Capítulo 45

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—Vamos, vístete

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—Vamos, vístete.

—Vete.

—Patrizia, levanta —me insiste, apoyándose en el marco de la puerta. —Llevas cuatro días sin moverte de la cama —da dos pasos pero se detiene a medio camino. —¿Vas a echar a perder lo que has logrado? —me señala las muletas, olvidadas en el suelo junto a la cama.

—No me importa —oculto mi rostro en la almohada.

—No me voy a ir hasta que te levantes de la cama.

Le tiro una de las almohadas, pero la coge al aire y se ríe por mi patético intento.

—Márchate, Luka.

Siento su peso sobre el colchón cuando se sienta a mi lado, subiendo la manta por mis muslos y acariciando mi piel expuesta bajo los pantalones cortos.

—Lo siento —susurra. —Siento que esto haya terminado así, pero no puedes quedarte en la cama más días —me coge del brazo, llamando mi atención. —Patrizia, deja de ignorarme.

Subo la manta hasta mi barbilla y encojo mis piernas que se rebelan por la falta de entrenamiento.

—¿Por qué ha tenido que matarlas? —las lágrimas vuelven raudas a mis ojos mientras un sollozo escapa de mi pecho. —¿Por qué ha tenido que matar a mi abuela? —golpeo la almohada con rabia, ahogando un grito de mi garganta contra la tela.

—Jamás he cuestionado sus actos, y no lo voy hacer ahora —sus dedos me acarician el brazo, erizando mi piel. —Si quieres respuestas tendrás que pedírselas a él.

—¡TÚ LO SABIAS! —me giro, apartándome bruscamente de su contacto, con la rabia creciendo en mi interior. —¡LO SABIAS Y NO ME DIJISTE NADA! —golpeo su cara con mi mano, en un guantazo que gira su rostro y sus ojos me devuelven un brillo peligroso.

Un grito de dolor nace de mi garganta y vuelvo a golpearlo, con la ira vibrando dentro de mi pecho, sigo pegando una y otra vez, dejando salir las lágrimas que me queman bajo la piel.

Y él se queda ahí, sin inmutarse, vuelve a girar su rostro una y otra vez cuando mi mano impacta en su mejilla y lo único que consigo es que su respiración se espese hasta casi desaparecer, dilatando las fosas nasales con cada exhalación y la mandíbula apretada aguantando mis golpes.

Y en un último grito rompo en llanto, abrazando mi cintura, doblandome por la mitad hasta tocar su pecho con mi frente.

—¿Por qué duele tanto?—mi voz tiembla descontrolada.

—Es un duelo que debes de pasar —su voz ronca me recorre la piel como un escalofrío y me fijo en sus puños apretados sobre sus muslos.

—¿Por qué me has dejado golpearte? —acaricio el dorso de su puño con un dedo, siguiendo la vena hinchada que se pierde bajo la camisa, correctamente abotonada en su muñeca.

Secretos con el señor de la mafia (+18) [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora