CAPÍTULO 7

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Dana dejó de ir al colegio, Clara la dio de baja, pensó en internarla para tratar su trastorno alimenticio, también en mandarla al extranjero, pero al final, Dana decidió exiliarse en la mansión, minimizando sus problemas. Terrible error.

Recuerdo con tristeza y enojo la conversación que mantuvo Clara con sus hijas al enterarse de lo sucedido. Ella decidió que estuviera presente, debido a que asistía en el mismo colegio. Me sentía incómodo. En el ambiente se agitaban diversas emociones, la que más predominaba era la tristeza de Dana. Me daba la impresión de que deseaba desaparecer en ese momento. Se veía tan pequeña y frágil que me provocaba ganas de darle un cálido abrazo y decirle que todo estaba bien, que no fue su culpa.

—Los otros padres de familia hablan mal de ti y me juzgan, dicen que soy una terrible madre. ¿Te parece justo eso, hija? —preguntó Clara arrastrando un poco las palabras.

Clara, como acostumbraba, había bebido, su aliento alcohólico chocaba en los rostros.

—No... —respondió en un hilo de voz lloroso, mantenía la mirada en el piso y las lágrimas surcaban sus mejillas pecosas.

—Esto lo provocaste tú, hija. ¿Cómo se te ocurrió salir de la casa para irte a emborrachar con el vago de tu exnovio y sus amigos buenos para nada? Ellos son hombres, los hombres siempre se aprovechan de las mujeres vulnerables —afirmó y me lanzó una mirada retadora.

Diana volcó los ojos. Por mi parte, no podía decir nada en ese momento sin lograr enfurecer más a Clara.

—Lo lamento, mamá. No volverá a pasar. —Levantó su mirada y más lágrimas salieron de sus ojos.

—Por supuesto que no volverá a pasar —dijo enojada—. Fingiremos que no sucedió nada. Continuaremos como siempre. Dana, si tú decides vivir como una víctima, jamás serás plena, estarás estancada en el pasado, reviviéndolo una y otra vez. Solo fue un desliz, todos lo tienen. Ya cometiste el error de abrir las piernas, ahora compórtate y date a respetar. Aquí no habrá víctimas.

Miré con enojo a Clara, no estaba de acuerdo con su manera de pensar. Dana enjuagó las lágrimas contenidas en sus ojos y observó a su madre con una enorme decepción evidente.

Reinó el silencio, uno amargo y asfixiante.

—Mamá, me siento sucia, no importa cuántas veces me bañe —rompió el silencio Dana.

Contuvo las lágrimas que se acumulaban en sus ojos de ámbar.

—¡Báñate con vinagre! —gritó Clara enojada y golpeó la mesa con su puño—. ¡No tengas lástima de ti misma!, ¡supéralo! ¡No uses esto para llamar la atención y hacer de nuestra vida un drama! —Soltó un suspiro hondo y fijó su mirada en la cara llorosa de Dana—. Las familias de esos chicos, tu exnovio y sus amigos, son más ricas que nosotros, asquerosamente más. Por eso ellos no temen en dañar y destruir a los demás —habló más calmada—. Tus agresores, no solo tu novio, sino quienes grabaron, estuvieron presentes y participaron en difundir lo sucedido, son menores de edad y supuestamente todos estaban borrachos. No irán a la cárcel, no pagarán por lo que hicieron. Y por desgracia, harán lo mismo con todas las chicas que puedan hasta que se casen con una señorita de casa. Demonios, hija, ¿qué hice mal contigo? Es culpa de tu padre, por dejarme sola con ustedes, no puedo cuidarlas sin su ayuda. Maldito. —Clara se levantó de golpe—. Tengo que relajarme.

Las palabras de Clara me golpearon el cerebro y se acumularon en mí, por lo que vi en los ojos llorosos de Dana, me percaté de que a ella también le afectó lo dicho y la hicieron sentir más culpable. Presentí que el mundo de Dana se fisuró con la cruel respuesta de su madre. Recordé algo que una vez mi madre me dijo: se necesita un pueblo para educar a un niño. En ese momento, donde veía el abandono por el que pasaba Dana, entendí por qué ella buscaba a su manera un pueblo, al no encontrarlo en casa, y ese pueblo, quienes dijeron ser sus amigos, la traicionaron.

El día a día de SamuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora