£ Entre la expectativa y la libertad £

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La semana avanzó entre tensiones y miradas furtivas. Martin se esforzaba por mantener una fachada, pero cada vez que se encontraba con Juanjo, el eco de su abrazo resonaba en su mente. La sensación de vulnerabilidad era desconcertante; nunca había permitido que alguien se acercara tanto a su interior. A medida que se acercaba el fin de semana, la angustia crecía como una sombra constante. La mezcla de confusión y anhelo lo perseguía, y cada vez que se encontraba con Juanjo, su corazón palpitaba más rápido, incapaz de decidir si eso era bueno o malo.

Juanjo, por su parte, observaba a Martin con una mezcla de preocupación y curiosidad. Desde el abrazo en la sala de clases, había sentido una conexión inexplicable que lo atraía hacia él. Aun así, había algo en el aire que parecía interferir, un muro invisible que Martin levantaba a su alrededor. La mirada distante y la sonrisa apagada no se le escapaban; Juanjo quería ayudar, pero no sabía cómo acercarse sin asustarlo. Sabía que aún no eran tan cercanos, pero cada día que pasaba se sentía más decidido a encontrar una manera de atravesar esa barrera.

Chiara, Ruslana y Martin salieron a dar una vuelta, y una vez con sus helados en mano, se sentaron en una mesa al aire libre. Mientras comían, Martin observó a sus amigas y no pudo evitar recordar momentos de su infancia. Recuerdos de juegos, risas y aventuras compartidas, una burbuja de felicidad que parecía tan lejana en ese momento. La luz del sol brillaba sobre ellos, y aunque el aire era cálido, Martin sentía un frío interno que no lograba sacudirse.

—Recuerdan cuando nos perdimos en el parque y terminamos en ese lago? —comentó Chiara, rompiendo el silencio.

Martin se rió, la risa era contagiosa y el ambiente relajante.

—Sí, ¡y Ruslana se cayó al agua! —añadió, buscando un punto de conexión en sus memorias.

—¡Cállate! —exclamó Ruslana, aunque no podía ocultar una sonrisa—. ¡Era un accidente!

—Lo recuerdo bien —dijo Martin, sintiéndose un poco más ligero—. Fue una travesura increíble. Teníamos tanto miedo de que nuestros padres nos regañaran, pero terminamos riéndonos tanto...

Las historias fluyeron de nuevo, llenando el espacio entre ellos con risas y recuerdos compartidos. Chiara comenzó a hablar de una travesura que habían hecho en la escuela, un plan elaborado para tratar de impresionar a un grupo de chicos, mientras Ruslana se reía y hacía gestos exagerados. Pero a medida que la conversación continuaba, Martin no podía evitar que sus pensamientos se desviasen. Su mente viajaba a Juanjo, a cómo se había sentido en su abrazo, a la calidez de su cercanía. Esa conexión inesperada lo confundía, y al mismo tiempo, lo atraía.

La noche llegó y Martin se despidió de sus amigas, sintiendo un ligero alivio, aunque en su interior seguía sintiéndose desgastado. Más tarde, cuando regresó a casa, encontró una hoja sobre su escritorio. Era una hoja arrugada que había estado en su mochila, una que había olvidado. La tomó y comenzó a leer. Era un fragmento de un poema que había escrito semanas atrás, una pequeña chispa de su alma:

"En un rincón del silencio, donde los ecos susurran,
donde las sombras se alargan y la luz se diluye,
hay un niño que camina, con pasos temerosos,
buscando refugio en un mundo que no entiende."

Sintió que las palabras resonaban con su estado emocional. No era un poema dirigido a nadie en particular, pero en ese momento, le pareció que hablaba directamente de él, de su lucha interna. Decidió que no quería que Juanjo lo viera así, expuesto y vulnerable, pero a la vez, había algo en compartir sus palabras que lo hacía sentir más ligero. La idea de que alguien pudiera leer esas palabras y comprender un poco de su dolor era tentadora, pero también aterradora.

A la mañana siguiente, en la escuela, mientras esperaba a Ruslana y Chiara, notó que Juanjo se acercaba. Había algo en su porte que parecía diferente; tal vez era el leve destello de determinación en su mirada.

SlowburnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora