Capítulo 38

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Hace dos semanas que llegamos a este ático

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Hace dos semanas que llegamos a este ático. Un ático adaptado a mis necesidades, toda la planta a la misma altura, las puertas anchas para que pueda moverme con la silla de ruedas, un gimnasio y piscina climatizada. Según he podido investigar el edificio son unas oficinas propiedad de mi marido. El mismo que apenas he visto desde el incidente en el coche, el mismo que apenas habla conmigo, el mismo que evita quedarse conmigo a solas.

Una enfermera me visita dos veces al día y un fisioterapeuta trabaja conmigo seis horas al día, después sigo con los ejercicios en la piscina bajo la supervisión de Phillip, que ya estaba aquí cuando llegamos y sirve bajo mis ordenes, atento a cualquier cosa que le pida.

—¿Señora? —la enfermera me mira con cara de preocupación cuando me quedo de pie frente a la ventana, he recuperado bastante movilidad en las piernas, al menos para levantarme y sentarme por mi misma, aunque sigo lejos de poder andar sola. —¿Se encuentra bien? —da dos pasos en mi dirección, atenta a mis movimientos.

El aire azota mi cabello, deshaciendo la trenza en mi espalda y respiro profundamente antes de cerrar el cristal que da acceso a una pequeña terraza.

—Si, solo necesitaba aire fresco —intento disimular mi incomodidad, como cada mañana que me despierto sola en la cama, sin saber donde duerme mi marido o si duerme. —¿Ya ha llegado el fisio? —me vuelvo a sentar en la silla y la guio hasta la mesita donde cada mañana encuentro una rosa con las espinas recortadas, acercándola a mi nariz y oliendo su aroma.

—No, aún queda media hora, quería revisar tus heridas —se acerca hasta la cama y deja su maletín sobre la colcha, sacando unos guantes estériles, preparada para torturarme.

Vuelvo a dejar la rosa sobre la mesita y obedezco sin rechistar, cuanto antes terminemos antes podre ir al gimnasio.

—Solo te quedan dos puntos que quiero aguantar unos días más —me baja la camiseta, tapando mi espalda. —¿Has vuelto a tener molestias en el vientre?

Alzo el rostro cuando vuelvo a sentarme en la silla de ruedas, haciéndole señas para que baje la voz, no quiero que nadie sepa de mis dolores.

—No.

—Patrizia, no es algo que debas ocultar —me mira con el ceño fruncido. —Por favor, si vuelves a sentir dolor, dímelo, me gustaría hacerte una ecografía.

—Estoy bien, solo fueron unos cólicos —intento quitarle importancia y giro la silla sin esfuerzo, después de dos semanas me he hecho a ella bastante rápido y estoy segura que podría ganar unas cuantas carreras con esta cosa.

—¿Tu marido lo sabe?

Me paralizo en cuanto oigo sus palabras y cierro los ojos con fuerza antes de llegar a la puerta.

—No, y Marcela, espero que siga así —giro mi rostro para hacerle frente.

—Trabajo para él, Patrizia. Debería contarle tus dolores.

Secretos con el señor de la mafia (+18) [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora