El Pasado se cierne sobre mí

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I

Lewis seguía en el hospital, rodeado por las típicas paredes blancas y el zumbido monótono de los equipos médicos. La luz del sol entraba a raudales por la ventana, llenando la habitación con un brillo cálido que contrastaba con la frialdad de su situación. A su lado, un atril de medicamentos había capturado su atención; un dispositivo que parecía haber sido diseñado para un ingeniero más que para un paciente.

Con un gesto juguetón, Lewis comenzó a mover las pequeñas bandejas que sostenían frascos y jeringas, imaginando que cada uno de ellos era un personaje en una película de acción. "¿Qué debería hacer hoy?" pensó mientras organizaba las botellas como si estuvieran preparadas para una carrera, uno de ellos, un frasco de solución salina, casi parecía estar desafiando a otro en la línea de salida. Su mente joven trataba de encontrar formas de entretenerse, de convertir la monotonía del lugar en un juego.

De repente, la puerta se abrió y un médico entró, con una sonrisa tranquilizadora.

—Hola, Lewis. ¿Cómo te sientes hoy? — le preguntó, mientras revisaba los papeles en su mano.

—Un poco aburrido, la verdad. ¿Cuándo me dan de alta? — respondió Lewis, mirando al médico con esperanza, como si a través de sus ojos pudiera vislumbrar una posible escapatoria.

—Bueno, parece que estás mejorando. Eso es lo más importante, — dijo el doctor con profesionalismo, pero de una manera que buscaba insuflar ánimo. — Quería decirte que tienes visitas. Creo que te alegrarán el día.

—¿Visitas? ¿Quién? — preguntó Lewis, cuya curiosidad se encendió de inmediato, olvidando casi el destartalado atril de medicamentos.

El médico sonrió con complicidad.

—Querrás decir, "¿Quienes?" Tus amigos están aquí. Tienen muchas ganas de verte.

—Querrá decir "Amigas" — contestó Lewis haciendo el gesto de las comillas con las manos, mientras sonreía mostrando su diente chueco.

El corazón del chico dio un brinco de alegría. La idea de que sus amigas vinieran a visitarlo lo llenó de energía, y por un momento, el hospital dejó de sentirse como una prisión. Con una sonrisa renovada, se acomodó en la camilla, esperando ansiosamente la llegada de sus visitas, deseando que, aunque fuera por un rato, el juego volviera a ser una parte de su vida, incluso entre las máquinas y las sondas.

Al salir el médico de la sala, un aire de expectación impregnaba el ambiente. La luz tenue del pasillo se filtraba a través de las ventanas, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. De repente, un estruendo de risas y voces llenó el aire; las compañeras de Lewis, como un huracán de energía desbordante, irrumpieron en la habitación.

Entraron a paso feroz, como si la tardanza en su llegada hubiera sido una ofensa que debían saldar de inmediato. Cada una de ellas cargaba con grandes bolsas y coloridos envoltorios que brillaban bajo la luz. La alegría en sus rostros era contagiosa; sus ojos relampagueaban con emoción y complicidad.

—¡Sorpresa! —, gritaron al unísono, haciendo eco en las paredes del cuarto. Lewis, que había estado en un rincón sumido en sus pensamientos, levantó la mirada y, al instante, una sonrisa iluminó su rostro. El torbellino de amigas lo envolvió, dejando a un lado cualquier rastro de preocupación.

Las cajas de regalos fueron diseminadas por la habitación en un instante. Había peluches de colores, libros con dedicatorias escritas a mano, y una variedad de golosinas que hacían que el ambiente se llenara de dulzura. Una de ellas, con una diadema brillante, se adelantó y le colocó un gorro festivo en la cabeza mientras reía a carcajadas.

Maldita FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora