El aire se sentía denso cuando Ruslana y Martin caminaron en silencio fuera del aula. Aunque no lo mencionaron, ambos sabían lo que había ocurrido allí dentro. La ansiedad de Martin seguía presente, como una sombra difícil de ignorar. Él bajó la mirada, sin atreverse a hablar.
—No tienes que forzarte, ¿sabes? —dijo Ruslana suavemente, sin invadir su espacio pero dejándole saber que estaba allí.
Martin asintió, pero las palabras no salían. Siempre había tenido dificultades para abrirse, incluso con Ruslana, que lo conocía desde hace años. La presión de mantenerse a flote, de no desmoronarse frente a los demás, lo aplastaba.
—Gracias por venir —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro.
Ruslana sonrió con calidez. —Siempre. Lo sabes.
Martin suspiró y miró a su alrededor. El patio de la escuela estaba casi vacío, y las hojas de los árboles se mecían con suavidad en el viento de la tarde. Por un momento, el mundo parecía más grande que sus problemas, pero rápidamente, los pensamientos volvieron a ocupar su mente. ¿Cómo iba a enfrentarse de nuevo a Juanjo? ¿Cómo podría seguir con esas clases sin que todo se le viniera encima?
El aula estaba vacía, el eco del último timbre se había desvanecido, pero Juanjo seguía allí, su mirada vagando entre los útiles esparcidos en el escritorio de Martin. Los lápices y cuadernos estaban descuidadamente desparramados, como si hubieran sido dejados con prisa. Se acercó, su curiosidad despertada por un pequeño papel doblado que sobresalía de un cuaderno.
Dudó por un momento antes de abrirlo. No era para él, lo sabía, pero el impulso de entender a Martin, de ver más allá de las paredes que parecía levantar, lo hizo desplegar el papel.
"A veces, solo quiero que el mundo deje de girar. El peso de todo me aplasta, y no sé cuánto más puedo soportar. Estoy aquí, pero no siento que pertenezca. No sé cómo seguir fingiendo."
Juanjo sintió un nudo formarse en su pecho. Aquella nota no estaba dirigida a él, pero leer esas palabras le hizo sentir que estaba mirando algo profundamente personal. Dobló la hoja de nuevo y la colocó exactamente donde la encontró. No podía confrontar a Martin, al menos no ahora. No quería que se alejase aún más. Pero esa pequeña revelación le hizo desear protegerlo, aunque Martin no estuviera listo para recibir esa protección.
El día había sido largo, y Martin caminaba solo, con el peso de su mochila arrastrándole los hombros hacia abajo. Las palabras que había escrito más temprano seguían resonando en su mente, pero no había alivio al sacarlas. Nadie sabía cómo se sentía en realidad. Y esa era su batalla diaria: fingir que todo estaba bien.
Ruslana le había preguntado si quería hablar, pero no tenía fuerzas para enfrentarse a sus preguntas. Sabía que ella querría ayudar, pero Martin no estaba seguro de cómo explicarle lo que ni él mismo podía entender. Mientras caminaba, pensaba en las miradas de sus amigos, en la forma en que todos parecían seguir adelante mientras él se sentía estancado.
Hay momentos en que el silencio lo dice todo. Como cuando dos desconocidos se encuentran y se reconocen, no por lo que dicen, sino por lo que callan. En esos instantes, las palabras sobran, porque el peso compartido de lo no dicho es más fuerte que cualquier promesa o declaración. Así, dos almas se conectan, no por sus similitudes, sino por sus silencios.
Después de dejar el aula, Juanjo y Denna caminaron en silencio por el largo corredor de la escuela. La luz del atardecer proyectaba sombras alargadas en las paredes, dándoles a ambos un aire melancólico. Denna miraba a su amigo de reojo, esperando que hablara, pero él estaba inmerso en sus pensamientos, con la vista clavada en el suelo.
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Slowburn
Teen FictionEn un mundo donde las expectativas son tan altas como el cielo, Martin y Juanjo navegan por la turbulenta vida escolar, cargando con sus propios demonios internos y luchando por encajar. Mientras Martin enfrenta sus inseguridades académicas y el pes...