Capítulo 39

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Mi marido cierra la puerta en cuanto nos quedamos solos, mirándome apoyado en la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho

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Mi marido cierra la puerta en cuanto nos quedamos solos, mirándome apoyado en la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Lleva la camisa remangada y las venas de sus brazos se marcan bajo la tensión de su cuerpo.

—¿Has perdido peso? —le increpo, y me devuelve la mirada con una ceja levantada.

—Solo estoy entrenando más fuerte que de costumbre.

Dudo unos segundos, bajando la vista incómoda con su escrutinio.

—Tu también estas más delgada, y eso no me gusta —hace hincapié en las últimas palabras.

Levanto los hombros, quitándole importancia.

—Bueno, estoy empezando con ejercicios de fuerza para la espalda, y por las tardes nado para recuperar las piernas —evito mirarlo. —Tú no tienes excusa.

—Mi excusa eres tú, Patrizia.

Lo vuelvo a mirar pero necesito coger aire cuando sus ojos me devoran en silencio, oscuros y peligrosos.

—¿Yo? —coloco mi cabello detrás de la oreja, extrañada con sus palabras.

—Si.

—No lo entiendo —vuelvo a evitar su mirada, fijándome en sus zapatos.

—No hay nada que entender, prefiero pegarle a un saco que a la cara de alguien —levanta un hombro despreocupado. —Aunque no será porque no lo he intentado, pero no puedo pelearme con todo aquel que se cruce en mi camino.

Guardo silencio unos segundos, dudando en mirarlo a la cara.

—He oído que estás recuperando el territorio —llevamos dos semanas sin hablar y me siento como si no lo conociera.

Suspira y deja caer los brazos.

—¿Qué estamos haciendo? —su voz rasga el aire cuando pasa por su garganta.

—No lo sé —me miro las manos, apoyadas en mis muslos, con el puño apretado, clavando mis uñas en la piel.

Siento como camina hasta arrodillarse delante de mí, a un lado de la cama, acariciando mis tobillos que descansan lánguidos sin llegar a tocar el suelo. Mi mano cobra vida y alzo los dedos para tocar su rostro, recorriendo su barba que cada día despunta más canas, salvaje y sin perfilar.

Cierra los ojos cuando siente mi tacto, y me deja explorarlo. Pasando la punta de mi dedo por su pómulo, su nariz, que vuelve a estar recta. Sus labios, que me besan los dedos cuando recorro su delicada piel.

Agarro su rostro entre mis manos y aguanta la respiración cuando apoyo mi frente en la suya, respirando su aliento.

—Lo siento, perdóname —susurro.

Niega con la cabeza, sin abrir los ojos mientras sus manos suben por mis piernas, cada vez más atrevidas. Me rodea la cintura y me atrae al borde de la cama, pegándome a su pecho cuando su boca busca la mía.

Secretos con el señor de la mafia (+18) [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora