Epílogo

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Los ecos del pasado reverberan en los rincones de la memoria, y, aunque el tiempo tiende a desdibujar las sombras, la figura de Andrew sigue presente en la conciencia colectiva de quienes lo conocieron. Nunca más se supo de él. Aquella mañana, con la prisa impresa en su andar y la mirada furtiva, retiró cada centavo de sus cuentas bancarias. Una decisión audaz, pero imbuida de un velo de misterio que no hacía más que alimentar las especulaciones.

Los meses pasaron y, junto a la rutina de quienes lo habían rodeado, surgió un murmullo inquietante: un cuerpo sin identificar fue encontrado en un callejón, cobijado por la bruma de la noche y las sombras de un ajuste de cuentas. La noticia corría de boca en boca, como un maleficio de la inquietud.

La tía Isabel, ataviada en sus lamentos eternos, no podía dejar de pensar en su querido sobrino. La angustia se dibujaba en su rostro cada vez que se encontraba con Lewis, quien, en su confusión, se aferraba a la última imagen que quedaba de Andrew: un hombre bueno, en búsqueda de sí mismo, hostigado por demonios invisibles. Lewis se negaba a aceptar que el destello de luz que había sido Andrew pudiera haberse apagado tan abruptamente.

A pesar de su confusión, seguramente su era una persona muy buena. Pero tomó un mal camino.

Mientras tanto, los días en el barrio continuaban con su rutina: el sol salía y se escondía, los niños jugaban en la calle, y los pavimentos albergaban sus historias. Pero, en el fondo, el eco de Andrew resonaba cada vez más lejos, como una melodía que se extinguía poco a poco. Las cartas que nunca fueron enviadas, las llamadas que no se hicieron y los sueños que quedaron por cumplir se convirtieron en vestigios de una vida vivida con intensidad, pero también con incertidumbre.

A través del vaivén de las especulaciones y las búsquedas infructuosas, el recuerdo de Andrew se transformó en una leyenda local, un enigma que condenaba a quienes quedaban a preguntarse qué había sido de él. ¿Había buscado la libertad en otra parte del mundo, o el destino le había jugado una trampa de la que no pudo escapar?

Así pasaron los años.

...

En la calidez de una tarde, La Tía Isabel celebraba sus 60 años rodeada de familia y amigos, quienes admiraban su espíritu indomable y su risa contagiosa. Nunca volvió a tener un novio ni se casó. La casa brillaba con luces festivas, adornos de colores y el aroma a su famoso pastel de chocolate que tanto amaban todos. Las risas y las historias compartidas llenaban el aire, mientras La Tía Isabel, el corazón rebosante de amor, resplandecía como nunca.

Sin embargo, en medio de la celebración, un silencio inesperado envolvió la habitación cuando ella se retiró un momento para respirar el aire fresco del jardín. En ese instante, la vida, que siempre la había envuelto en su abrazo cálido, decidió dar un giro cruel. Un dolor agudo atravesó su pecho, como un ladrido oscuro que reclamaba su atención.

Sus amigos y familiares postizos, despreocupados, no se imaginaban que aquel sería su último suspiro. Isabel, siempre tan fuerte y vital, cayó en el silencio. Un instante eterno se hizo en su mundo, mientras el bullicio de la fiesta se desvanecía lentamente, dejando solo el eco de risas pasadas.

El diagnóstico llegó con una dureza inesperada: infarto fulminante. Aquella reunión, que celebraba la vida y la alegría, se transformó en un luto profundo y amargo. La familia, al enterarse, se rodeó en el abrazo del dolor, mientras la verdad se asentaba en sus corazones: La Tía Isabel, el alma de la fiesta, había partido sin previo aviso, dejando detrás un legado de amor y risas que resuena en cada uno de sus seres queridos.

Sin embargo, Lewis no la lloró. Muchos lo catalogaron de insensible, Pero en realidad solo había aprendido a ser fuerte.

...

Al cumplir los 18 años, Lewis sintió una mezcla de nerviosismo y emoción al enfrentar un momento que había aguardado desde la muerte de su padre. La herencia que le había sido retenida durante todos esos años finalmente estaba a su alcance. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió a la notaría, donde abriría el testamento que cambiaría su vida para siempre.

Al leer las palabras de su padre, Lewis sintió cómo cada línea resonaba en su interior. Su padre había dejado instrucciones claras: no solo le legaba una cantidad significativa de dinero, sino también la responsabilidad de revivir la empresa familiar que había sido el orgullo de su padre durante décadas.

—Esta empresa es parte de ti, y de mí. Te confío este legado para que lo lleves al futuro — decía el testamento.

Decidido a honrar la memoria de su padre, Lewis se lanzó a la tarea de reabrir la Empresa. Las primeras semanas fueron abrumadoras; tenía que aprender a gestionar el negocio, organizar a los trabajadores y recuperar la clientela. Sin embargo, estaba decidido a mantener vivo el espíritu de su padre. Pasaba largas horas en el taller, trabajando codo a codo con los carpinteros, escuchando sus historias y aprendiendo de sus destrezas.

Lewis también decidió modernizar la empresa. Introdujo nuevas técnicas de producción y comenzó a explorar tendencias de diseño contemporáneo. Mientras respetaba la tradición familiar, no perdía de vista el futuro. Sus esfuerzos pronto dieron frutos: la empresa no solo recuperó a sus antiguos clientes, sino que también comenzó a atraer una nueva generación de consumidores.

Con cada producción que salía de la fábrica, sentía que estaba acercándose más a su padre, como si cada pieza llevara consigo un pedazo de su sabiduría. Era un camino lleno de desafíos, pero Lewis nunca se olvidó de la razón por la que lo había emprendido. Al mirar a su alrededor, se daba cuenta de que, gracias a su determinación y al legado de su padre, había creado algo más que una empresa: había forjado una familia y un futuro lleno de posibilidades.

...

La tumba de Clara estaba rodeada de flores que Lewis había traído consigo, un variado bouquet de rosas y lirios que ella tanto amaba. Con cariño, colocó las flores en la base de la lápida, dedicándole un momento de silencio para recordar todos esos momentos que compartieron juntos.

Mientras tocaba la fría piedra, una avalancha de recuerdos lo invadió: las risas, las historias al caer la noche, los abrazos reconfortantes. Clara había sido su faro, guiándolo incluso en los momentos más oscuros.

Lewis se sentó en el suelo, sintiendo la fragilidad de la vida y el peso de la ausencia. Habló en voz baja, compartiendo sus pensamientos y sentimientos, como si su madre estuviera allí escuchándolo. Le contó sobre su trabajo, sus sueños y sus miedos, buscando la conexión que siempre habían tenido.

El caer de la noche lo sorprendió, y sabía que era hora de despedirse. Se levantó lentamente, con el corazón un poco más ligero. Prometió regresar en otro momento, llevando consigo no solo flores, sino también el amor y la sabiduría que Clara le había legado. Mientras se alejaba, sintió que, aunque ella ya no estaba físicamente, su espíritu siempre lo acompañaría, guiándolo en cada paso que decidiera dar.

Ahora no tenía a nadie, aún era muy joven para casarse, y él no se veía encerrado en una casa esperando con la mujer le cocinara o le lavara la ropa, quizás en el caminar se conseguiría con alguna Rosa Angélica o Valentina Heredia Que volviera a revivir aquellos recuerdos y sentimientos que habían muerto hace mucho. O seguramente estaba pasando igual que Selina, tendría alguna enamorada escondida y el ni se daba por enterado ni le importaba... ¡Qué ingrato eres, Lewis! Piensas que porque te han hecho la vida cuadritos muchísimas veces, estás en la obligación de hacerlo con cualquier chica linda que se ofrezca a enseñarte a sonreír.

—Bueno, al parecer mi Familia no estaba Maldita despues de todo.

FIN

¡Nos vemos en Otra Historia!

Maldita FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora