Capítulo 11: El Silencio

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El aire en la mansión Archibald estaba más pesado que nunca. Después de semanas de tensión y murmullos entre los sirvientes, la atmósfera se había vuelto sofocante. Incluso los pasos de Lady Penélope parecían más agudos, sus órdenes más frías, como si una sombra de incertidumbre y temor se hubiera posado sobre la casa.

Mili, que siempre había mantenido un perfil bajo, notaba los cambios. El paso del tiempo no había traído alivio, sino más bien un sentido de inquietud. Las noches eran especialmente extrañas, con los ruidos habituales de la vieja mansión siendo ahora más persistentes, casi como si algo—o alguien—estuviera caminando por los pasillos cuando todos deberían estar durmiendo.

Estaba limpiando el ala este de la casa cuando oyó a dos sirvientes susurrar en el salón.

—Te digo que algo no está bien —decía Daisy, la joven camarera—. Anoche vi una sombra moverse en el pasillo, pero no había nadie allí. ¡Lo juro!

—No hables tonterías —respondió Tom, el mayordomo—. Esta casa es antigua, ruidos así son normales. Y tú, Daisy, tienes demasiada imaginación.

Mili, que se había acercado sin querer, decidió no intervenir. Sabía lo que Daisy sentía, lo había sentido ella misma desde que llegó. Las sombras, los ruidos, el peso en el aire... Todo parecía más oscuro, más cerrado. La mansión escondía algo que ninguno de ellos había comprendido aún.

Esa misma noche, después de que todos los Archibald se retiraron a sus habitaciones, Mili se encontraba en la cocina, ocupada limpiando la vajilla de plata que utilizarían en una cena importante al día siguiente. Estaba concentrada en su tarea cuando de repente sintió un escalofrío recorrerle la columna. El aire se tornó denso y las luces parpadearon.

Dejó la cuchara que tenía en la mano y se quedó inmóvil. Un sonido suave, como un susurro, resonó en la habitación. Giró lentamente la cabeza, esperando encontrar a alguien detrás de ella, pero estaba sola. O al menos, eso parecía.

—¿Quién está ahí? —preguntó con voz temblorosa.

No hubo respuesta, solo el eco de su propia voz rebotando en las paredes de la cocina. Sin embargo, el escalofrío persistía, la sensación de que alguien la observaba desde las sombras.

Decidida a no dejarse llevar por el miedo, Mili continuó con su trabajo, aunque su mente no podía despegarse de la sensación de que algo en la mansión estaba cambiando.

Al día siguiente, mientras limpiaba los ventanales del salón principal, Lord Henry, el hijo mayor de la familia, se acercó a ella. Era raro que él interactuara con los sirvientes de manera tan casual, pero en esta ocasión, parecía diferente, más relajado.

—Mili —llamó, su voz suave pero firme—, he notado que últimamente la casa parece... diferente. ¿Has visto algo extraño?

Mili lo miró, sorprendida por la pregunta. Los Archibald nunca mostraban interés en lo que ocurría en su propio hogar, y menos en las sensaciones de los sirvientes. Titubeó antes de responder.

—Mi señor, he sentido cosas... pero no sabría decir qué es exactamente. A veces parece que hay alguien más en la casa.

Henry asintió, como si esa fuera la respuesta que esperaba. Se quedó pensativo por un momento, y luego, con una mirada más seria, se inclinó hacia ella.

—Hay rumores en la familia, Mili. Cosas que ocurrieron aquí hace muchos años. Historias que nadie quiere contar... pero la casa las recuerda.

Mili sintió un nudo en el estómago. ¿Qué significaban esas palabras? Antes de que pudiera hacer más preguntas, Lady Penélope entró en la sala con su habitual actitud de superioridad.

—Henry, deja de molestar a la sirvienta. Tienes mejores cosas que hacer —espetó, fulminando a Mili con la mirada—. Y tú, Mili, limpia ese candelabro. Está cubierto de polvo.

Mili agachó la cabeza y obedeció. Pero mientras se alejaba, no pudo dejar de pensar en lo que Henry había dicho. ¿Qué secretos guardaba la mansión Archibald? ¿Qué historias oscuras se ocultaban tras esas paredes?

Las noches se volvieron más largas y pesadas para Mili. Cada sonido, cada susurro en los pasillos vacíos la hacía sentir más incómoda, como si las sombras estuvieran conspirando a su alrededor. Y aunque los otros sirvientes intentaban seguir con sus vidas, había un claro ambiente de miedo que ninguno de ellos lograba ignorar.

Unos días después, Mili fue llamada por Lady Beatrice para limpiar su habitación personal, una tarea que rara vez se le asignaba. Mientras pulía los espejos y ordenaba las cortinas, no pudo evitar notar un antiguo retrato en la pared. Era de un hombre que no reconocía, vestido con ropas antiguas, y una expresión severa en su rostro.

—Ese es Lord Archibald, mi esposo fallecido —dijo Lady Beatrice, al notar que Mili observaba el retrato—. Murió hace muchos años, en circunstancias... difíciles.

Mili, sintiendo que estaba invadiendo un terreno peligroso, solo asintió en silencio. Pero algo en los ojos de Lady Beatrice le dijo que había más en esa historia, algo que aún no había salido a la luz.

La Mansión de los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora