Oniria e insomnia

CAPÍTULO 19: We're at a place called Vertigo.

Violeta:

Los últimos rayos del sol del ocaso de este viernes, tibios y deslucidos, se reflejan al otro lado de la lente de mi cámara, esa que inmortaliza justo ahora el último de los encargos que he recibido durante mi primera semana de autonomía laboral.

-              Vale, ahí estáis perfectos, aguantad un segundo más.

El click casi imperceptible del obturador captura para siempre la escena que tengo delante, dos abueletes de unos setenta años, con dos gafas redondas casi casi iguales, el pelo surcado de canas a diferente altura, y jerséis de lana de esos que abrigan más allá del cuerpo, al igual que las sonrisas que se están dedicando el uno a la otra. Es liberador poder estar trabajando aquí, frente a esta casita de dos plantas sacada de otra época a las afueras de Barcelona en lugar de encerrada entre las cuatro paredes de mi estudio, respirando retazos de sal y con el viento removiendo el césped recién regado que cubre su jardín.

-              Listo, van a quedar preciosas en las invitaciones, ya os podéis mover.

En cuanto les doy permiso, mis jefes por un día caminan hacia mí con rapidez, apretando mis mofletes de camino y luchando contra su presbicia, gafas arriba, gafas abajo, para poder distinguir las siluetas capturadas en la pequeña pantalla del aparato que sostengo para ellos. Mil agradecimientos después, un trozo de bizcocho casero como última recompensa, y el encargo de fotografiar también sus bodas de oro, mis pasos alcanzan el coche que me espera a un par de calles de su hogar, cansada como pocas veces, satisfecha como nunca.

Y debo de estar especialmente sensible hoy, o quizá esté ovulando, no lo sé, pero el caso es que antes de sentarme al volante tengo que sacar el teléfono de su escondite y abrir un chat que esta semana ha tenido más actividad que de costumbre. Será el día, la primavera en plena ebullición, la pista que acabo de vislumbrar de cómo el tiempo afianza las relaciones, la seguridad de que ella me sonríe en ocasiones con el mismo poso de certeza, o simplemente que la echo de menos, pero llevo más de una hora sin dejar de pensar en Chiara.

Desde ahora mismo, soy una mujer libre solo si es para ti
¿Nos vemos en un rato?

Ni siquiera hago el amago de arrancar hasta que el móvil vibre de vuelta, porque no voy a poder recorrer este trayecto de apenas treinta minutos sin haber recibido su respuesta, a ese nivel han llegado las ganas de verla. Y es que esta semana, increíblemente completa a nivel profesional, nos ha dejado mucho menos espacio para la magia y los encuentros inesperados. Un par de ratos ganándonos la confianza de Ombra, que ya se pasea sobre mi cuerpo como si fuera mi dueño mientras sigue sin dejar que Chiara lo toque, para su más absoluta desesperación; un par de conversaciones telefónicas cuando la morena sentía que se ahogaba entre mil mareas con cada llamada que le unía a Menorca, y poco más.

Estoy de camino al cine con Martin
No podía dejar que se comiera una tarrina de
helado más, entiéndeme, no sería una buena amiga

Mi ceño se frunce en cuanto lo leo, y no precisamente al verse mis esperanzas truncadas porque ella esté pasando tiempo con su mejor amigo. Para nada es eso, no penséis mal de mí. Es solo que el hecho de que haya saltado por alto de mi provocación primera y no haya entrado al trapo como tiene por costumbre, no hace más que reafirmarme en mis sospechas de hace días.

A mi robot torpón, a mi Wall-e particular, esta semana le falta la chispa. No lo dice en voz alta, y no hace falta que me explique que su tendencia natural es esquivar los malestares como si fueran cuchillos voladores e intentar tragarse a la fuerza el nudo en la garganta, pero yo lo noto. La situación conseguiría inquietarme si no tuviera igual de claro que lo que le preocupa no tiene nada que ver con nosotras dos, si no que todos sus agobios vienen de ultramar, de una isla cercana en la que todos sus demonios están listos para embarcar en una Odisea a la inversa, en la que Ítaca es ciudad, y ella, ella solo espera.