex.

—¿Quieres unirte? —pregunté guiñándole un ojo pretendiendo que jugase a mi favor.

—¿Para intentar pillarte? Obviamente. —contestó Celeste con una pícara sonrisa que me dejó desconcertada. —¿Qué? Algo le habrás hecho a la pobre chica para que esté huyendo de ti. —dijo encogiéndose de hombros mientras bajaba los escalones, colocándose finalmente al lado de Camila.

—¿Es muy tarde para pedir una tregua amistosa? —pregunté riendo nerviosamente, mientras retrocedía unos pasos. Camila y Celeste se miraron durante unos segundos antes de contestar.

—Sí. —dijeron a la vez antes de salir corriendo detrás de mí.



Así fue como comenzaron a perseguirme por todo el salón hasta que, por la inferioridad numérica, me atraparon, cada una agarrando uno de mis brazos.

—¿Qué tienes que decir en tu defensa? — preguntó Celeste.

—Pensaba que estudiabas Filosofía, no Derecho. —contesté frunciendo el ceño.

—Hay fundamentos filosóficos sobre el derecho jovencita. Pero ese no es el punto, contesta. —volvió a decir Celeste encarando una ceja.



Llevé mi mirada hacia Camila antes de contestar.

—Lo siento por… haberte cogido como un saco de patatas usando maniobras de seducción avanzada. —dije haciendo un puchero mientras bajaba la cabeza.

—Te perdono, ¡pero deja de ser tan adorable! —exclamó Camila aplastando mis mejillas con una de sus manos.

—¿Qué maniobras de seducción? —preguntó Celeste con curiosidad, ganándose nuestra atención.

—Pues…—miré a Camila sin saber que decir.

—Nada Celes, sólo que a tu querida hermana le gusta arrinconar a las personas contra encimeras de mármol. —contestó Camila echándome una mirada de odio.

—¿Qué habéis hecho en esa cocina? —preguntó Celeste con una pícara sonrisa, colocando sus manos a cada lado de su cadera.

—¡No es lo que parece! —contestamos Camila y yo a la vez con las mejillas enriquecidas.

—De verdad… sois tal para cual. —dijo Celeste negando mientras empezaba a reírse.



Seguimos hablando otro rato más hasta que Camila decidió que era hora de irse a su casa, quedándonos únicamente Celeste y yo en el piso.

—¿Sabes? Me cae muy bien mi futura cuñada. —sonrió Celeste pasando un brazo alrededor de mis hombros.

—A ver cuando me presentas también al mío, o a la mía. —dije arqueando una ceja mientras abrazaba su cintura.

—Eso no entra entre mis planes todavía. —dijo Celeste simplemente.

—¿No le has echado el ojo a nadie? —pregunté desconcertada.

—Tampoco he dicho eso. —contestó Celeste.

—¿Cómo se llama entonces? —pregunté con una pícara sonrisa mientras nos acercábamos al sofá para sentarnos.

—Isabelle, pero no creo que tenga posibilidades con ella, tiene pinta de ser hetero. —dijo Celeste encogiéndose de hombros.

—Las apariencias pueden engañar Celes, no te dejes guiar por estereotipos e inténtalo. —la intenté animar poniendo una mano en su hombro.

—Bueno, lo cierto es que no pierdo nada …al menos conseguí su número de teléfono. —dijo Celeste con una triunfadora sonrisa.

—¿Me enseñas una foto? —asintió. —Wow, es guapísima. —dije sorprendida al ver la foto de Isabelle que Celeste me había mostrado. Se trataba de una chica de cabello pelirrojo, rizado y ojos completamente grises. También se podía apreciar que tenía un conjunto de diminutas pecas, esparcidas por distintas zonas de su rostro.

—Así reaccioné cuando la vi por primera vez en los pasillos de mi Universidad. Este curso empezó la carrera en Derecho. —me explicó.

—Ya veo, aficionada a los fundamentos filosóficos sobre Derecho. —dije recordando sus anteriores palabras.

—Cállate, existen de verdad. —refunfuñó Celeste mientras se cruzaba de brazos.

—Por fin puedo molestarte con estas cosas al igual que tú lo haces conmigo. ¡Gracias Isabelle! —exclamé eufórica, abrazando a Celeste.

La emoción me invadió de tal manera que ni cuenta me di de la presencia de mi padre en la sala de estar.

—¿Quién es Isabelle? —preguntó mi padre, que acababa de entrar por la puerta.

—Nadie papá, es… de una serie que está mirando Alex. —contestó Celeste con una sonrisa mientras me pegaba un manotazo disimuladamente.

—Sí, es que... es mi serie favorita y… le estaba agradeciendo a la productora por haber creado una maravilla televisiva como esta. —dije con una forzada sonrisa.

—Vale, pero procura agradecérselo en un tono más bajo, porque estoy harto de que la vecina del quinto se queje sin razón y ya si le damos motivos es capaz de echarnos lejía en el balcón para intentar mancharnos la ropa. —dijo mi padre algo aterrado.

—Menos mal que no sabe que tenemos secadora. —suspiró Celeste aliviada.



Por suerte, y gracias en parte a mis dotes en el arte de divagar, mi padre no indagó mucho más en nada referente a mi supuesta serie favorita. En cambio, seguimos conversando prolongadamente sobre nuestra vecina, haciendo que se olvidase por completo de aquel escabroso momento.

Par de ojos azulones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora