La Fuga

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I

Isabel llegaba al hospital cada tarde con un pequeño ramo de flores amarillas recién cortadas, con la esperanza de alegrar un poco el gris de la habitación de su sobrino. Desde el incidente, él había sido ingresado en una clínica de rehabilitación, y cada día se sentía más desolada al verlo postrado en esa cama, pero, aunque la veía entrar con esa sonrisa que siempre la había caracterizado, Lewis no le hablaba. Sus ojos, antes chispeantes y llenos de vida, ahora parecían perdidos en un horizonte distante.

—Espero que hoy estes mejor que ayer — y sonreía, Pero su amabilidad no era correspondida.

Isabel se sentaba a su lado, le contaba historias sobre lo que sucedía afuera: el clima, sus amigos (así no los tuviera), los pequeños pasajes de la vida cotidiana que solían compartir. Pero él, sumido en sus pensamientos, hacía poco caso a sus palabras. La conexión entre ambos se sentía rota, como si un vidrio quebrado separara sus mundos. La situación, tensa y dolorosa, le hacía preguntarse si alguna vez volvería a tener a Lewis como antes.

Y no sé por qué digo como antes, si no lo veía desde que era un bebé.

Lo más probable es que a consecuencia de la muerte de su madre y abuelo, el único familiar directo que se puede hacer cargo de él es ella. No tiene primos ni hermanos; la libertina tía deberá de dejar el espíritu aventurero de una joven para volverse ama de casa, cosa que detesta a toda costa.

Lo que Isabel no sabía era que, mientras ella hablaba, Lewis veía su dolor a través de la muralla de su silencio. Cada historia que ella contaba lo empujaba a la realidad de su situación, a esa sensación asfixiante de impotencia que lo invadía. No quería verla sufrir, no quería que ella se quedara atada a un futuro incierto. En su mente, una idea se repetía: escapar. La clínica, con sus paredes blancas y su rutina monótona, se había convertido en una prisión, y él se aferraba a un plan, a un rayo de esperanza que lo mantenía en movimiento.

Deseaba que todo fuera... ¿Cómo se dice?

¡Sempiterno!

Los días pasaban y con cada visita, el deseo de liberarse crecía en su mente como una llama que nunca se apagaba. Mientras Isabel continuaba visitándolo, hablando de cosas insignificantes, Lewis trazaba su plan, observando cada rincón de ese lugar, buscando las pequeñas oportunidades que le permitirían salir de allí. Las enfermeras, su horario, incluso aquellas ventanas que parecían tan inalcanzables.

Una tarde, cuando su tía llegó con un café humeante y una sonrisa que quería iluminar la habitación, pudo sentirse un cambio en la atmósfera. Lewis, aunque todavía en silencio, parecía más alerta, como si estuviera esperando el momento preciso para actuar. Mientras ella describía un nuevo proyecto de arte que pensaba iniciar, él comenzó a pensar en algo completamente diferente: utilizar la ausencia como un factor clave para su huída.

La tía Isabel siguió viniendo, sin saber que cada visita se convertía en un peldaño más en la escalera que Lewis construía en su mente, hacia la esperanza de su libertad. Aunque el diálogo entre ellos permanecía ausente, en el fondo, había un hilo invisible que los unía, aunque no sabría explicar el qué y el por qué.

Pero había una razón: La fuga.

Lewis se despertaba en su cama del hospital. El olor a desinfectante y el pitido constante de las máquinas le recordaban dónde estaba, pero en su mente solo había una idea: salir de ahí. Había estado ingresado durante días, y aunque los doctores le habían dicho que debía quedarse un poco más para asegurarse de que todo estuviera bien, sabía que su tiempo en esas cuatro paredes había llegado a su fin.

Con un esfuerzo, se incorporó en la cama, sintiendo el ligero mareo que venía como resultado de su convalecencia. Miró a su alrededor, asegurándose de que la enfermera entrometida no estuviera cerca. Su corazón latía con fuerza mientras trazaba un plan en su mente, tanto latía el músculo cardíaco, que pareciera que tuviera la patología de pulmonía galopante. Decidió que no iba a esperar más; el mundo exterior lo estaba llamando, y la idea de permanecer encerrado le resultaba insoportable.

Maldita FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora