Capítulo 20: La última llama

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El aire estaba impregnado de un olor a humo y cenizas, y la mansión que antes había sido un refugio ahora se alzaba como un esqueleto carbonizado, lleno de sombras de lo que había sido. Las sirvientas que Mili había intentado salvar se habían reunido afuera, miradas perdidas en el horror que presenciaban. El sonido de los gritos había sido reemplazado por el susurro del viento, como si la mansión misma llorara la pérdida de su alma.

Robert estaba entre la multitud, sus ojos fijos en el fuego que devoraba los restos de la mansión. Sentía un vacío profundo en su interior. Había llegado a buscar a Mili, pero solo encontró caos y destrucción. El fuego había hecho estragos, y con cada instante que pasaba, la esperanza de encontrarla se desvanecía más y más.

—¡Mili! —gritó, su voz resonando en el silencio que envolvía a los demás. Se adentró en lo que quedaba de la mansión, con el corazón latiendo fuertemente. Sabía que había estado allí, que había luchado por salvar a los demás. La culpa lo consumía, y no podía dejar de pensar que, tal vez, si hubiera llegado un poco antes, podría haberla salvado.

La estructura crujía, amenazando con colapsar por completo. Sin embargo, Robert no podía rendirse. Empujó los escombros, buscando entre las llamas apagadas y las cenizas.

—Robert, no puedes entrar —dijo una de las sirvientas, su voz temblando de miedo—. ¡Es demasiado peligroso!

—¡No me detendré! —respondió él, decidido—. ¡Mili está dentro! Debo encontrarla.

La sirvienta se mordió el labio, indecisa, pero al final, se quedó atrás, observando con ansiedad. Mientras tanto, los ecos del fuego se desvanecían, y el humo se deslizaba en el aire como un manto gris.

Finalmente, cuando logró salir de la mansión, la imagen de la ruina quedó grabada en su mente. Las llamas estaban apagadas, pero el vacío que había dejado Mili era indescriptible. Se volvió hacia las sirvientas, ahora en silencio, algunas de ellas sollozando en sus brazos.

—No la encontraremos. —La voz de otra sirvienta era un susurro quebrado—. Se quedó adentro para ayudarnos.

Robert se detuvo, sintiendo que el dolor lo atravesaba.

—¿Por qué hizo eso? —preguntó, la rabia y la tristeza entrelazadas en su voz—. ¿Por qué no pudo huir?

—Porque era Mili —respondió la sirvienta, lágrimas en los ojos—. Siempre pensó en los demás antes que en sí misma.

—No debemos olvidar lo que hizo —dijo Robert, mirando a su alrededor, sintiendo que el dolor la atravesaba—. Su sacrificio no será en vano.

Las sirvientas asintieron, entendiendo que la historia de Mili no debía terminar con su muerte, sino que debía ser contada. Se reunieron, unidas por el dolor y la determinación de honrar su memoria.

Los días siguientes fueron sombríos, pero también marcaron un nuevo comienzo. Las sirvientas, guiadas por el sacrificio de Mili, comenzaron a reconstruir sus vidas. Su valor había sido el faro que las guiaría a seguir adelante.

Una tarde, mientras se reunían en el jardín, Robert se acercó.

—Debemos hacer algo para recordarla —dijo, con determinación—. ¿Qué les parece plantar un rosal en su honor?

—Sí, eso sería hermoso —respondió una de las sirvientas, sonriendo a través de las lágrimas—. Ella amaba las flores.

—Entonces hagámoslo —dijo otra, con un brillo de esperanza en los ojos—. Para que su memoria viva siempre.

Y así lo hicieron. Plantaron el rosal en el jardín, y cada primavera, florecía en honor a Mili, recordando a todos la luz que había traído a sus vidas.

Sin embargo, lo que nadie sabía era que el espíritu de Mili no había abandonado la mansión. Ella había quedado atrapada en sus propias llamas, convirtiéndose en un guardián de su hogar. Su esencia vagaba por los pasillos, y aunque su forma era etérea, su determinación de cuidar de la mansión se mantenía intacta.

Un día, mientras Robert caminaba por el jardín, sintió un leve susurro en el viento.

—¿Mili? —susurró, mirando a su alrededor. Su corazón latía con fuerza, sintiendo que algo la rodeaba—. ¿Eres tú?

El viento pareció responder, moviendo suavemente las hojas de los árboles. Era como si Mili estuviera allí, protegiéndolo.

—Si alguien entra con malas intenciones, no dudaré en defender este lugar —dijo una voz suave, casi imperceptible, en su mente. Robert sintió un escalofrío recorrer su espalda—. Pero para aquellos que vienen con respeto, solo seré un susurro en el viento.

Con el tiempo, Mili se convirtió en leyenda, su historia contada en cada rincón del pueblo. Cada vez que el viento soplaba suavemente, llevaban consigo su susurro, recordando a todos que el amor y el sacrificio nunca mueren; se transforman y viven en el corazón de quienes quedan.

FIN...

La Mansión de los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora