Te Esperare

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Natalan aún seguía enfermo cuando se levantó, pero decidió ir a la preparatoria de todas formas; no soportaría un solo día sin ver a Soaring. Parecía que su vida dependía de la dulce sonrisa de su amado.

Caminó hasta la puerta de su habitación, sintiendo cómo su respiración se agitaba con cada paso, y cómo cada suspiro le causaba un dolor punzante en el corazón. Las advertencias de su cuerpo fueron en vano; Natalan ya estaba decidido a salir de casa y dirigirse a la preparatoria, deseoso de contemplar nuevamente los ojos multicolores de su tan ansiado amor.

El viento frío soplaba en su rostro, un recordatorio de que el invierno había comenzado. Pronto, las calles estarían congeladas, y los árboles cubiertos de nieve. Para él, todo era perfecto: su estación favorita, los ojos de Soaring y el aire gélido envolviendo el ambiente. A sus ojos, cada pequeño detalle era hermoso. Sus manos, tan frías que ya no las sentía, y sus mejillas enrojecidas por el frío lo hacían destacar entre la multitud de estudiantes que se abrigaban para protegerse del viento helado.

Los estudiantes entraban rápidamente a la preparatoria, intentando escapar del frío invernal. Pero Natalan, por el contrario, caminaba con lentitud, dejando que el viento golpeara su rostro. Sentía cada ráfaga como una caricia helada, algo que lo mantenía despierto, vivo, aunque su cuerpo estuviera en un estado debilitado. Con cada paso que daba hacia la entrada, su mente se enfocaba más en Soaring. Visualizaba esos ojos que lo habían obsesionado, esos labios que solo había imaginado besando, y esa sonrisa que parecía hecha solo para él.

Mientras cruzaba el umbral de la entrada, una sensación de alivio lo inundó. Pronto lo vería. Su corazón latía con fuerza, casi a punto de estallar, pero no por la fiebre o el malestar, sino por la emoción. Se detuvo por un momento en el vestíbulo, intentando recuperar el aliento. Miró a su alrededor, esperando ver la figura de Soaring en cualquier momento.

La bulla de los estudiantes a su alrededor era un murmullo lejano, casi inexistente para Natalan. Estaba completamente absorto en su propio mundo, en su propio anhelo. Y entonces, lo vio. A lo lejos, entre la multitud de alumnos que entraban y salían de las aulas, Soaring caminaba despreocupado, su cabello castaño iluminado tenuemente por la luz que se colaba por las ventanas. Natalan sintió cómo su cuerpo reaccionaba al instante, una mezcla de éxtasis y desesperación lo envolvía.

Sin embargo, algo más llamó su atención: Duxo estaba con él, como siempre. Caminaban juntos, conversando y sonriendo, ajenos al tumulto de estudiantes alrededor. La presencia de Duxo era como una espina clavada en su pecho, pero no podía apartar la vista de ellos. Apretó los puños, sintiendo cómo la ira y la frustración crecían en su interior.

El frío invernal ya no era reconfortante, sino una molestia. Su corazón latía aún más rápido, y el dolor que había sentido esa mañana ahora era mucho más intenso, no solo físico, sino emocional. Pero incluso entonces, una idea oscura y persistente volvía a invadir su mente: si Duxo no estuviera ahí, todo sería perfecto.

Solo si Aquino se apresurara con el plan, Soaring no estaría aferrado al brazo de Duxo, no estaría sonriendo ante su presencia. Esa idea retumbaba en la mente de Natalan, alimentando su frustración y oscureciendo aún más sus pensamientos.

Su concentración fue bruscamente interrumpida cuando Lucasta lo agarró del hombro para saludarlo. Natalan dio un pequeño brinco por el susto y se giró rápidamente, encontrándose con Lucasta, quien lo miraba con una gran sonrisa, como si estuviera disfrutando del mejor día de su vida. La expresión sombría y amargada de Natalan, sin embargo, hizo que Lucasta retrocediera un poco, desconcertado.

-¡Buenos días, Natalan! -dijo Lucasta, aún con una sonrisa, pero algo más contenida, notando el extraño comportamiento de su amigo.

La mirada de Natalan estaba oscura, llena de molestia, y su silencio lo hacía aún más inquietante. Lucasta frunció el ceño, perdiendo la sonrisa por completo, y lo miró con preocupación.

Loco por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora