CAPÍTULO 17

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El chófer no estaba, había desaparecido y dejó las llaves pegadas al carro. Así fue como renunció. Me pareció extraño, lo asocié con el delicado estado de Clara. Me preguntaba seguido si él era el padre y la culpa le hizo abandonar su trabajo. Claro, ya tenía una familia y solo usaba a Clara para tener un mejor salario. Dana subió al carro sin pensarlo dos veces.

—Vamos, Samuel. ¿Qué esperas?

Subí desconfiado al carro, Dana solo había tomado pocas clases de manejo, estaba acostumbrada a depender del chófer. Desde mi lugar en el copiloto me di cuenta de que el carro era automático, detalle que me dio un poco de calma. Dana encendió el motor y salió del estacionamiento con cautela. Miraba de un lado a otro y se encorvaba hacia el parabrisas para tener mejor visión. Manejó con las debidas precauciones de un aprendiz hasta que se detuvo en un lujoso hotel en el centro de la ciudad, donde dejó el carro al valet parking y bajamos. Nos dirigimos a la recepción y vimos a una dama vestida con un elegante uniforme negro.

—Iré al grano, no quiero hacer un escándalo y llamar a la policía, pero un adulto está hospedado con una menor de edad, juntos... en este momento. Dígame en qué habitación se encuentran y no llamaré a la policía —amenazó Dana a la recepcionista.

Admiré la determinación de Dana, era la primera vez que la veía tan decidida en actuar a favor de su familia.

La mujer de cara alargada y expresión seria miró con asombro a Dana y una ancha sonrisa se plasmó en su rostro acabado por el cansancio.

—Las políticas del hotel no me permiten dar información de los huéspedes, lo siento mucho.

—Ya veo... —Dana echó una mirada por el lugar—. Samuel, cuéntale a la señorita lo que pasó la otra vez, iré por el carro. —Dana giró sobre sus pies y me guiñó el ojo.

No sabía que significaba su orden y guiño de ojo, me puse tan nervioso que comencé a sudar sin motivo alguno. Sin embargo, no podía echar a perder la decisión de Dana. Ajusté mis lentes y fijé mi mirada en la recepcionista.

—Bueno, verá —me planté frente a la recepcionista—, la otra vez...

—¿Sí? —Me miró fijamente con sus penetrantes ojos marrones.

—Estaba lloviendo mucho y por causa de un fenómeno extraño el viento de la lluvia arrastró consigo arañas, entonces, llovieron arañas. —Fue lo único que se me cruzó en la cabeza—. Las personas gritaban mientras buscaban refugio, eran arañas violinistas. Las arañas violinistas son sumamente venenosas, su picadura causa necrosis. Fue toda una escena de terror para quienes les tocó la lluvia de arañas. Pero, ¿sabe qué? —No dejé que respondiera—. No entiendo por qué le dicen arañas violinistas, a mí me ofende. Soy un violinista. Es decir, intento ser uno bueno. Cuando salga del colegio iré al conservatorio de música de la ciudad. ¿Le gusta la música clásica? —Seguí hablando, sin dejar que ella respondiera, solo asentía con la cabeza y esbozaba una sonrisa divertida. Vi por el rabillo de mi ojo a Dana gateando hacia las escaleras junto al elevador—. A muchas personas no les gusta, la creen aburrida. ¿Sabía que ciertas composiciones de piezas clásicas tienen efectos positivos en el cerebro humano? Es algo que se ha estudiado mucho. ¿Sabe que hicieron un experimento con plantas? ¿Y que crecieron mejor las que le ponían música de rock? Bueno... es que las plantas no se consideran seres vivos por muchos, pero están vivas, se realizó un estudio... —Miré la cara de risa de la recepcionista.

El plan había funcionado: mientras hablaba, la mujer se distrajo lo suficiente y Dana se filtró al hotel.

—Jovencito, aunque hables tanto y seas tan lindo, no te diré nada del huésped que están buscando —dio a saber con amargura.

El día a día de SamuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora