La semana había transcurrido como un torbellino, llevando consigo las tensiones de los exámenes y el gélido invierno que había comenzado a asomarse. Cada día, Juanjo despertaba con la misma pregunta en la mente: ¿realmente conocía a sus amigos o solo a las versiones que ellos presentaban al mundo? Esa duda lo había acompañado durante mucho tiempo, ocultándose tras su sonrisa contagiosa.
Esa tarde, después de un día interminable en la escuela, Juanjo llegó a casa y se encontró con su hermano Pablo en el sofá, absorto en un videojuego. La habitación estaba bañada en la luz tenue de la pantalla, el sonido de disparos resonando como un eco lejano de la realidad. La familiaridad de la escena lo reconfortó, pero una sombra de melancolía lo siguió al dejar la mochila en el suelo.
—¿Cómo te fue hoy? —preguntó Pablo, su atención todavía fija en el juego.
—Bien, supongo. Hicimos un examen de matemáticas. —Juanjo se estiró, pero la tensión en su pecho persistía.
La conversación entre hermanos a menudo giraba en torno a lo trivial, un mecanismo de defensa que les permitía evitar los temas profundos. Juanjo intentó recordar una risa o un momento feliz del día, pero se sintió perdido en un laberinto de pensamientos.
Las risas de sus amigos resonaban en su mente,
una melodía de felicidad que contrasta con su soledad.
En el espejo de su sonrisa, un reflejo distorsionado;
la búsqueda de pertenencia, un deseo inquebrantable.Mientras Pablo continuaba su partida, Juanjo se perdió en sus pensamientos. En la escuela, siempre había sido el chico que hacía reír a los demás, el que organizaba fiestas y hacía que todos se sintieran incluidos. Pero, en su interior, luchaba con la soledad y las expectativas. La carga del éxito social lo asfixiaba, y sentía que sus amigos no lo conocían realmente.
¿Era posible ser más que un rostro conocido,
más que una broma, más que una simple anécdota?
¿Podría abrir su corazón sin temor al vacío,
sin temer el rechazo que podría surgir como sombra?Finalmente, se acercó a Pablo, buscando la conexión familiar que siempre había encontrado en su hermano menor.
—¿Y tienes planes para este fin de semana? —preguntó, tratando de mantener la conversación ligera.
—Sí, voy a hacer una maratón de películas con algunos amigos. También invitamos a Martin —respondió Juanjo, intentando no dejar que la vulnerabilidad se asomara a su voz.
Pablo levantó la mirada, intrigado.
—¿Martin? ¿El chico que siempre está en el rincón con sus amigos? —preguntó, sus ojos brillando con curiosidad.
—Sí, ese mismo. Quiero conocerlo un poco más —Juanjo se encogió de hombros, sintiendo una mezcla de nervios y emoción en su interior.
Pablo frunció el ceño, como si estuviera evaluando a su hermano.
—No sé, ese chico tiene un aire de misterio. Pero si te parece bien, supongo que no hay problema.
El corazón de Juanjo latía con más fuerza. La idea de invitar a Martin parecía simple, pero había algo en esa decisión que lo hizo sentir vulnerable. La emoción que experimentaba al pensar en Martin era palpable, como un fuego que ardía en su pecho.
En el instante de la invitación, se asomaba el abismo;
el temor a lo desconocido, al rechazo y la soledad.
Pero la chispa de la curiosidad iluminaba su camino,
como un faro en la niebla, un eco de esperanza.La noche cayó, y mientras Juanjo se preparaba para dormir, su mente seguía girando en torno a la maratón. Se preguntaba si había alguna posibilidad de acercarse más a Martin, de permitir que sus caminos se entrelazaran más allá de la pantalla.
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Slowburn
Teen FictionEn un mundo donde las expectativas son tan altas como el cielo, Martin y Juanjo navegan por la turbulenta vida escolar, cargando con sus propios demonios internos y luchando por encajar. Mientras Martin enfrenta sus inseguridades académicas y el pes...