Capítulo 46

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La lluvia fría moja mi rostro mientras rezo ante la tumba de mi abuela

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La lluvia fría moja mi rostro mientras rezo ante la tumba de mi abuela. Arrodillada sobre el mármol blanco, recorro su nombre con la punta de mis dedos en una última caricia.

—Estoy embarazada —un amago de sonrisa muere en mis labios antes de romper en llanto, doblandome por la mitad sobre la piedra inerte. —Y ya no necesito las muletas para poder andar —no puedo controlar los sollozos que nacen en mi pecho, entrecortando mi voz. —Abuela, lo siento —cierro los ojos, apretando con fuerza, imaginando que todo es una pesadilla y voy a volver a oír su voz.

Pero no, solo siento las gotas de lluvia caer, y el ruido de unos zapatos caminando sobre los charcos, como si el mundo fuera suyo, con una seguridad y un aplomo que juraría que he visto el agua apartarse a su paso. Cubierto bajo su abrigo negro, cruza el cementerio como si los muertos le rindieran pleitesía, como si los fantasmas se arrodillaran a su paso y un escalofrío siniestro me recorre la columna vertebral cuando sus ojos se fijan en los míos.

—¿Qué cojones estás haciendo? —se quita el abrigo de pana negro y me lo echa por los hombros mientras sus brazos me recogen del suelo, alzándome con un brazo bajo las rodillas y rodeando mi cintura. —Estas apunto de coger una pulmonía, joder —su voz ronca me acaricia el rostro cuando sus labios se posan en mi frente cuando rodeo su cuello con mis brazos.

—Hacía buen tiempo cuando salí de casa —oculto mi rostro en su cuello, buscando su calor.

—Esta mañana, Patrizia —suspira. —Hacía bueno esta mañana.

—Mmmm, creía que no te vería hasta la noche, ¿no tenías una reunión importante? —recorro el borde de su camisa con la punta de mis dedos.

—Si.

—¿Y qué haces aquí? —rozo mis labios por la delicada piel de su garganta, haciéndolo jadear.

—Matar a tu escolta.

—No seas dramático, por favor —medio bufido sale de mi garganta y me mira con una ceja levantada, cuestionando mis palabras.

—Como te enfermes por estar bajo la lluvia, correrá la sangre y entonces si podrás decirme que soy dramático —el tono de su voz es mortalmente peligroso y mis pezones se endurecen al momento cuando llegamos junto al coche.

Su chofer se baja raudo, ofreciéndonos el cobijo de un paraguas, pero Dante le pone mala cara y el hombre se mueve incómodo.

—Gracias —le sonrío tímidamente cuando nos abre la puerta, mi marido entra conmigo encima y yo me aparto de su regazo en cuanto me libera de su agarre, escurriéndome hacia el otro lado del coche.

Lo observo en silencio con la camisa empapada por la lluvia y su cabello goteando sobre su frente mientras me acurruco en el calor de su abrigo, cubriéndome hasta las orejas y el aroma que me envuelve me envía un latigazo directo a mi clítoris.

—Al ático —es una orden y el chofer no tarda en arrancar y seguir sus indicaciones.

—¿Dónde vamos? —lo miro extrañada de que no volvamos a sus oficinas centrales, las que hemos convertido en nuestra casa desde el incidente del hospital.

Secretos con el señor de la mafia (+18) [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora