§ Caminos entrelazados §

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Días después...

Ruslana y Chiara caminaban junto a Martin por el pasillo del colegio, algo en su andar llamaba la atención de ambas chicas. Martin, que usualmente tenía esa sonrisa fácil y palabras ligeras para cualquier conversación, hoy parecía estar ausente. Era como si cada paso le pesara más de lo habitual, como si cargara un invisible y pesado saco sobre sus hombros.

Ruslana, siempre perceptiva, intercambió una mirada rápida con Chiara, como si ambas compartieran la misma preocupación sin tener que decirlo. El ruido del pasillo, con estudiantes moviéndose de un lado a otro, pareció desvanecerse mientras sus pensamientos se enfocaban en Martin.

—¿Estás bien, Martin? —preguntó Chiara, fingiendo una leve despreocupación para no incomodarlo.

—Sí, claro —respondió él con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Levantó la mirada solo un momento antes de volver a clavarla en el suelo, evitando el contacto visual directo.

Ruslana no lo soltó tan fácil. Lo conocía desde hacía años, y sabía que algo más profundo se escondía tras ese simple "sí". Decidió, sin embargo, no presionar. Había aprendido que con Martin la paciencia era clave. Había días en los que las palabras eran innecesarias, y este parecía ser uno de esos días.

—¿Te pasa algo con la obra? —intentó Chiara de nuevo, refiriéndose a la producción en la que estaban involucrados. Martin negó suavemente.

—No es eso... sólo he estado un poco cansado —admitió al fin, pero incluso esa pequeña confesión sonó forzada. Era como si hubiese algo más, algo que ni siquiera él estaba listo para compartir, o tal vez no quería admitir ni para sí mismo.

Ruslana se adelantó un poco y caminó al lado de Martin, chocando levemente su hombro con el de él. Era su manera de recordarle que estaba allí, sin preguntas, sin presiones.

—Cansancio lo tenemos todos. Pero tú... —Ruslana lo miró de reojo—, tú te ves un poco más apagado hoy, ¿seguro que estás bien? Podemos saltarnos lo que sea y pasar un rato solo charlando si quieres.

—Gracias, Rus, pero de verdad, solo... dormí mal, eso es todo —respondió, intentando sonar más convincente.

Chiara no dijo nada más, pero el silencio que cayó entre ellos estaba cargado de esa incomodidad invisible que surge cuando las palabras se quedan cortas. A veces, el agotamiento emocional se disfraza de cansancio físico, y aunque ambas sabían que algo no estaba bien, no lo presionarían. No todavía.

Ruslana y Chiara lo acompañaron hasta su aula, y cuando se despidieron, las dos chicas compartieron una última mirada. Algo estaba pasando con Martin, y aunque no podían decir exactamente qué, sabían que no sería sencillo hacer que él se abriera.

Mientras tanto, Juanjo...

Juanjo caminaba distraído por los pasillos, sin ningún rumbo fijo. Había dejado la clase de historia antes de tiempo, buscando cualquier excusa para estar solo un momento. El aula estaba vacía cuando llegó y dejó caer su mochila en uno de los escritorios del fondo, justo donde Martin solía sentarse.

Se sentó ahí, mirando los útiles dispersos en la mesa: un cuaderno abierto, varios lápices sueltos y una pequeña hoja doblada, aparentemente abandonada a un lado. Al principio, no le prestó mucha atención, pero algo en la forma en que estaba colocada le llamó la atención. La tomó entre sus manos, reconociendo al instante la caligrafía de Martin.

No estaba dirigida a nadie en particular, no era una carta ni un mensaje claro. Era más bien una serie de pensamientos sueltos, como si Martin hubiera dejado allí un pedazo de su mente, sin darse cuenta, otra vez, una nota más...

"A veces todo se siente tan pesado, y no sé cómo decirlo sin que suene como una queja. Quisiera que las palabras no me fallaran tanto, que pudieran salir de mi pecho como lo hacen en mi mente... pero, ¿y si al final no dicen nada?"

Juanjo leyó las palabras una y otra vez, sintiendo un nudo formarse en su garganta. No era para él, claro, pero de algún modo se sintió culpable por haberlo leído. Sabía que no debía confrontarlo, al menos no todavía, pero algo en su interior se revolvió. Esa pequeña hoja decía más de Martin que cualquier conversación superficial que habían tenido hasta ahora. Era como si hubiera tenido una ventana hacia un rincón oculto del chico que tanto lo intrigaba.

Guardó la hoja en su mochila, decidiendo que no le diría nada a Martin por el momento.

Martin decidió regresar a casa más temprano, pero no logró alejar los pensamientos que lo atormentaban. Sus pies lo llevaron al aula vacía, donde el eco de su propia respiración resonaba en el aire. Las luces del atardecer teñían de naranja las mesas, pero él apenas lo notaba. Todo parecía desvanecerse a su alrededor, excepto la presión creciente en su pecho.

Sentía que apenas podía respirar. El aire, por alguna razón, se volvía más denso, como si lo estuviera aplastando. Martin cerró los ojos, intentando calmarse, pero las imágenes de todo lo que lo abrumaba solo crecían, empujándolo más y más hacia el abismo.

Justo en ese momento, la puerta del aula se abrió lentamente. Era Juanjo, que había vuelto a buscar un cuaderno que había olvidado. Su presencia al principio no pareció importarle a Martin, que estaba hundido en su mundo. Juanjo lo observó, notando cómo respiraba rápido y entrecortado. Había algo en su mirada, una tensión que lo hizo detenerse.

—¿Martin? —preguntó en voz baja, dudando, sin querer invadir su espacio.

Martin no respondió. Sentía como si cada pensamiento diera vueltas a una velocidad imposible, llevándolo al límite.

Entonces, Juanjo dio un paso más. En su mirada no había juicio, solo preocupación.

—¿Estás bien? —insistió, acercándose.

Martin apenas logró sacudir la cabeza, su cuerpo ya estaba temblando, y sus manos se agarraban con fuerza al borde de la mesa. Sin pensarlo, Juanjo se inclinó hacia él, colocó una mano sobre su hombro y, en un impulso, lo abrazó, tratando de contener el temblor de su cuerpo. Fue un gesto torpe, pero sincero, cargado de una preocupación que no sabía cómo expresar con palabras.

—Tranquilo, estoy aquí —murmuró Juanjo, sin soltarlo.

Martin no se resistió. Al principio dudó, pero luego su cuerpo cedió al contacto, dejando que esa calidez lo envolviera. Sus respiraciones eran irregulares, pero poco a poco fueron calmándose en el refugio inesperado de Juanjo.

Después de unos minutos, cuando los latidos del corazón de Martin volvieron a un ritmo más normal, Juanjo se apartó con cuidado. Fue entonces cuando notó algo que no había visto antes. Mientras Martin se acomodaba, las mangas de su chaqueta se deslizaron levemente, dejando al descubierto las marcas en su muñeca. Las cicatrices eran finas, pero inconfundibles.

Juanjo apartó la mirada casi de inmediato, el impacto emocional lo atravesó como una corriente fría, pero no dijo nada. No quería que Martin lo notara. Sin embargo, en su mente, esas marcas quedaban grabadas con fuerza, atando aún más el deseo de protegerlo, de estar ahí para él.

Mientras Martin se recomponía, algo en su interior también lo hacía. Sin decir una palabra, ambos sabían que algo había cambiado, aunque fuera de manera sutil.

——

Anunció en el próximo capítulo!

SlowburnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora