CAPÍTULO 6

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El cumpleaños de las hermanas llegó, pero Burgos seguía en su viaje de congresos médicos. No estaba para celebrar con su familia. No importaban los lujos ni la elegancia de la mansión, se sentía la desolación provocada por la ausencia del médico bonachón. Dana y Diana estaban con su madre en el largo comedor de cristal, vestidas con sus mejores y costosas ropas. Planearon por meses lo que querían para su fiesta y salieron muchas veces de compras para adquirir lo mejor para aquel día. Parecían modelos sacadas de una revista, pero faltaba el papá sonriente. Dana vestía un vestido de encaje corto con mangas pomposas y con mucho vuelo en la falda, dejaba a la vista sus flaquitas piernas que estilizaba más con unos tacones. A pesar de estar maquillada, podía ver las ojeras que rodeaban sus ojos. Combinaba el color de sus labios con el de su cabello de cobre suelto y planchado. Parecía una muñequita, una que se desvanecería en cualquier momento. Diana vestía entallada de seda gris y llevaba recogido el cabello en una coleta bien peinada. Ella siempre se veía bien sin importar lo que se pusiera. Clara portaba con soberbia un traje de falda de lana con estampados de cuadros rosas, verdes y blancos. Se jactaba de que era vintage y de una marca muy lujosa. 

No escatimaron en nada para hacer la fiesta. Había un gran pastel sobrio en el centro de la alargada mesa del comedor, rodeado de peonías rosadas. Mirara por donde mirara, había arreglos florales. Por un momento me sentí en un funeral y no en un cumpleaños.

Mis observaciones, las que no salían de mis pensamientos, importaban poco, yo no estaba ahí como un invitado, sino como parte de los empleados. De nuevo tuve que optar por quitarme los lentes y peinarme diferente, con la intención de no ser reconocido por algún invitado que fuera del colegio. El timbre sonó en repetidas ocasiones, mismas en las que me encargué de abrir la puerta y hacer pasar a los invitados. Amistades de Clara, familiares lejanos y uno que otro compañero de la clase de Dana, que por suerte no me ubicaban en el colegio. Me sorprendió enterarme que no llegaron invitados de Diana.

Me tocó ayudar en la cocina, repartir canapés y bebidas en bandejas. Escuché como los invitados engreídos conversaban jactándose de sus logros, sobre viajes y bienes adquiridos. Diana tenía el rostro apático y no dejaba de revisar su nuevo celular de última generación. Supuse que solo le interesaba recibir mensajes del profesor. Dana, rodeada de sus conocidos, comía lentamente un canapé a pequeñas mordidas y sonreía de manera forzada mientras platicaba con sus invitados. No entendía por qué ella asociaba lo bello con la delgadez y por qué se aferraba a esa idea como si fuera una verdad absoluta. No era más hermosa si estaba pegada a los huesos, decaída, sin energía, ausente y ojerosa. Ya no disfrutaba de la vida por tener miedo a no ser apreciada si subía algo de peso.

Clara bebía lentamente sorbos de su copa mientras platicaba con los invitados. No parecía ser la mujer borracha que solía ver paseándose en la mansión en bata.

No tardé en ser el tema de conversación, por mi edad y estar trabajando de sirviente. Clara comentó que su esposo hacía labor social cuidando a un huérfano como yo. Estaba acostumbrado a escuchar lo mismo: Burgos generoso, yo huérfano. La fiesta se me hizo eterna y aburrida, para mí, eran diferentes. En el pasado celebraba con mi madre. Siempre fuimos solo nosotros dos, estaba acostumbrado a eso. Ella cocinaba mi comida favorita, horneaba el pastel y me daba de regaló algún capricho que hubiera tenido en el momento. ¿Lo mejor de todo? Me despertaba tocando feliz cumpleaños con su violín y en la noche me ofrecía un concierto privado, mostrándome lo talentosa y hábil que era. En su niñez fue a clases de música y arte hasta convertirse en adulta, amaba la música, estaba decidida a dedicarse de manera profesional esta. Sin embargo, cuando su madre enfermó de cáncer, terminó estudiando para ser enfermera. Conjeturó que, si la cuidaba y atendía con amor y dedicación, sanaría más rápido. Por eso abandonó su gran pasión. No conocí a mis abuelos, murieron mucho antes de que yo naciera. Mi abuela fue maestra de filosofía y murió de cáncer pulmonar, fumaba mucho. Mi abuelo fue artesano, trabajaba el arte del vidrio soplado. Murió meses después que mi abuela, también por cáncer, pero fue de próstata.

El día a día de SamuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora